■ Durante las dos horas de concierto, los asistentes corearon las piezas hasta en serbocroata
Goran Bregovic convirtió al Teatro de la Ciudad en auténtico volcán balcánico
■ Junto a su banda Boda y Funeral conjuntó la música étnica con loops cibernéticos
Ampliar la imagen Acompañado de una decena de músicos, Bregovic ofreció un recital de piezas balcánicas en el contexto del Festival de México en el Centro Histórico Foto: José Antonio López
Estalló el volcán balcánico. Lo construyó, como en el mural de Leonardo en la Sistina lo hace con ese mismo dedo el primer hombre sobre la Tierra que aprendió a reflejar en un espejo el universo, con el índice el compositor Goran Bregovic y la erupción de lava y magma se elevó en una magna catarata de felicidad. Nadie pudo sostenerse en sus asientos durante las dos horas en las que diez músicos hicieron de los Balcanes el ombligo del planeta.
La noche del viernes ocurrió en el Teatro de la Ciudad uno de esos conciertos que dan sentido a la existencia entera. La banda de Boda y Funeral de Goran Bregovic hizo su debut en la capital mexicana y puso a la cabeza al Festival del Centro Histórico –en complicidad con Radical Mestizo e Instrumenta, dos instancias culturales de iniciativa ciudadana– de la cultura viviente mexicana.
Inició el ritual orgiástico con dos ángeles nacidas en Bulgaria que cantaron a capella una música que solamente los ángeles, es decir ellas, son capaces de formular en sílabas sinuosas, nacidas de labios femeninos en ósculos sonoros. Ver el brillo fulgurante, calcinarse la retina con el incendio en las niñas de esos ojos es una manera de encontrar el rumbo del futuro.
Sobre esa música de cuna que caía del cielo se montó el silbido grave y arenoso de una trompeta vieja, viejísima y balcánica que apareció tras la cortina roja de terciopelo de la entrada izquierda del público, que ya estaba sentado pero lo estaría por poco tiempo porque por la puerta derecha apareció una segunda trompeta anunciando lo contrario del Apocalipsis.
Ese Génesis se elongó con géiseres en tubas, dos, cuya madre les siguió en la caravana que culminó en el escenario con un hombre tan delgado y alto como Caetano Veloso, vestido de blanco, y entonces todo lo que era murmullo se convirtió en clamor, la brisa en una tormenta de agua tibia que no dejó de sonar ante la euforia transfigurada en sonrisas luminosas. Diez ejecutantes haciendo música en escena frente a miles sonriendo en las butacas. Acto de amor.
El tono exacto del placer
Ese introito-coito dio lugar a una encarnizada danza de cuerpos sudorosos que, jadeantes, no dejaron de bailar, cantar, hacer bum bum bum bum gas gas gas gas, jadear interjecciones en un idioma comprensible solamente para quienes participan en una orgía divina. ¿Algo más enardecedor que Wagner? Helo aquí. ¿Algo más erótico que Le Sacre du Printemps, de Stravinsky? Escuchadlo aquí en tres tubas, dos trompetas, sax tenor, tener sex, dos ángeles búlgaras, un percusionista-orquesta que canta himnos que parecen sufis cantados por Nusrat Fateh Ali Khan, pero que son balcánicos, y un señor enfundado en lino blanco cuyas alas de ángel se posaron sobre su índice derecho para construir el jardín de las delicias sin el feísmo del Bosco, sino con la belleza del placer que, por si a alguien se le había olvidado, a eso bajamos a este plano terrenal, a tener placer. El arcángel Goran nos lo recuerda a cada solfa.
Sonó entera la ópera gitana Karmen with a happy ending, que es la nueva obra maestra de Bregovic, entreverada con canciones viejas y piezas conocidas por una masa creciente que bailó y coreó inclusive en serbocroata las letras originales. Prodigio.
El concierto, por cierto, se tituló Alcohol, que es el nuevo proyecto que prepara Bregovic y lo hace, como anteanoche, con los mismos metales que sonaron en México, esos instrumentos arcaicos construidos a la medida humana, profundamente humana, tanto que el músico que ejecuta la tuba madre bien puede dormir con su instrumento, bañarse, comer y respirar como lo hace en el concierto. Al igual como suenan las trompetas, las flautas antiquísimas en dúo amoroso junto con los loops cibernéticos que controla Bregovic desde su lap top en plena escena. Un músico étnico, profundamente étnico, armado de tecnología.
Ustedes canten en serbocroata, invitó Bregovic al enardecido público, mientras yo les contesto con mi vaso de alcohol sorbiendo vida. He ahí el tono exacto del placer. El concierto pudo haberse titulado “Estamos chupando tranquilos” y bailando enfebrecidos y haciendo erupción unísona con las voces de los ángeles de ese par de mujeres, que no por casualidad todos nos referimos a ellas como El misterio de las voces búlgaras.
Orquesta de Boda y Funeral. Eros y Tánatos unidos, cantando. Candencias que son cadencias. Música de susurro y alarido. Cantan las mujeres búlgaras y es la danza de las grullas cuando se aparean. Suena el metal viejo y hondo en su raigambre de cultura de la Tierra más profunda y el público es una tea que baila, el placer es más fuerte que la muerte. Lo cantan las tres tubas en aria operística que repiten en eco las dos trompetas que repiten en onda en el estanque las voces misteriosas de Bulgaria resonando en su músculo labrado a golpe de milenios.
Goran Bregovic está feliz, igual que todo el público que ha oficiado con él este ritual de iniciación orgiástica. Su traje de lino blanco huele a alcohol, sudor y solfa desafinada humana, profundamente humana.
De la misma manera que termina un coito intenso culminó el concierto. Todos terminamos con una sonrisa que jamás se borarrá de nuestras almas.