Usted está aquí: domingo 24 de febrero de 2008 Opinión ¿La fiesta en paz?

¿La fiesta en paz?

Leonardo Páez
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Omar, joven señor

“No salgo al ruedo con la obsesión de cortar orejas, sino, sobre todo, con el propósito de convencer y emocionar a ese público, esa tarde, con esos toros. Lo que mantiene y nutre a los aficionados es la emoción, por eso gran parte de mi tauromaquia se sustenta en quedarme muy quieto. A los 20 años de edad empecé a ganar dinero del toro.”

Habla Omar Villaseñor, espigado joven moreliano de 24 años y tres de haber tomado la alternativa; triunfador en las principales plazas del país y en otras de Sudamérica, y que en la pasada temporada en la Plaza México tuvo una solvente actuación frente a un complicado encierro de San Marcos. Precisamente, a su primer toro le hizo un quitazo por cadenciosas y ceñidas gaoneras de manos muy bajas, que por colonizadas razones no ha tenido premio al mejor quite.

“El torero debe salir con actitud y aptitud a partir de una preparación amplia y metódica, no sólo con ganas o buenos deseos –prosigue el joven coleta, vestido como inglés y con una elocuencia que jamás conocerán muchos de nuestros políticos, en la charla que sustentó el martes pasado en uno de los coloquios taurinos de Jaime Rojas Palacios, en El Tío Luis–; yo voy a ver la corrida al campo, luego en los corrales de la plaza, y el día del sorteo yo lo hago por mí, no otra persona.

“Soy médico veterinario, me recibí el año pasado, pero no fue fácil. A veces llegaba maltrecho de torear una corrida, y en vez de descansar me tenía que poner a hacer tarea para el día siguiente. Lo que uno realmente se propone lo puede lograr. Debo agregar que siempre he contado con el apoyo de mi familia, quizá por la juventud de mis padres, pero también por la añeja amistad de mi abuelo y mi padre con Juan y David Silveti, mis maestros, y el primero también mi apoderado.

“Aprendí a curar animales, pero a los toros de lidia se les debe matar; para ello hay que tener un profundo deseo de hacerlo, pero además de hacerlo con eficacia y rapidez, respetando su dignidad animal y su elevada misión. Entreno de salón y en el campo, veo muchas faenas en video, escucho flamenco; jugaba futbol, pero ahora golf. Claro que me gustan las mujeres, si ellas no existieran y si no estuvieran en el tendido, los toreros no nos arrimaríamos.

“Llevo tres cornadas, una muy grave en el muslo izquierdo, pero cuando reaparecí, tres semanas después, corté tres orejas, por lo que en mi caso el valor no se ha salido por los agujeros de las heridas. Me gusta iniciar la faena por alto, forma cada vez más en desuso, pero siempre estética. Nunca llevo una faena prefabricada, sino sobre la marcha procuro ejecutar el tipo de pases que pida el toro –desde luego no sólo derechazos y naturales– y estructurar un trasteo acorde con las condiciones de cada animal”. Y concluye: “Pero en México, a las empresas les hace falta saber ver toreros”.

“No sé de dónde le salió esta locura, pensamos que al primer golpe se retiraría, pero no fue así. A su padre y a mí nos gusta verlo torear, pero a la vez sufrimos mucho”, confiesa Mónica Leticia, madre de Omar.

 
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