Liza Minnelli en México: Déjà vu desde el VIP
Ampliar la imagen Liza Minnelli, durante su gira por México el pasado fin de semana
El cantautor Amaury Pérez, uno de los iconos de la nueva trova cubana, junto con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, presenció el concierto que Liza Minnelli ofreció el fin de semana pasado en la ciudad de Guadalajara, Jalisco. Amaury, sentado en primera fila, unido por varias circunstancias con la artista estadunidense, no pudo resistirse y escribió esta crónica que presentamos a los lectores de La Jornada.
Con Liza me unen varios puntos de contacto: ambos somos hijos de la farándula, nuestras madres fueron grandes actrices, fallecidas las dos a causa de sus excesos; nuestros padres, extraordinarios directores de espectáculos*. En el show me enteré de que su madrina, Kate Thompson, fue una gran actriz de los años 30 y 40, como la mía, que se llamó Felicia Amelivia. Hemos cargado con la cruz de heredar las profesiones de nuestros progenitores y defendernos contra viento y marea de las obligadas comparaciones.
Los dos, Liza y yo, crecimos en un mundo encantado y oloroso (con sus diferencias, claro) donde el canutillo, la lentejuela, el maquillaje, los encajes y las joyas eran más comunes que el pan y el arroz; esto lo explico a modo de introducción para que entiendan cuál era la temperatura de mi emotividad mientras iba para el concierto.
El teatro Telmex es un lugar endemoniadamente moderno y de un diseño que corta el aliento; está considerado uno de los teatros mejor equipados y cómodos del mundo (ya sabemos que los mexicanos cuando deciden hacerla no hay quien los pare). Nuestros asientos, pagados en un acto de generosidad habitual por mi cuñado, el pintor Ulises González, costaban 120 dólares cada uno y estaban situados en la primera fila de la zona VIP. Para que se coloquen en nuestra posición: con el telón cerrado, lo que teníamos enfrente, apenas a dos metros de distancia, era un pie de micrófono, cuatro referencias y tres telepromters (nunca he sabido cómo se escribe telepromters, así que perdonen esta falta, si la hubiera).
El teatro es inmenso y muy parecido en su distribución interior al Auditorio Nacional del DF, lo aforaron para la ocasión y así cohabitamos durante dos horas unas 5 mil almas en vilo. Las preguntas que volaban en el ambiente eran: ¿cómo se verá?, ¿estará gorda?, ¿vieja y agotada?, ¿hará un show corto para un público tercermundista?, ¿repetirá lo que ya le hemos visto hacer en decenas de presentaciones televisivas como una autómata profesional?, ¿se comportará como una diva excéntrica y aburrida?
Austeridad escenográfica
Cuando abrió el telón, a las ocho y media en punto, descubrimos el mundo fascinante del arte auténtico, nada de luces móviles, austeridad escenográfica absoluta, una banda de 12 músicos, piano, teclados, drums, guitarra, contrabajo, percusión, una cuerda de metales que sonaban como Dios en una sintonía perfecta, con una calidad de sonido estremecedora y cuatro bailarines-cantores, escogidos entre lo mejor del elenco estable de Broadway, que le dieron color y calor a esa fiesta del espíritu.
Con los acordes iniciales de New York, New York se desató el pandemónium y entonces, apenas con un seguidor, apareció ella.
Físicamente está como en sus mejores años, delgada y llena de energía. Sonriente y encantadora, entonó, con voz fresca y poderosa, un popurrí sobre dos canciones: Teach me tonight-The man I love, y entonces comprendimos que nuestras dudas se romperían una tras otra.
Era la Liza soñada y dispuesta a conquistarnos como si en ello le fuera la vida. Estaba vestida como siempre, blusa de brillo y pantalón negro, ausente de oropel (apenas una pulserita de plata y unos aretes pequeños de brillantes que sólo vimos los que nos sentamos en primera fila y que después se quitó), ni un anillo, ni un collar, pálida, pequeña y de aspecto frágil que más tarde se convertiría en un huracán.
Ése fue el principio de todo, y así transcurrió un maravilloso y cautivante show al más puro estilo neoyorquino, haciéndonos delirar, ovacionar, reír y llorar, nos llevó adonde quiso, y cuando después de tres cambios sencillos de vestuario, y una hora 50 de espectáculo, entonó al fin Best friends y New York, New York y como único bis I’ll be seeing you, a capella, todos sabíamos que habíamos visto y vivido una de las experiencias más extraordinarias de nuestras vidas.
La fuerza de Liza
Creemos conocer el arte interpretativo, la entrega que convoca, el profesionalismo, la consagración (uno también se dedica a esto), pero lo de Liza es definitivamente otra cosa, hay una fuerza, una historia, una verdad, unos genes, un caer y recuperarse en la vida que tiene necesariamente que dejar una huella, y en ella se comprueba.
Cantó y habló en inglés; fue tan cuidadosa y delicada que fraseó lento para que todos la entendiéramos. Es tan importante lo que canta, cómo lo canta y lo que habla (habla mucho, ¿a quién se les parece?**).
Sus ojos y sus manos son capítulo aparte, tan esenciales como todo lo demás. Liza no cierra los ojos nunca, y las manos, delicadas y trémulas, sin pintura, con las uñas comidas por la evidente ansiedad que la colma, recorren el espacio como queriéndolo abarcar todo: el aire y los invisibles espacios…Y baila (aún con dos prótesis de caderas, una ligera escoliosis y 62 años cumplidos) como una adolescente.
Me siento todavía a punto de estallar, no creo que sienta algo así nunca más porque no lo había sentido nunca antes, y por tanto lo desconocía, los déjà vu se me multiplicaron, me imagino que la gente que ha tenido experiencias con el LSD debe sentir y experimentar sensaciones parecidas; allí estuve yo, un cubanito, delirando ante una leyenda viviente y en mis propias narices. Cuando de pie la aplaudí al final, ella se acercó, y les juro que la pude tocar si lo hubiera intentado.
A mi lado, mi esposa Petí gritaba, chiflaba, lloraba, y se emocionó tanto que temí por ella; mi cuñado cumplió uno de los sueños de su vida y yo descubrí una nueva manera de sentir la felicidad.
Ver a Liza y luego morir, así de absoluto. Dios es bueno conmigo, voy a pensarlo dos veces antes de volverme a quejar por algo.
*Consuelo Vidal, actriz y animadora insuperable en todos los medios, y Amaury Pérez, el más completo director de espectáculos en teatro y TV, son los padres del cantautor cubano.
**Amaury Pérez es un infatigable conversador que puede desatar monólogos de horas frente a un auditorio dispuesto.