El Foro
■ Tropa de elite
Luego de realizar en el 2002 el estupendo documental Ómnibus 174, denuncia de un clima de violencia urbana tolerado y capitalizado por los cuerpos policiacos de Río de Janeiro, ligados en su mayoría a la corrupción, el realizador José Padilha presenta ahora Tropa de elite, su primer largometraje de ficción, una crónica más descarnada aún de la pesadilla cotidiana que viven los cariocas, atrapados en el continuo fuego cruzado entre las bandas de narcotraficantes, atrincherados en las favelas, y los policías y paramilitares que los combaten.
El realizador admite lo que todo ciudadano tiene claro: a mayor corrupción policiaca, mayor impunidad de los delincuentes, y desde las primeras escenas se ve a los policías recibir del narcotráfico el pago por su pasividad y encubrimiento. En la ficción de Padilha, todo se complica con el anuncio de la visita del Papa a Río de Janeiro y su decisión de ser albergado en un lugar cercano a una de las favelas más conflictivas.
El año es 1997 y la prioridad del Poder Judicial es frenar de inmediato, al menos por un tiempo, la violencia urbana. Para tal efecto recurren a un cuerpo paramilitar, el BOPE (Batallón de Operaciones Policiacas Especiales), tropa de elite con adiestramiento militar y facultades extraordinarias que incluyen la autorización tácita de violar los derechos civiles si llegan a entorpecer su acción contra el crimen. La parafernalia es elocuente: uniforme negro y el distintivo de una calavera, a la manera de las SS nazis; falta únicamente el saludo fascista.
Un persistente comentario en off describe la organización y faenas del grupo paramilitar, su lógica de exterminio, su pretendida vocación de honestidad (el policía corrupto es un hombre débil; sólo el superhombre incorruptible combate con eficacia al crimen). Toda acción que no se apegue a la ley del talión (ojo por ojo, diente por diente), o al dogma de la respuesta inmediata –retaliation militar estadunidense–; toda propuesta relacionada con el activismo civil contra la violencia y en favor de los derechos humanos, se juzga de entrada improcedente, cuando no ridícula. Esta lógica parece haber extenuado moralmente al capitán Nascimento (Wagner Moura), quien dirige los operativos policiacos, y que, en vísperas de que su mujer dé a luz, decide ceder su puesto a alguien mayormente motivado en la tarea. Dos jóvenes candidatos, el letrado y humanista Matías (André Ramiro) y el impulsivo Neto (Caio Junqueira), deberán educarse y sobresalir en la brutalidad y eficacia castrense a fin de garantizar el relevo.
La propuesta narrativa, por lo demás esquemática, es apenas un pretexto para delinear algún arquetipo de heroísmo individual o un modelo de responsabilidad doméstica. Lo que interesa al cineasta, más allá de estos hombres de paja, es describir una maquinaria de respuesta paramilitar al crimen, acudir al tremendismo como única explicación social posible, avivar la paranoia colectiva y un clima de recelo permanente que transforma a cada ciudadano en el vigilante en potencia que aplaude de antemano las soluciones autoritarias.
Tomemos una escena clave: la tropa de elite ingresa a un rave juvenil donde se fuma mariguana; dispara indiscriminadamente sobre traficantes y consumidores juveniles, responsabiliza luego a un joven sobreviviente de la muerte de sus amigos, señalándole que al consumir droga se ha vuelto cómplice activo de los criminales. Según esta lógica, el joven consumidor se ha vuelto responsable moral de la masacre, quedando la policía libre de toda culpa. Los delincuentes se matan entre sí, lo que finalmente legitima todo tiro de gracia.
En Brasil, país presa de la inseguridad y el miedo, la cinta ha sido un éxito enorme (13 millones de espectadores entre salas y video), y con la catarsis colectiva ha venido el aplauso sin reparos al elogio de la brutalidad policiaca, al sadismo de los entrenamientos paramilitares y a la anulación de cualquier alternativa de combate cívico. “La realidad es peor de lo que mostramos en la película”, señala el director como única explicación a su inesperada apología del autoritarismo.