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La vida en México días antes de la Expropiación Jaime Avilés
Cuatro días antes de la expropiación petrolera, que nadie exige ni sospecha, la Lotería Nacional –llamada entonces “para la beneficencia pública”–, inserta el siguiente desplegado en el periódico El Nacional: “Todas las puertas se le abrirán con $100.000 el 18 de marzo”. Es una cantidad muy respetable. El dólar se cotiza en 3 pesos con 60 centavos. Una entrada al cine Orfeón, el más lujoso del Distrito Federal, cuesta un peso con 50 centavos. La pasta de dientes Colgate, el tubo grande, se vende en 90 centavos y el más pequeño en 15. La prensa de la época –El Universal, Excélsior y Novedades representan a los sectores conservadores opuestos al gobierno de Lázaro Cárdenas, en cambio, El Nacional, apellidado “diario popular”, es el vocero del Partido Nacional Revolucionario (PNR) y de los políticos y militares de izquierda que detentan el poder– habla de los cuatro graves conflictos que están en marcha. En Asia prosigue la guerra de Japón contra China y en Europa las tropas de Hitler acaban de invadir a Austria, mientras día a día la aviación franquista bombardea sin piedad a Barcelona. En el plano interno, la cuarta sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación falla en contra de las empresas petroleras, al negarles el amparo que éstas solicitaban para no acatar un laudo de la Junta de Conciliación y Arbitraje, que las había condenado a pagarles 26 millones de pesos a sus trabajadores. Sin embargo, al margen de las terribles noticias del momento, la atención de los capitalinos está centrada en la corrida del domingo 20 de marzo: la empresa de la plaza de toros El Toreo –localizada en donde hoy se alza El Palacio de Hierro de la calle Durango, en la colonia Condesa– ha contratado a Fermin Espinosa Armillita, Alberto Balderas y Lorenzo Garza, para que lidien a muerte seis ejemplares de la ganadería española de Colquillos. Y hay una enome expectación por verlos. En 1938, México es un país de 18 millones de habitantes, de los cuales siete de cada 10 viven en el campo y tres en las ciudades, lo que explica el predominio de la cultura rural y ayuda a entender por qué, en el Distrito Federal, donde conviven alrededor de un millón y medio de personas, las fiestas de toros son el espectáculo que cuenta con el mayor número de adeptos, seguido por el futbol, que aún está en pañales. No por nada para el mismo 20 de marzo se tienen previstos únicamente dos juegos: el Necaxa se enfrentará al España en la cancha del Asturias, y el América al Atlante, en el Campo Marte, pero la víspera, en la Arena México, Chino Rodríguez y Pedro Ortega se batirán en la pelea estelar de la noche pactada a 10 rounds. Una nueva empresa de transporte terrestre, Autobuses Blancos, que hace dos viajes diarios a Ciudad Victoria, Tamaulipas, con escala en Monterrey para cambiar de vehículo, y con salidas de la capital a las 5 y a las 11 de la mañana, publica este anuncio en los diarios: “En año y medio de servicio constante NO HEMOS TENIDO UN SOLO ACCIDENTE y esa es nuestra mejor recomendación”.
“Plazo de 24 Horas a las Empresas Petroleras para Cumplir el Laudo”, titula El Nacional en su portada del martes 15 de marzo. Y más abajo, al cabo de una batería de notas que reseñan actos y declaraciones del Ejército y de los sindicatos en apoyo al gobierno de Cárdenas, consigna la “trágica muerte del declamador Manuel Guerra Treviño, destacado alumno del Centro Cultural No. 1 del PNR”, que fallece luego de ser atropellado por un camión de la línea Juárez-Loreto. El miércoles 16, mientras el general Cárdenas llega a Culiacán para encabezar un acto de masas en que recibe la adhesión de los sindicatos campesinos de Sinaloa, los obreros petroleros piden a la Junta de Conciliación que “se den por terminados los contratos de trabajo con las empresas” del ramo, porque no acataron el laudo. Al mismo tiempo se recrudecen los combates en distintas regiones de China y las bombas de los “buitres” de Franco dejan 20 muertos y 50 heridos en un nuevo ataque aéreo a Barcelona. Pero, de acuerdo con una extensa nota de El Nacional, en la capital de México “la ciudad entera está visitando en los corrales del Toreo a los toros españoles de Colquillos”. Por tratarse de “la corrida más cara del año”, los boletos para el tendido de sombra se tasan en 7 pesos, los de sol en 4 y los de azotea en 2.50… a precios de taquilla, porque en la reventa cuestan mucho más. Pero la gente pagará lo que sea con tal de entrar a la plaza, a pesar de que los productos de la canasta básica casi han duplicado su valor en lo que va del sexenio de Cárdenas. Según Fernando Benítez, de 1934 a 1938 la inflación crece 88 por ciento. Dos días antes de la expropiación, el kilo de maíz cuesta 17 centavos, el de frijol negro 32, el de azúcar 31, el de piloncillo 20, el de papa blanca 18, el de papa amarilla 36, el de garbanzo 40, el de lenteja 40 y el de manteca 1.25. Un periódico cuesta 5 centavos, un libro de la editorial Botas 2.00, una cajetilla de cigarros Elegantes o Soberbios, que son los más baratos, 15 centavos, y una de Monte Carlo 20, pero según los anuncios de los diarios ésta “vale la diferencia”. Una dentadura postiza cuesta 49.50, un “relojito de rubíes” 19.95, una estufa de gas importada de Alemania 14.90, un sombrero Montes de Oca, de popote, dependiendo de la calidad, oscila entre 4 y 13 pesos, al tiempo que un juego de sábanas va de 1.60 a 3.45, y una buena toalla de manos se consigue por un peso. Un viaje a Veracruz en tren, de ida y vuelta, en vagón de primera clase, cuesta 21.85, y en segunda, 11.35, mientras a Puebla, en primera, se mantiene en 6.80, y en segunda, en 3.40. El viaje sencillo a Uruapan, a bordo de un autobús de Líneas Unidas de Occidente, cuesta 11.60, pero la empresa no cuenta con una terminal: sus vehículos pasan por la calle de Guatemala, detrás de la Catedral, donde compiten con los que van a Cuernavaca y Acapulco; éstos últimos ofrecen una opción nocturna y parten a las 18:30 con la promesa, casi siempre incumplida, de llegar a la costa al amanecer.
El Distrito Federal, con todo y sus magníficos palacios coloniales, es todavía un pueblo grande, cuyos habitantes se concentran en el primer cuadro, si bien la mancha urbana se extiende de La Villa de Guadalupe a Polanco y Chapultepec Morales, a ambos lados del Paseo de la Reforma. Los ricos viven en las colonias porfiristas de La Condesa, Roma y Juárez, y los terrenos boscosos del fraccionamiento Lomas de Chapultepec se rematan a precios de ganga, aunque los especuladores prefieren adquirir lotes en la Doctores, Peralvillo y la Guerrero, pensando que pronto valdrán mil veces más. Insurgentes no deja de ser todavía una pequeña avenida como Bucareli, y Revolución sigue siendo el “antiguo camino a San Angel”, que enlaza los pueblos de Tacubaya y Mixcoac y se prolonga hacia los de Tlalpan y Coyoacán, donde proliferan, como en Iztacalco e Ixtapalapa, los establos lecheros, las granjas y las casas de descanso de la clase media alta, sin luz eléctrica pero con huerta y “tanque” de natación. Las diversiones nocturnas, por lo mismo, se congregan en lo que hoy conocemos como el Centro Histórico. Los salones de baile, como el México, compiten con los teatros de revista como el Lírico, el Fru-Frú, el Virginia Fábregas y el Follies, donde la entrada en promedio cuesta un peso, esto es, el doble de lo que implica ver una película vieja en cualquiera de los cuatro establecimientos de la cadena Cines Modernos SA –Alcázar, Bucareli, Royal y Lux–, que todos los días cambian de programación, al igual que el Hipódromo, el Alarcón y el Roxy. Un escalón social más arriba, los cines más elegantes, que sólo proyectan cintas de estreno, son el Principal, el Orfeón y el Alameda, y cobran 1.50 por boleto. Mientras los cines “de piojito” pasan vistas de Marlene Dietrich y el Gordo y el Flaco, a lo largo de la semana que culminará con la expropiación petrolera la prensa anuncia con insistencia el estreno de La Zanduga, la nueva película de Fernando de Fuentes, estelarizada por Lupe Vélez, y en la que actúan, según reza la propaganda “Arturo de Córdova, Chaflán, Pardavé y más de 500 extras, bailarines y comparsas”. Fernando Benítez relata que el jueves 17 de marzo, a las 11 de la mañana, Lázaro Cárdenas se reúne en Palacio Nacional con los miembros de su gabinete y les anticipa que, en virtud de que las empresas petroleras “se niegan a cumplir la resolución de la Suprema Corte y están haciendo una campaña de descrédito (para) crear alarma y confusión”, y toda vez que “el gobierno no puede tolerar una rebelión semejante ni desentenderse de un problema capaz de paralizar la industria y los servicios públicos”, ha decidido “expropiar sus bienes por causa de interés nacional”. No todos están de acuerdo. El secretario de Hacienda, Eduardo Suárez, y el subsecretario, Ramón Beteta, le sugieren buscar otra salida. El secretario de Comunicaciones, general Francisco J. Mújica –a quien Cárdenas le ha encargado que redacte el mensaje a la nación que leerá al día siguiente–, lo apoya con todo entusiasmo, como también lo hacen el secretario de Gobernación, Ignacio García Téllez, el de Relaciones Exteriores, Eduardo Hay, y el de la Presidencia, Raúl Castellano, sus más fieles. Ante la actitud de los que vacilan, Cárdenas agrega: “Si el petróleo ha sido siempre el elemento principal de la discordia, más valdría entonces quemar los pozos”. Quienes saben de qué habla, interpretan que su decisión es irreversible.
Pero la noticia se filtra y llega a oídos de los magnates. El viernes 18 de marzo, El Nacional informa a ocho columnas que la Junta de Conciliación “proveerá la solicitud de los trabajadores”, es decir, dará por terminados los contratos que éstos tenían con las empresas petroleras. Asimismo señala que “centenares de mensajes de felicitación llegan al sr. Presidente de la República”. Este se ve muy serio en las fotos que le han tomado la víspera durante una ceremonia de entrega de “medallas de perseverancia” a miembros de la fuerza aérea. Ante el desafío que plantean las petroleras al desobedecer a la Suprema Corte, la Confederación de Trabajadores de México (CTM) convoca a una manifestación de apoyo a Cárdenas para el miércoles 23 de marzo. Y poco a poco se acerca la hora que marcará una nueva etapa en la historia del país. A las ocho de la noche, la Lotería Nacional celebra su magno sorteo y el ansiado premio de 100 mil pesos lo gana el billete 23674, vendido por el expendio de la calle de Soto número 33 en la ciudad de México. En Palacio Nacional, mientras tanto, cuenta Fernando Benítez, todo es revuelo. Secretarios, legisladores, militares, diplomáticos y periodistas entran y salen de las oficinas, hablan por teléfono, especulan sin cesar. Entienden que algo muy importante va a ocurrir pero sólo unos cuantos saben de qué se trata. Noventa minutos después, a las 21:30, Cárdenas sigue revisando su discurso cuando le avisan que los magnates de las petroleras están en la antesala y desean verlo con urgencia. El general ordena que pasen. Evidentemente alguien los ha puesto en alerta y pretenden conjurar la decisión presidencial en el último minuto. Acaban de actualizar los reportes de las ganancias que obtuvieron durante el último ejercicio y después de negarse en todos los tonos a pagar los 26 millones de pesos que los obreros demandaban, han comprendido que siempre sí pueden erogar tal cantidad.
Cárdenas les responde: “El gobierno de la República ha tomado sobre este asunto una resolución irrevocable. En breves momentos voy a dirigir un mensaje al pueblo de México y ustedes podrán enterarse de su contenido”. Antes de las 10 de la noche, en efecto, el general empieza a leer su discurso por radio, con voz monótona y lenta. De entrada recuerda que luego de ignorar el fallo de la Corte, las compañías petroleras “se han obstinado en hacer, dentro y fuera del país, una campaña sorda y hábil”, para “lesionar seriamente los intereses económicos de la nación, pretendiendo (…) hacer nulas las determinaciones legales dictadas por las autoridades mexicanas”. En seguida, expone que una salida intermedia al problema habría consistido en embargar los bienes y la producción de esas empresas hasta que se saldara el conflicto, pero reconoce con realismo que esto ocasionaría “una crisis incompatible no sólo con nuestro progreso sino con la paz misma de la nación; paralizaría la vida bancaria (y) la vida comercial en muchísimos de sus principales aspectos” y por lo tanto “la existencia del propio gobierno se pondría en grave peligro, pues perdido el poder económico por parte del Estado, se perdería asimismo el poder político produciéndose el caos”. Más adelante propone: “Examinemos la obra social de las empresas. ¿En cuántos de los pueblos cercanos a las explotaciones petroleras hay un hospital, o una escuela, o un centro social, o una obra de aprovisionamiento o saneamiento de agua, o un campo deportivo, o una planta de luz, aunque fuera a base de los muchos millones de metros cúbicos de gas que desperdician las explotaciones? ”¿En cuál centro de actividad petrolera, en cambio, no existe una policía destinada a salvaguardar intereses particulares, egoístas y alguna vez ilegales? (…) Hay muchas historias de atropellos, de abusos, de asesinatos siempre en beneficio de las empresas. ¿Quién no conoce la diferencia irritante que norma la construcción de los campamentos de las compañías? Confort para el personal extranjero; mediocridad, miseria e insalubridad para los nacionales. Refrigeración y protección contra insectos para los primeros; indiferencia y abandono médico y medicinas siempre regateadas para los segundos; salarios inferiores y trabajos rudos y agotantes para los nuestros”.
Después de ponderar otras aristas de esas relaciones inequitativas entre las compañías y los obreros, Cárdenas enfatiza: “pido a la nación entera un respaldo moral y material suficiente para llevar a cabo una resolución justificada, tan trascendente y tan indispensable . El gobierno ha tomado ya las medidas convenientes (…) sin embargo, si fuere necesario, haremos el sacrificio de todas las actividades constructivas en que la nación ha entrado durante este período de gobierno para afrontar los compromisos económicos que la aplicación de la Ley de Expropiación sobre intereses tan vastos nos demanda, y aunque el subsuelo mismo de la patria nos dará los recursos económicos para saldar el compromiso de indemnización que hemos contraído, debemos aceptar que nuestra economía personal sufra también los indispensables ajustes”, por lo que, añadió, el Banco de México devaluará el peso si ello es requisito para consolidar “este acto de esencial y profunda liberación económica de México”. Al filo de la media noche, en los primeros minutos del sábado 19, Cárdenas ordena a su secretario de Hacienda que el peso mexicano deje de cotizarse en los bancos de Nueva York, para evitar una corrida especulativa; al de Economía le encarga que tome el control de las empresas expropiadas y las mantenga en funcionamiento; al de Trabajo lo instruye para que aplace todas las huelgas que pudieran estar a punto de estallar en el país, y comienza a recibir telegramas de los gobernadores de los estados. Al mismo tiempo, en Tampico, los dirigentes del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana, luego de escuchar el mensaje por radio, se dirigen a los campos de Ciudad Madero a parar los pozos y la refinería, y dan indicaciones a todos sus agremiados en diversos puntos del Golfo de México para que hagan lo propio. Ante el estupor de los capataces, que se ven rodeados a media noche por piquetes de obreros eufóricos que se rebelan pacíficamente contra ellos, la poderosa industria apaga sus viejas y destartaladas máquinas.
De tal modo, un sentimiento inédito empieza a incubarse en el corazón de quienes han recibido el mensaje presidencial y aun no lo digieren. Al solicitar de parte del pueblo “respaldo moral y material suficiente” para consumar la expropiación petrolera, Cárdenas detonará, en cosa de días, uno de los fenómenos más conmovedores de la vida moderna de México. La apabullante respuesta de hombres y mujeres de todas las clases sociales, que no dudarán en entregarle a su gobierno los donativos más disímbolos para ayudarlo a indemnizar a las compañías, establece un hito que hoy, 70 años después, en los oscuros momentos que vivimos, merece ser examinado nuevamente y con la mayor atención. Sin olvidar, claro está, que el domingo 20 de marzo de 1938, mientras Chino Rodríguez se bajaba con hielo los chipotes que le había causado Pedro Ortega durante la pelea del día anterior, y mientras el España jugaba con el Necaxa y el América con el Atlante, y 20 mil aficionados se encaminaban desde temprano hacia el Toreo de la Condesa, Cárdenas se fue de día de campo, con su familia y sus amigos, a la cima del Nevado de Toluca. Habituado a nadar todos los días en la fría piscina de Los Pinos, no sorpendió a nadie cuando se zambulló en las heladas aguas del cráter, a 4 mil metros de altura sobre el nivel del mar. Y al salir, dijo tiritando antes de secarse con la toalla: “Ahora sí no podrán decir que estamos calientes”. |