Música
■ Cat Power
En su segunda visita a nuestro país, con un disco nuevo bajo el brazo y como fin de puente, Cat Power y su Dirty Delta Blues ofrecieron un concierto lleno de atmósferas, texturas visuales y un sinfín de fallas en el audio que mantuvo durante una hora y media al publico expectante y con el grito atorado en la garganta.
El concierto fue una muestra de blues posmoderno, donde la voz de Chan Marshall cubrió todo el Lunario para llegar hasta lo más profundo de la piel del público, en su mayoría viejos veinteañeros.
Cat Power presentó su más reciente material, Jukebox, el octavo en su carrera, que muestra la herencia de sus predecesores: The Greatest y The Covers Record: guitarras rasgueadas con clara influencia de Memphis y la interpretación de temas clásicos de artistas que marcaron su desarrollo en Nueva York, desde su particular punto de vista, alejándose más de la base folk e indie de finales de siglo que presentó en sus primeros discos… y alejándose, también, de su primera presentación en esta ciudad.
En esta ocasión se acompañó de la Dirty Delta Blues Band, cuatro músicos dispares en imagen, pero perfectamente compenetrados: un juvenil y tranquilo Judah Bauer en la guitarra, un sobrio y elegante Jim White en la batería, el delicado ritmo de un ligero Erik Paparazzi en el bajo y el sonido espacial y alto del redundante Gregg Foreman, que con la simpleza y limpieza de su ejecución permitieron el lucimiento de la voz de la delgada y al mismo tiempo ruda de Chan; cinco personajes en el escenario que a media luz fueron meciendo lentamente a la audiencia.
Un escenario limpio y de morados oscuros los recibió, y mientras los chicos se acomodaban y hacían honores a sus instrumentos, aparecía la protagonista de la noche, con un ramo de flores que iba lanzando a sus seguidores, quienes aguantaron 35 minutos de retraso y el olor de nachos y jalapeños. Todo se difuminó al verla saludar y tomar el micrófono para iniciar el recital.
Texturas oscuras rodeaban a la señorita Marshall, mientras el público la miraba fijamente, tomaba fotos, y la respetaba en exceso, posiblemente por la experiencia anterior en la que hasta callaban a la gente de las barras por los ruidos de las botellas de cerveza. En esta ocasión el público dejaba asomar gritos de asombro a cuentagotas, se mantenía expectante y en algunos momentos ajeno a lo que sucedía en el escenario, al grado de no escuchar bien la voz principal ni el bajo en el local, por lo que Chan pidió a sus técnicos de audio, una y otra vez, ajustar ese detalle, de hecho bajo del escenario a un costado a intentar solucionar los vicios que constantemente se hacían presentes en las interpretaciones, gesticulaba e intentaba dispararle al micrófono una y otra vez.
Después de tres canciones el primer golpe vino del escenario, para despertar al público sono New York, que hizo que la gente cantara tímidamente, mientras la señorita en el escenario hacía gestos con las manos de desgano y de rechazo ilustrando de mejor manera la letra. Si la versión de Sinatra es un claro homenaje, la de Cat Power es una crítica consciente y directa. Después vinieron más del Jukebo y algunas de You are free.
Chan intenta quitarse la camisa, la luz del seguidor principal se va, y es en ese momento cuando Cat Power se funde en cinco músicos en un escenario.
No hay mucho diálogo, lo básico entre escenario y público, pero en uno de los mejores encores que he tenido la suerte de ver se inicia un maravilloso momento en que las notas del piano y el bajo tienen una charla intensa y cruda, donde la distorsión y el feedback se vuelven un instrumento más en escena. La gente se impacienta y comienza a chiflar, muy poca tolerancia para ser gente conocedora y ávida de escuchar alternativas en la música, ¿no creen?
Se acabó el show y el puente, no queda más que ir a casa.