Usted está aquí: domingo 27 de abril de 2008 Opinión Paraguay: todo dependerá de las movilizaciones sociales

Guillermo Almeyra

Paraguay: todo dependerá de las movilizaciones sociales

Los factores que llevaron a la victoria de Fernando Lugo, el cura suspendido a divinis, fueron la crisis interna del Partido Colorado, que se presentó muy dividido a las elecciones generales; la crisis económica que ha precipitado bajo el nivel de pobreza a dos tercios de los paraguayos; los desastres económicos, culturales y sociales que provoca la extensión del cultivo de la soya, que está en manos sobre todo de capitalistas brasileños; el comienzo de organización de una izquierda social compuesta por sindicatos y movimientos urbanos o campesinos; la radicalización de una parte de las clases medias urbanas, que impulsó a una ala del Partido Liberal –un partido muy conservador– a apoyar a un obispo condenado por el Vaticano pero que representa un sector radical de la Iglesia católica que está en crisis vertical y horizontalmente, como antes lo estuvo y en parte lo está aún la brasileña; más el amplio repudio a la opresión y explotación de Paraguay por intereses extranjeros (desde los militares de Estados Unidos hasta los terratenientes argentinos y brasileños) y, por último, el ejemplo que viene de otro país indígena, Bolivia, el que ha influido en un sector de base de las fuerzas armadas.

Ahora, gracias a esta combinación de crisis interburguesa, crisis en los aparatos de dominación (Estado, fuerzas armadas, Iglesia), crisis social y crisis política, Lugo se agrega a la lista cada vez más larga de quienes, por lo menos al llegar al gobierno, no lo hacen como agentes directos del imperialismo y de las clases dominantes locales. Por eso “el obispo que no puede obispar” plantea hoy un grave problema al Vaticano (que tratará de domarlo), al aparato estatal (formado en la violencia, la corrupción, el robo, el fraude, los asesinatos de campesinos durante más de 60 años dictatoriales, que saboteará toda política progresista y defenderá a muerte sus intereses), pero también al mismo Partido Liberal, que ganó las elecciones en teoría pero está unido como el ahorcado a su cuerda a los movimientos sociales que luchan por una reforma agraria y por la organización de los obreros y campesinos poniendo en riesgo así su propia existencia como partido de burgueses, terratenientes y profesionistas con ideología neoliberal.

Lugo no tiene mayoría en las cámaras y su minoría está dividida en dos grandes bloques (el liberal y el movimientista), los cuales a su vez tienen en su seno todo un abanico de posiciones. Su palanca para desarmar el aparato estatal heredado es por lo tanto débil y la formación política y organizativa de su amplia base de masas es apenas incipiente, ya que no tiene ni suficientes cuadros políticos afirmados en la sociedad ni un partido propio. Además, tiene que enfrentar la oposición férrea del gobierno brasileño que, al mismo tiempo que busca defender de la reforma agraria a los grandes intereses soyeros que se extienden de ambos lados de la frontera, se niega a pagar de modo equitativo a Paraguay la energía hidroeléctrica de la represa de Itaipú, que alimenta todo el sur industrial brasileño, y que, si duplicase o triplicase su precio, como pide justamente Lugo, le crearía a Lula un grave problema político con los consumidores (sobre todo industriales, pero también domiciliarios, populares). Por otra parte, una reforma agraria en Paraguay reforzaría la reforma agraria que Evo Morales quiere y no le dejan hacer en Santa Cruz, ahí, al lado mismo de Paraguay y, también, los reclamos de reforma agraria del Movimiento de los Sin Tierra brasileños, aliados de Lula pero enfrentados con él.

Lugo conoce la magnitud de los problemas económicos y políticos que deberá enfrentar y que se le presentarán todos juntos antes de asumir el gobierno: cómo formar y dosificar el gabinete para que represente a todos los que lo apoyan pero sea eficaz; cómo ir reduciendo el poder del ejército y de la burocracia estatal (ambos del Partido Colorado); cómo organizar su base difusa, muy golpeada por la emigración hacia Argentina, donde trabajan la mayoría de los obreros paraguayos; cómo reforzar su cuña en la Iglesia católica apoyándose en los pobres contra la jerarquía acostumbrada a negociar con la dictadura de Stroessner y con sus seguidores. Porque conoce esos problemas, hace declaraciones contemporizadoras, para ganar tiempo, diciendo, por ejemplo, que no tocará a los soyeros o que su modelo es Tabaré Vázquez, el más que moderado presidente uruguayo partidario de cualquier tipo de inversión extranjera y de un TLC con Estados Unidos, aunque el mismo sabotee el Mercosur. El obispo está aparentemente dispuesto a ceder terreno en lo internacional (ocupación estadunidense de parte del territorio, presión brasileña y del Vaticano, perfil bajo en el Mercosur y frente a la ALBA, por ejemplo), con tal de ganar tiempo para organizar su apoyo nacional. Porque, como demuestra el caso boliviano, no tiene otra garantía de estabilidad (por no hablar de triunfo) que la movilización y organización popular independiente frente a la Iglesia, el Estado y los partidos burgueses, sean éstos aliados o no. La suerte del gobierno de Lugo, aún no decidida, y su orientación, dependen exclusivamente de los campesinos indígenas y de los sectores explotados y oprimidos en Paraguay, y también en las obras en construcción y en las fábricas de Argentina donde los paraguayos comienzan a tejer una esperanza.

 
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