Andanzas
■ Eduard Lock y Lalala Human Steps
Lo vimos en sus dos visitas a la ciudad de México en los años 80. Imposible olvidarlo con su compañía y su gran estrella Louise Lecavalier haciendo giros horizontales con la platinada melena al aire y su traje de armadura negro en la más peligrosa vertiginosa danza jamás vista.
Edouard Lock, hombre renacentista, gran conocedor del arte en múltiples facetas y creador ilimitado, ha hecho en la danza Las señoritas de Avignon, y el Guernica de Picasso.
Ahora con Amjad y nueve extraordinarios bailarines, Lock, en una vorágine de ideas y emociones, con una velocidad y precisión inclemente, sin respiro apenas, que le salen del cerebro, el corazón, las vísceras, el incconsciente, de... qué se yo de dónde; ha volteado, tasajeado, inflamado, incendiado, renacido y más y más el sacrosanto corazón del ballet clásico. El lago de los cisnes y La bella durmiente, del sagrado repertorio universal, de un hachazo prácticamente se han convertido en el zumo trastornado de una época enloquecida y bárbara en la que ni rastros quedan del bien contra el mal, el amor sobre todas las cosas y la pureza de la esperanza. Edouard Lock nos muestra deshecha y rehecha la síntesis temática, el interno significado de los movimientos esenciales y emblemáticos de los cisnes lánguidos y etéreos, para mostrarnos, en un braceo paroxista de aves enloquecidas y robotizadas, donde la emoción ya no es, lo que sin duda hemos hecho de todo lo bello, lo noble, lo esperanzador.
Lock es capaz de hacer un violento ejercicio de sicoanálisis de la idea del romanticismo y el amor estructurado y ordenado con su narración, emoción y clímax, en, tal vez, una desesperada e inútil parodia de esos pas d’ deux del segundo acto; del pas de quatre, cinco en este caso, de los cisnes en una insistente relación que larga y atrae con rabia los cuerpos siempre aleteando los brazos, desnudos como alones de aves naufragando en la persistente oscuridad y negrura de la puesta en escena de este artista enorme.
En Amjad, no hay rosa, ni blanco, ni dorados: todo es negro. Al fondo apenas una tenue luz ilumina un piano y el trío de cuerdas en vivo, que en sorprendente arreglo musical de las partituras de Chaikovski, bajándolas de tono, cortándolas, mezclándolas, dan cuerpo sonoro a esta obra importantísima ante el silencio sepulcral de un público hipnotizado, atento y sabedor de lo que está viendo. Es algo nuevo, enorme, definitivo; es otro camino que el de las nuevas versiones de Matt y otros coreógrafos que han retomado las obras clásicas del ballet, para, al hacerlas contemporáneas, contarnos una historia.
Lock va directo al corazón, al cerebro profundo, a las verdades no dichas, a la interpretación personalísima del significado actual de tales o cuales valores y academias. A Lock me lo imagino ensayando, usa cada tensión y ejercicio académico tradicional para distorsionarlo de manera esquizofrénica, en los que se requiere un dominio tremendo de la técnica, la resistencia y la interpretación, la despersonalización de cada papel, y convertirse en criaturas andróginas en constante shock.
La iluminación y la escenografía de John Munro y Armand Villancourt, otro par de talentos extremos, nos muestran al principio la cavidad oscura del escenario únicamente con tres círculos flotando como si fueran enormes pelotas de pin pon, en las que se van proyectando imágenes indeterminadas, que podrían ser una sugerencia de las evoluciones de los cisnes, o tal vez, la multiplicación de las células, o los átomos del universo, siempre con las pelotitas blancas. Luego en otro momento se ve, cada uno en su pantalla, primero una bella joven que despierta; a continuación, también en secuencia filmada, aparece del mismo modo un joven igualmente atrapado. Evidentemente la bella Aurora sin beso mágico, y su príncipe ... nunca se levantan. Y se inicia una vez más esa danza frenética, ese revoloteo constante y passé coupés nerviosos, intermitentes, donde la belleza y la proeza técnica adquieren otro significado. Es más un proceso muscular interno que la estética consabida.
Gratificante ver a un artista con tal poder de síntesis y descomposición para recomponer por medio de dos clásicos del repertorio. Cada persona le da el significado que crea, o entienda.
Con esto se demuestra que en danza las variaciones son infinitas, en varios renglones y tesituras de temas determinados. Un ejercicio creativo extraordinario, un logro soberbio, pues significa una libertad inmensa. Música y elenco, maravilloso, se podrían llenar 10 páginas. Un valioso acierto del 24 Festival de México en el Centro Histórico: poca danza, pero excelente.