Benedicto XVI, a prueba en Estados Unidos
Benedicto XVI visita por primera vez Estados Unidos, epicentro económico de la globalización ultraliberal y principal foco de contagio cultural, según Roma, de los odiados antivalores relativistas. El pontífice alemán visita un país en plena recesión, cuyo impacto afecta a la economía mundial; para nadie es un secreto que a partir de la caída del Muro de Berlín, el Vaticano y Washington se han venido alejando en materia de política internacional, especialmente ante la invasión estadunidense a Irak.
En esta visita pastoral, el Papa confrontará a un presidente políticamente devaluado, que es su antítesis; mientras George W. Bush es analfabeto en términos filosóficos y teológicos, Joseph Ratzinger es un pontífice erudito. Sus posturas sobre la fe y sobre Dios son contrastantes, mientras Bush se ufana de hablar con el Creador, quien le ha inspirado para impulsar nuevas cruzadas y emprender la guerra de civilizaciones pronosticada por Samuel Huntington y que puso en marcha después del 11 de septiembre.
Por su parte, Benedicto XVI contrastará el fundamentalismo político religioso del presidente estadunidense con su binomio sobre la complementariedad entre la fe y la razón, es decir, la esterilidad de la razón sin la fe y el fanatismo fundamentalista de la de fe sin la razón.
No es la primera vez que se encuentran y se espera una diplomática coalición en torno a los conflictos en el Medio Oriente, principalmente. El Vaticano se ha pronunciado por una solución regional y negociada a los conflictos que sacuden el territorio, entre ellos la ocupación de Irak.
En reiteradas ocasiones el Papa ha mostrado preocupación por la violencia extrema en suelo iraquí y la fragilidad de la comunidad católica en la región que está expuesta al fuego cruzado.
Sin duda, guardando la tradición de los Benedictus, aportará un bien conocido discurso sobre la paz del mundo; está obligado a reconocer las virtudes religiosas de Estados Unidos, como son su pluralidad, diversidad y tolerancia que han sustentado formas de coexistencia y hasta integración de la nación más poderosa del mundo. Seguramente se enfocará en el ecumenismo y el diálogo interreligioso, especialmente ante el judaísmo, una de las minorías más pudientes y acaudaladas.
En términos geopolíticos el pontífice está obligado con su presencia a fortalecer su Iglesia local, así como a defender sus intereses vitales, afianzar su posicionamiento y proyectos.
Se espera, asimismo, que Ratzinger afronte los escándalos sobre abuso sexual y que trate de cerrar las heridas aún abiertas, porque este episodio lamentable no sólo ha costado cientos de millones de dólares en indemnizaciones, sino que la Iglesia puso a prueba su credibilidad. Se ha notado un éxodo de creyentes decepcionados.
También abordará el tema de la defensa de los derechos humanos de los emigrantes, ya que constituyen la principal fuente de pujanza católica y conviene recordar que más de la mitad de los emigrantes son de origen mexicano.
Si bien la Iglesia católica estadunidense se ha debilitado con los escándalos, es la profesión con mejor estructura y mayor peso social, es la que conserva las mayores tasas de crecimiento en las últimas décadas, alcanzando ya una cuarta parte del total de los creyentes. Posee una robusta estructura religiosa que abarca capellanías, instituciones educativas, desde colegios hasta universidades, servicios sociales, comunitarios y de caridad.
Por el número de católicos, el peso demográfico y religioso es importante. Sin embargo, la toma de decisiones, la conducción, los contenidos en la formación, el centro del pensamiento y la representación del poder siguen estando en Europa. Basta ver la conformación del colegio cardenalicio para observar cómo tanto las iglesias de América del Norte como la latinoamericana están subrepresentadas.
El desplazamiento geopolítico del cristianismo es un hecho, se ha venido deslizando desde hace décadas de Europa hacia las Américas. La globalización ha mostrado una recomposición cristiana en concordancia con la recomposición sociopolítica del mundo que desafía la vieja pretensión universalista y jactante de los cristianismos europeos. El cristianismo, junto con sus diferentes expresiones, que van del catolicismo a los nuevos pentecostalismos, son importantes protagonistas en la actual globalización. Pese a que en el discurso la rechazan, sus orígenes cogénicos de adaptación, universalismo e historicidad les permite hacer de la globalización un área de oportunidad.
Hay que reconocer la capacidad de inculturación que ha mostrado en diferentes etapas de la historia y diversos contextos culturales, pero también esta misma globalización está tentada a imponer, sobre todo a las viejas confesiones cristianas, sus nuevas lógicas y podría impulsarlas a generar nuevas figuras de reconfiguración cristiana. Éste es uno de los temores de Roma; por ello, según muchos especialistas, en Estados Unidos el catolicismo se juega su futuro: pese a las dificultades, los católicos pueden incidir en la nación más poderosa de donde emanan nuevas formas de construcción social. Así, el Papa no perderá oportunidad para cuestionar la cultura de la relativización y su oferta conservadora, sustentada en los valores tradicionales cristianos.
Tres años después del largo pontificado con el que Juan Pablo II dejó huella, Benedicto XVI, pese a sus 81 años, sigue siendo visto como un Papa de transición. En términos geopolíticos, la ruta trazada por Benedicto XVI sigue los pasos y grandes líneas delineadas por su antecesor; sin embargo, a pesar de la continuidad, hay una matriz particular que el actual pontífice acentúa a decir de la investigadora Stéphane Dubois en su Géopolitique vaticane du pape Benoît XVI: entre continuité et novation (París, 2007), esto es, que la orientación prioritaria de Benedicto XVI en términos de su misión apostólica y teológica está centrada vitalmente en Europa, por ello tiene todo el sentido este primer viaje a Norteamérica.