Desde Otras Ciudades
Chinos y tibetanos en París
Ampliar la imagen Estudiantes chinos protestan en París ante el paso del fuego olímpico Foto: Reuters
París. La comunidad china en Francia comenzó a formarse en 1876. A principios del siglo XIX había en París anarquistas, algunos comerciantes, tres restauranteros y manicuristas y, en provincia, algunos obreros en la industria de la seda artificial y el aceite de soya. Durante la Primera Guerra Mundial, Francia importó obreros chinos, muchos de los cuales fueron enviados al frente y, al finalizar, cerca de 3 mil evadieron la repatriación y trajeron a sus familias con bisuterías llamativas que vendían de puerta en puerta o en puestos alrededor de la Gare de Lyon.
Luego llegaron comerciantes de té, perlas, lacas y objetos de lujo que se concentraron en el barrio de La Madeleine. La guerra chino-japonesa dificultó la importación de productos y los comerciantes se reciclaron en la mercería francesa y la pedicuría. Hacia 1920 llegaron mil 500 estudiantes comunistas, entre ellos Deng Xiaoping, y al terminar la Segunda Guerra Mundial llegaron otros que se dedicaron a la confección en telas y cuero, industria dejada por los judíos expulsados por los nazis.
Se sabe que a fines de los años 70 había unos 20 mil chinos en París, pero hoy es imposible dar una cifra porque en los censos franceses no se toma en cuenta el origen étnico de las personas, sólo su nacionalidad, aunque los rasgos de una importante población revela la existencia de segunda y tercera generaciones de chinos al 100 por ciento.
De esta población, 80 por ciento vive en la región parisina y el resto se concentra en dos o tres ciudades de provincia. Mientras que, curiosamente, en el barrio de la capital identificado como Chinatown sólo hay una minoría china: la mayoría de sus habitantes proviene del sudeste asiático donde Francia tuvo colonias, quienes se instalaron, entre 1975 y 1982, en las torres recién construidas del barrio 13, cuyos departamentos atípicos menospreciaban los franceses. En cambio, los tibetanos que se han quedado en suelo francés son una ínfima mínoría del exilio de esa población, llegados con los viajes de difusión religiosa y nacionalista.
El francés tiene a su alcance centenas de escritos tibetanos traducidos a su lengua, así como centros de “iniciación espiritual” para los que hay cada vez más adeptos en todo el país. Mientras que “lo chino” se reduce a un esquema gustativo, plástico de dudoso gusto y de competencia industrial desleal. Indiferentes a los problemas de la geopolítica en Asia, se lanzan al boicot de los Juegos Olímpicos de Pekín y ponen en aprietos a su clase política y empresarial cuyos intereses en China se calculan en mil millones de euros.
Yuriria Iturriaga