■ Presentarán antología del novelista español Julián Ríos en México
“Las palabras son como máscaras; dicen más de lo que aparentan”
La literatura ofrece placeres como los de la buena mesa o los de la buena cama, y las palabras son como máscaras: dicen más de lo que aparentan. Dos concepciones básicas de uno de los autores considerados de culto dentro del castellano, quien no ha temido a los neologismos ni a los juegos con el lenguaje: Julián Ríos, quien hace muchos años coescribió con Octavio Paz el libro Solo a dos voces.
Ahora el Fondo de Cultura Económica (FCE) publica la antología Larva y otras noches de Babel, preparada por Alejandro Toledo, que se presentará este jueves a las 18:30 horas en la librería Rosario Castellanos.
Estar entre los autores “de culto” implica la posibilidad de que esa palabra sea de doble filo, señala desde París, donde vive desde hace varios años, el autor de Monstruario. “Creo que las palabras a veces son excesivas, y también creo que como otros muchos escritores tengo un lado más o menos escarpado, difícil, para lo que se puede llamar el lector que busca sólo entretenimiento, pero tengo otra faceta de autor que también es más accesible, como en mi libro Sombreros para Alicia o Nuevos sombreros para Alicia; en algunos es el lenguaje el que predomina y otras más es la narración, el afán de contar”.
Narra jugando con las palabras, reinventándolas, reconstruyéndolas, con juegos. Juega el lenguaje. Eso, dice, “viene desde mi infancia, en Galicia, don-de cada cosa o cada animal tenía dos nombres, uno en gallego y otro en castellano, siempre comprendí que hay más palabras que cosas, y eso me interesaba mucho.
“A medida que he vivido fuera de España en montones de sitios –Londres, Berlín, París–, me di cuenta de que soy muy curioso respecto de los sonidos, las palabras son como máscaras, dicen más de lo que aparentan; eso me ha interesado siempre: la sensualidad. Creo que el escritor trabaja en la soledad y si no tiene por lo menos la compensación de que las palabras son materiales, que existen, que uno puede tocarlas, olerlas, creo que es muy triste escribir.”
Ese juego de palabras, o con las palabras, podría asustar a algunos, porque creen que es irreverente, lo confunden con el chascarrillo vulgar, con el chiste fácil; pero el juego de palabras tiene una función: decir más intensamente las cosas, añade aquel que provocó un revuelo con la publicación de Larva: Babel de una noche de San Juan, en 1983.
La Iglesia, como institución, se formó con un juego de palabras cuando Jesucristo le dijo a Pedro: “Eres piedra y sobre esta piedra edificaré mi iglesia”. Así, si la Iglesia se fundó con un juego de palabras por qué el escritor no va a poder desfundar las palabras, no se trata de una pistola que se desfunde, sino de hacer algo para que lo que se diga sea más intenso. “Siempre en la escritura creativa, cuando interviene el neologismo, no es por un afán artificial, de deslumbrar; es para iluminar, y a veces la gente se fija en los colorines y no en el brillo que lleva a facetas de la realidad que solamente puede hacer un juego de palabras”.
El verdadero riesgo para el lenguaje no son esas nuevas palabras. “Los idiomas no tienen más riesgo que la esclerosis, cuando se llenan como los viejos de arterias esclerosadas, pierden elasticidad, capacidad para incorporar neologismos, para mezclarse, para ser vital. Los idiomas son seres vivos y como tales tienen una vida sexual, una vida sensual, tienen capacidad de reproducirse, de copular en cierto modo. Me parece absurdo que el purismo critique esto. No hay que poner fronteras ni barreras a los idiomas”.
No hay que caer tampoco en la literatura industrial frente a la artesanal. “Hay que ser auténtico, y eso quiere decir ser único e inconfundible”.