■ Hoy asistirá a una lectura de su obra que se realizará en el Museo Nacional de Arte
He escrito todo lo que he querido decir, afirma el poeta Derek Walcott
■ Nunca fui reprimido o censurado, pero sí criticado, asegura el Premio Nobel de Literatura 1992
■ Para el también dramaturgo santaluciano la creación para el teatro es una forma de poesía
Ampliar la imagen Me gusta estar en mi isla más que en cualquier otro lugar, porque ahí no me hacen tantas fiestas, bromea el Nobel durante la entrevista con La Jornada Foto: Carlos Cisneros
“Si dijera que no tengo una buena vida en este momento me caería un rayo encima”, afirma quien en 1992 obtuvo el Premio Nobel de Literatura, el poeta y dramaturgo santaluciano Derek Walcott, quien está de visita en México para participar en el homenaje por los 10 años de la muerte de otro Nobel, Octavio Paz, y para una lectura de su propia obra que se realizará hoy en el Museo Nacional de Arte.
Walcott publicó su primer poema a los 14 años; a los 18 salió su libro 25 poemas; dos años después, su obra de teatro Henri-Christophe, una crónica en siete escenas. Ahora trabaja en dos guiones para cine. Más de 60 años dedicado a las palabras.
Su obra más conocida es Omeros (Anagrama), pero después de ese poema homérico ambientado, en principio en el Caribe ha publicado al menos otros tres poemarios no traducidos aún al castellano: The Bounty, Tiepolo’s Hound, The prodigal y una selección de poemas que se editó el año pasado.
“Sí, tengo una buena vida, y me gusta estar en mi isla más que en cualquier otro lugar. Ahí no me hacen tantas fiestas”, dice entre risas el autor nacido en 1930 en Castries, la capital de la isla de Santa Lucía, una ex colonia británica por donde también pasaron los franceses.
“He escrito todo lo que he querido decir. Afortunadamente, vivo en una sociedad donde puedo hacerlo, donde tengo el derecho a escribir lo que quiero, nunca he sido reprimido o censurado pero sí criticado: cuando yo era muy joven, 14 años, la Iglesia católica me atacaba porque decía que yo era herético”.
Ayer, durante toda la mañana, tuvo breves entrevistas, y por la tarde acudió al homenaje a Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes.
Sus ojos son azules muy claros y a veces, con la luz, se miran verdes, casi transparentes. Está cansado.
El profeta de la tribu
Poesía y dramaturgia, pintor un poco menos. “La pintura es diferente de la poesía, de la escritura, porque implica una actividad física. Considero que escribir obras de teatro es una forma de poesía, así que no son diferentes. Todo lo que escribo emana de mi concepto de mí mismo, de mi conocimiento de mí mismo como alguien que escribe. El teatro es poesía, y una buena obra de teatro es un buen poema”.
“Si entonces nos preguntamos –añade– qué es lo que el arte puede hacer frente al mundo actual, la respuesta es: muchas cosas.
“Cualquier pensamiento bien expresado es arte, la retórica es arte, se puede criticar la retórica por ser correcta, equivocada o estúpida, pero el diseño del discurso en la retórica es el mismo que en la poesía.”
Sin embargo, se ha perdido un poco de lo que la poesía es o su función a causa de los editores y de las publicaciones, agrega, y explica:
“El poeta era el profeta de la tribu, se acudía con ese poeta, hombre o mujer –casi siempre hombres–, y podía articular el futuro de la tribu. En algunas culturas eso aún existe, no creo que sea diferente en la nuestra porque, aun de una forma superficial, hay necesidades de él.
“Por ejemplo: a usted no se le hubiera permitido aproximarse a mí en una situación tribal porque yo sería el hechicero, el sacerdote, el sabio de la tribu, entonces usted tendría que ganarse el derecho a hablar conmigo; pero ahora tengo la responsabilidad de hacerlo porque somos personas que hablan por la tribu.
“Octavio Paz era eso, hablaba por los mexicanos pero no lo hacía de manera retórica, sino de la forma en la que verdaderamente lo hacen los sabios de la tribu: calladamente y desde el centro del espíritu hablaba acerca de la identidad mexicana desde su propia confusión.
“Sí, desde su confusión porque se tiene que estar confundido para aclarar, para saber qué es lo que se quiere decir, es desde la confusión que sabemos para dónde vamos. Él lo hizo, confrontó todas las ambigüedades de su personalidad y de la cultura en la que estaba.
“Y esa es una función de todos los poetas, pero creo que no le damos mucha importancia porque suena pomposo, estúpido e irreal. Tratamos de decir la verdad y eso no significa que tengamos que decir lo que se tiene que hacer. Es una verdad que dice ‘esto no es correcto, algo está mal aquí’, y eso es todo lo que dicen los poetas.”
La verdad.