■ A décadas de violentos sucesos, el miedo sigue vivo en las víctimas de la represión
Tras la guerra sucia “no hubo sicólogos para procesar la pesadilla; mucho menos justicia”
■ Victoria Mendoza Salgado presenta libro con testimonios de tortura; “la denuncia social, necesaria”
Ampliar la imagen Rosario Ibarra y Victoria Mendoza, durante la presentación del libro México 1977, testimonios de tortura Foto: María Luisa Severiano
Victoria Mendoza Salgado fue secuestrada a los 17 años por la Brigada Blanca en Jojutla, Morelos. Era 1977; tiempos de la guerra sucia. Junto con sus hermanos Josefina, que tenía 18, Xóchitl, de 23, y Raúl, de 25, fueron llevados al Campo Militar número Uno. Era presidente José López Portillo, quien, como sus antecesores, puso la contención de la rebeldía de esa generación en manos del Ejército, la Dirección Federal de Seguridad y torturadores profesionales como Miguel Nazar Haro, Arturo Acosta Chaparro y Luis de la Barreda.
Las dos hermanas menores fueron “aparecidas” 10 días después; los dos mayores fueron presentados a los tres meses. La tortura marcó sus vidas.
En estas tres décadas, Victoria hizo de la traumática experiencia de su familia morelense una historia de resistencia y reivindicación. Fue educadora en México y viajó al País Vasco para especializarse como sicoterapeuta. En Euskadi echó raíces. Ahí cría tres hijas y milita en la causa del movimiento abertzale (independentista). Es consejala del ayuntamiento de Irún, Gipúzkoa, por el partido Acción Nacionalista Vasca.
Usando las herramientas científicas de su profesión, ahora que está en sus cuarenta, finalmente pudo “conectar” con las huellas indelebles de sus días de tortura, el famoso “estrés postraumático”. Lo ha convertido en el motor de una nueva causa, el rescate de la salud mental de los torturados aquí y en el Estado español.
De esas lides surgió la idea de trabajar una especie de libro terapéutico con sus hermanos que aún viven en Morelos. Así se hizo México 1977, testimonios de tortura, que se presentó ayer en el Club de Periodistas.
Con su visión y su experiencia, especializadas en “hacer conectar las emociones y sentimientos colectivos” mediante técnicas de gestalt, la sicóloga analiza las prácticas de tortura que se vivieron en el México de los setenta y la que hoy en día se sufre, oculta y soterra en la España de José Luis Rodríguez Zapatero, como consecuencia de los juicios sumarios del juez Juan Baltasar Garzón.
“La represión contra el movimiento independentista, al que falsamente se vincula de manera genérica dentro del llamado entorno de ETA, ha arrojado hasta ahora una cifra de más de 2 mil ciudadanos que han sido torturados mientras han estado en manos de la policía española o vasca. Hay 737 presos políticos ilegalmente dispersos en el territorio del Estado español. Y son prohibidos y perseguidos los partidos independentistas, sus colectivos de derechos humanos y de juristas, sus periódicos y sus organizaciones, incluso sus expresiones culturales”.
La diferencia entre la tortura como ella la vivió en los setenta en México y como se aplica hoy en España es, dice, “de técnica”. A los independentistas que caen presos en Euskadi “se les tortura, sobre todo sicológicamente; si el abuso es físico, se cuida que no deje huellas visibles. Por ejemplo, se aplica la picana eléctrica dentro del ano. Se usa intensamente la privación del sueño, el mantener a los detenidos largamente de pie, el presenciar la tortura de sus familiares y seres queridos. Se tortura principalmente a los jóvenes, como escarmiento y porque, cuando denuncian, se les mina su credibilidad”.
Victoria recuerda cuando llegó a Donosti hace 15 años para estudiar una maestría. “No tenía ni idea, pensaba que iba a España. Nunca imaginé que iba a encontrar a un pueblo distinto”.
Una extraña conexión le hizo sentir una inmediata empatía con el pueblo vasco. “Mi bisabuela Victoria Aguirre Arzate tenía cuatro años cuando su familia abandonó el País Vasco para ‘hacer las Américas’ en México. Cuatro generaciones después, yo me fui al País Vasco con mi hija Elisa Valenzuela Mendoza, también de cuatro años”.
Entre ese ir y venir de una punta a otra del siglo XX, Victoria Mendoza transitó de la militancia revolucionaria en tierras de Zapata, a la persecución y tortura de la guerra sucia de los años setenta en México; de la especialización profesional, como sicóloga, a la inserción en el movimiento abertzale y la lucha contra la tortura en todas sus formas.
Una familia con ideales
El matrimonio formado por José Guadalupe Aguirre, empleado del Banco de Crédito Rural, y Josefina Salgado Basave, maestra y en algún tiempo asistente del líder agrarista Rubén Jaramillo, tuvo seis hijos: Nelly, Raúl, Xóchitl, Eréndira, Josefina y Victoria, que vivieron una juventud feliz en la tierra donde el general Emiliano Zapata había asentado su cuartel general. En los setenta, estos hermanos oían a Silvio Rodríguez, leían a Engels y a Marx, admiraban al obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, y formaron el Grupo Cultural Apatlaco. Algunos de ellos terminaron por acercarse al grupo armado Partido Proletario Unido de América, que formó Florencio El Güero Medrano –asesinado, como Jaramillo– en esa época de brotes insurgentes.
El 5 de agosto de 1977, buscando a Raúl, elementos de la Brigada Blanca secuestraron a sus dos hermanas menores. Al día siguiente detuvieron a Raúl y a Xóchitl. Durante 10 días estuvieron los cuatro juntos, con los ojos vendados y las manos atadas, en el piso de un baño donde había varios jóvenes más. Todos eran torturados constantemente. A las chicas, además, las torturaban sexualmente. Mientras, sus padres se movilizaron y denunciaron la desaparición de sus cuatro hijos. Se vincularon con el incipiente movimiento que ya encabezaba Rosario Ibarra de Piedra y contaron con la solidaridad del obispo Méndez Arceo y el abogado José Rojo Coronado.
Posteriormente trasladaron a Xóchitl y a Raúl al Campo Militar Uno. De sus testimonios, al salir de ahí, el movimiento en defensa de los desaparecidos pudo saber de varios que, como Jesús Ibarra, estaban recluidos y vivos.
Violada incontables veces por los custodios, Xóchitl quedó embarazada y sus captores le realizaron un legrado en condiciones extremas. “Yo –cuenta en su testimonio– nunca me he sentido delincuente. Sólo soñé con un mundo mejor y fui consecuente con mis ideas”. Al ser liberada, intentó retomar su vida. “No hubo sicólogos ni siquiatras para poder procesar la pesadilla. Mucho menos hubo, nunca, justicia.”
Treinta años después, el miedo sigue vivo en la familia Mendoza. Victoria considera que quienes han sufrido tortura deben hablar de ese episodio para superar el trauma y sus secuelas. “La denuncia social es necesaria. Eso pasó y sigue pasando. No lo podemos seguir permitiendo. Se lo debemos a los desaparecidos que no aparecieron y que ya no pueden gritar”.