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Carta del Presidente Lázaro Cárdenas Palacio Nacional, 29 de julio de 1939 Excelentísimo señor Franklin D. Roosevelt Presidente de los Estados Unidos de América Washington, D.C. Excelentísimo señor Presidente y gran amigo:
Las negociaciones hasta ahora emprendidas, a pesar de la manifiesta buena voluntad del Gobierno mexicano, no han tenido éxito debido fundamentalmente a la intransigencia de las compañías petroleras, las que con anticipación anunciaron públicamente que entrarían en arreglos siempre que se cumplieran las siguientes condiciones: Devolución de las propiedades que serían por ellas administradas de manera exclusiva en un plazo calculado probablemente como el necesario para el agotamiento total de los yacimientos. Otorgamiento por parte del Gobierno de seguridades de carácter contractual y legislativo de que en lo futuro no se impondrían nuevas cargas fiscales a las empresas. Adopción de bases definitivas que deberán normar las relaciones de los trabajadores con las compañías determinando, sin tomar en cuenta el laudo, los tabuladores de salarios y otras prestaciones mediante un mecanismo diverso al establecido por la legislación del país para casos similares. Con anterioridad a la llegada del señor Richberg a México estas bases aparecieron publicadas en diarios de los Estados Unidos y de nuestro país. Con frecuencia, en épocas posteriores, han aparecido las mismas exigencias de las compañías atribuyéndose las declaraciones a representantes de las empresas. Las compañías nombraron como su representante al señor Donald R. Richberg, quien proponiendo fórmulas vagas de cooperación y asociación con el Gobierno para explotar el petróleo admitió, al ser constreñido a precisarlas, que en el fondo se trataba de la devolución de las propiedades en los términos empleados por las mismas compañías. Las pretensiones de las empresas apoyadas por su representante son inaceptables para el Gobierno de México, pues juzgando con criterio sereno e imparcial, despojado de todo sentimiento de amor propio nacional, el sistema esbozado aparte de su incompatibilidad con nuestra Constitución y demás leyes vendría a convertirse precisamente en una fuente constante de fricciones, desacuerdos y conflictos.
Los esfuerzos del Gobierno encaminados a conjurar la situación planteada fracasaron de preferencia por la incomprensión de las compañías para estimar los factores sociales y humanos implicados y ante la amenaza pública de las mismas de suspender las actividades en los campos petroleros mi Gobierno, consciente del peligro que representaba para la economía nacional la paralización de la industria petrolera, se vio obligado a decretar la expropiación y se encargó del manejo de aquélla, obteniendo de los trabajadores un máximo rendimiento pues al darse cuenta de que no sirven intereses particulares sino que colaboran en una obra de alcance nacional le dedican sus mejores energías, animados de un fuerte espíritu de organización y disciplina con excelentes resultados que apenas llegan a perturbar excepcionalmente las maniobras de agentes de las empresas afectadas. La vinculación sincera de los obreros con el porvenir de la industria llega al punto en que ellos han consentido en postergar la aplicación del laudo mientras dura el boicot organizado por las compañías y a invertir una parte importante de sus ahorros en la misma industria. En la actualidad la industria petrolera no requiere fuertes inversiones; la experiencia ha convencido al Gobierno de que a pesar de las dificultades para vender al precio del mercado, los ingresos por ventas realizadas le han permitido llevar adelante un programa de perforaciones, construcción de oleoductos, modernización y ampliación de refinerías, cuyos resultados se advierten en el incremento cada vez más sensible de la producción y permiten asegurar que el programa mencionado puede desenvolverse con los recursos propios del Estado.
Pasar sobre las leyes concediendo a la industria petrolera una situación privilegiada, otorgándole un estatuto especial en materia de trabajo y haciendo lo propio por lo que se refiere a los impuestos significaría la subordinación del poder público a las empresas particulares, posibilitando la realización de las aspiraciones que conocidamente abrigan los fuertes intereses capitalistas de constituir una entidad superior al Gobierno mismo; tendencia contra la cual ha luchado Vuestra Excelencia denodadamente en su país. La expropiación dictada por el Gobierno de México, impuesta por la rebeldía de las compañías contra las decisiones judiciales y necesaria para conjurar los graves trastornos que ocasionaría la paralización de la explotación de los campos petroleros en los transportes y la industria del país en general constituye un acto legítimo del Gobierno de México, autorizado por sus propias leyes, similares en esto a las de los demás Estados y sancionado, al mismo tiempo, por los principios del derecho internacional. A la luz de tales leyes y principios, las compañías norteamericanas afectadas no pueden reclamar sino el pago de una justa compensación, cuyos términos mi Gobierno ha estado pronto a fijar. Estoy seguro de que si se llega a tratar sobre el avalúo de los bienes de las compañías norteamericanas concurriendo éstas a la invitación que reiteradamente se les ha formulado y aun aplicando los más amplios y liberales principios en la materia se llegaría a la conclusión de que el valor de esos bienes está representado por una cantidad muy inferior a la que se ha empeñado en divulgar una intencionada propaganda y a que el pago de esta cantidad puede hacerse dentro de las posibilidades de México, ya sea aplicando los recursos propios de la industria petrolera o acudiendo a los de la nación entera, que respondería llegado el caso con patriotismo y generosidad. Esta es la posición que el Gobierno de México ha venido adoptando en el caso, instando por la inmediata negociación de los avalúos a fin de fijar el pago de la indemnización correspondiente y excluyendo, de manera inequívoca, la devolución en forma alguna de las propiedades expropiadas.
Mediante esta última solución el petróleo se repartiría en el mercado mundial siguiendo sus canales acostumbrados sin trastornar los precios y las compañías tendrían de esta manera la garantía efectiva de recibir el pago de sus inversiones. Lo anterior no descarta la perspectiva de concertar arreglos con las compañías, de mutua cooperación, sin la necesidad de nuevas inversiones. En un esfuerzo para facilitar un arreglo amistoso a las compañías mi Gobierno ha instruido a su Embajador en los Estados Unidos para que presente al representante de las compañías las bases de arreglo que considere conciliatorias y aceptables para las dos partes interesadas. Si se encuentran viables estas sugestiones, el Gobierno se halla pronto para discutir los términos del arreglo correspondiente, creyendo por mi parte que, en cualesquiera de las formas indicadas al mismo tiempo que se toman en consideración los intereses de las compañías quedan a salvo los derechos soberanos del país. Me es grato, señor Presidente, expresar a usted una vez más los votos fervientes que hago por el bienestar personal de Vuestra Excelencia, repitiéndome su atento amigo y servidor. Lázaro Cárdenas |