■ Lamentan especialistas que no se le reconozca lo suficiente
Rinden homenaje a la cuentista Inés Arredondo, a 80 años de su nacimiento
Ampliar la imagen Inés Arredondo y Juan García Ponce, en una imagen de 1968 Foto: tomada del libro La verdad o el presentimiento de la verdad, de Inés Arredondo
Inés Arredondo (1928-1989), una de las narradoras más destacadas y más queridas de la historia literaria mexicana, “todavía no es lo suficientemente valorada por la crítica nacional e internacional, ni conocida por el público en general”, expresó la especialista Luz Elena Zamudio al participar ayer en el homenaje a 80 años del natalicio de la cuentista culiacanense, celebrado en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
Para la estudiosa de la obra de Arredondo, los 34 cuentos que integran sus tres libros –La señal (1965), Río subterráneo (1979) y Los espejos (1988)– han dado a los críticos “un material que parece inagotable”. Junto con sus compañeros de la conocida generación de medio siglo, Huberto Batis, Juan García Ponce y Vicente Melo, Arredondo colaboró para que “México abriera sus fronteras al arte extranjero en una etapa en que el nacionalismo aún tenía fuerza”, apuntó Zamudio.
De acuerdo con Ana García Bergua, la de la homenajeada es una “escritura abismal, donde no hay lugar para la felicidad completa; los pocos instantes de felicidad que pueden vivir algunos personajes les cuestan siempre la vida o quedan despojados de sentido frente a la conciencia del otro lado: la muerte, la caída. Y de igual manera, en la caída y el pecado se encuentra ya presente la conciencia del pago, del cumplimiento de un destino, del sacrificio, como en La sunamita”.
En dos o tres décadas de posmodernismo, acotó García Bergua, “ha cambiado mucho la idea del mal en nuestra literatura; el mal se ha relativizado y los conflictos interiores de los personajes literarios corresponden ahora a otras consideraciones. El mal, en nuestra época, ha mostrado su cara banal, que puede ser igual de siniestra que la del mal representado por el pecado. Podríamos decir, parafraseando el final de Los espejos, que sobre la amargura de los cuentos de Inés Arredondo se yergue, en su ligereza, gran parte de nuestra cuentística actual”.
Claudia Albarrán, en su semblanza de la escritora, habló de cómo trabajó cada texto “palabra por palabra, línea tras línea, con el cuidado y la humildad de un artesano”. También autora de un puñado de artículos sobre teatro y literatura, un breve texto autobiográfico, un ensayo sobre Jorge Cuesta y un relato para niños, Arredondo abordó temas “prohibidos para las letras mexicanas de entonces”, como “el incesto, la homosexualidad, la traición, la demencia, el amor enceguecedor de la pasión, el triángulo amoroso, el aborto, el rencor entre padres e hijos, la hipocresía, el vampirismo, el voyeurismo, la contaminación por el mal, la orfandad originaria y sobre todo el autosacrificio”.
También investigadora sobre la obra de Arredondo, Luz Elena Gutiérrez de Velasco se refirió a su ensayo sobre Cuesta, considerado un fracaso inclusive por la misma escritora, pero que sirve como “un camino para acercarnos a Inés, a su inteligencia y su discurso”.
La ensayista Graciela Martínez Zalce abordó la veta fílmica de la homenajeada, ya que en los años 60 dos de sus cuentos, La sunamita y Mariana, fueron adaptados por ella, Juan García Ponce y los respectivos directores, en películas que conservaron los títulos originales.
Al final del acto se dio lectura a un texto que mandó desde Madrid Tomás Segovia, primer esposo de la cuentista, en donde afirma que “Inés Arredondo y sus amigos de entonces contribuyeron decisivamente a configurar los rasgos de una época de la literatura mexicana”. Asimismo, el dramaturgo Miguel Sabido dio un testimonio de su relación con la homenajeada.
En seguida la concurrencia fue invitada a trasladarse a la Coordinación Nacional de Literatura, del Instituto Nacional de Bellas Artes, en Brasil 37, donde fue inaugurada la exposición documental La verdad o el presentimiento de la verdad, dedicada a la escritora.