Prohibiciones absurdas
El 24 de febrero, ya instalado en la sucesión de su hermano, Raúl Castro anunció que levantaría algunas de las “prohibiciones absurdas” que se han ido acumulando sobre los cubanos desde hace mucho tiempo y por distintas razones. La primera en caer fue la de adquirir libremente algunos artefactos electrónicos como televisores, reproductores de DVD, hornos de microondas y computadoras. Se informó que en forma paulatina, conforme se incremente la producción de electricidad en la isla, será posible comprar sin restricciones equipos de aire acondicionado, regaderas y calentadores eléctricos (abril de 2009), así como tostadores, hornos y estufas de electricidad (abril de 2010). A principios de este mes, dieron la vuelta al mundo las fotos de cubanos que hacían cola para adquirir líneas de telefonía celular, y se permitió el acceso de nacionales a hoteles de primera clase, hasta entonces reservados a los extranjeros. Vienen más desregulaciones: la de la compra de insumos por los agricultores y una reducción de la tramitología en vigor para entrar y salir del país. Es inevitable, pero no necesariamente reconfortante: ahora los cubanos se forman en fila no sólo para recibir beneficios gratuitos y obligatorios, sino también para consumir y para pagar, igual que en el capitalismo.
Unas semanas después, el lunes antepasado, el hermano menor de Fidel dejó muy en claro que la imposibilidad de manifestarse no está incluida en la lista de las prohibiciones absurdas: mujeres y familiares de presos políticos que se llaman a sí mismas “Damas de blanco”, fueron desalojadas a la fuerza por la policía cuando se manifestaban en la Plaza de la Revolución, en La Habana. Su demanda principal es la liberación de medio centenar de individuos que fueron capturados en 2003, acusados de colaborar con Estados Unidos para debilitar el régimen, sometidos a juicios sumarios y condenados a penas de hasta 28 años de prisión.
Tal vez en algunos casos, o en todos, los cargos sean ciertos; eso es otro asunto. Pero, ¿saben?: hasta los traidores a la patria y sus parientes tienen derechos humanos, porque éstos son universales e imprescriptibles, y negar la libertad de expresión y manifestación es señal de barbarie, aunque se haga en nombre del socialismo.
Los avances educativos, de salud, de justicia social en general, logrados por la Revolución Cubana, serán impresionantes y conmovedores. El bloqueo y la perpetua agresión estadunidense contra la isla son abominables; el gobierno de Washington es, por mucho, el principal violador de los derechos humanos en el mundo; en México crecen la miseria y la desigualdad, impulsadas por una oligarquía ladrona que secuestró el poder público; Álvaro Uribe es asesino, paramilitar y narco; Lula y Bachelet abandonaron sus principios y se echaron en brazos del neoliberalismo. Pero nada de lo mencionado hace menos impresentables, en Cuba, la perpetuación del autoritarismo ni una sucesión en el mando del Estado que recuerda el más reciente cambio de rey en Arabia Saudita.
A ver si el beneficiario de ese relevo no pretende conducir la transición “a la china”, es decir: abrir la economía a la miel y a la hiel del capitalismo y dejar intacta la dictadura. En el país asiático, una casta divina que sigue conservando el nombre de Partido Comunista –oh, la fuerza de las tradiciones— logró implantar el peor de los mundos posibles: opresión con stress de competitividad y desigualdades sociales, televisores de plasma para algunos y garrotazos en la cabeza para otros.
Un dato alentador es que la Cuba de hoy es un hervidero de ideas y debates, que el gobierno no ha podido o no ha querido sofocar esa efervescencia y que la sociedad y sus individuos parecen dispuestos a participar y a hacerse escuchar. Ojalá que logren sacudirse las inercias del poder, que sean ellos quienes determinen cuáles de las prohibiciones son las más absurdas y desechables, que ganen libertad sin perder logros sociales. Se lo merecen.