El Foro
■ Familia tortuga
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Importa saber que Familia tortuga, de Rubén Imaz Castro, se realizó hace dos años y ha circulado exitosamente por diversos festivales internacionales, incluido el Ficco, en la ciudad de México, donde tuvo su estreno hace 15 meses; importa saber que al igual que varias producciones nacionales independientes, esta cinta batalló para encontrar un distribuidor dispuesto a correr el riesgo de su comercialización, y con mayor fortuna que Parque vía, Intimidades de Shakespeare y Víctor Hugo, y muchas otras cintas, ha podido al fin encontrarlo en Canana Films, compañía que la distribuye; importa saber todo esto porque el Foro de la Cineteca será una primera plataforma para difundir desde hoy, a nivel nacional, un trabajo que bien pudo seguir virtualmente enlatado varios años, sin que ello alterara en lo esencial los balances triunfalistas de nuestra industria en eterno despegue.
Retrato de familia en rituales de desintegración y duelo. En su primer largometraje, Familia tortuga, el director privilegia la recreación de atmósferas: un espacio doméstico donde la rutina y la incomunicación han sucedido al fallecimiento de la madre de familia; las calles donde deambulan con el desánimo a cuestas Omar (José Angel Bichir) y Ana (Luisa Pardo), hermanos cada vez más alejados uno del otro; una cantina con música arrabalera, donde el viudo José (Dagoberto Gama), siempre en apuros económicos, está a punto de vender a sus compañeros de sindicato para sacar a flote a la familia que apenas le reconoce cualquier esfuerzo; un departamento donde Ana sufre una decepción amorosa; un parque de fútbol donde Omar se resiste a la seducción, tan deseada, de un joven futbolista; y un jardín, refugio de fantasía del tío Manuel (Manuel Plata López), el anciano que afanosamente busca a su tortuga extraviada, mientras con cariño le habla a las plantas y a los perros que cruzan por su camino. Atmósferas de desolación y de ternura.
Esta paciente observación de cuatro personajes, en el interior de una casa a punto de ser puesta en venta, ocupa más de dos horas, pero la solvencia narrativa, el buen ritmo y personajes muy bien definidos consiguen que el espectador siga uno a uno los pormenores, conflictos y faenas menores de esta familia en las horas previas a su programada visita al panteón donde reposa la madre, cuyo altar improvisado preside la sala de la residencia casi abandonada.
De los personajes de esta familia en duelo, el más fascinante es, sin duda, el tío Manuel, encerrado en su mundo de soliloquios y extravíos sentimentales, haciendo las veces de asistente doméstico en su propia casa, con un lenguaje apenas inteligible y mirada siempre tierna, él es la persona más vital y quien con mayor esmero prepara la celebración mortuoria. Omar vive con dificultades su definición sexual y se refugia en la simulación del chat, en el frenesí del baile solitario y en el disfrute de su propio cuerpo, desentendiéndose de su padre, hermana y tío, ocupados cada uno en desfogues igualmente solitarios.
Familia tortuga, producción del Centro de Capacitación Cinematográfica, es una mirada original a los saldos de una pérdida afectiva, al esfuerzo penoso mediante el cual una familia sumida en la frustración y el recelo, consigue renovar sus lazos de comunicación. Tomadas una a una, en riguroso montaje paralelo, las existencias de los cuatro personajes desfilan frente al espectador como piezas de un modelo para armar. Las horas previas a la visita al panteón son el tiempo de una recuperación existencial y de un reajuste sentimental. No habrá espacio en esta cinta para el tremendismo familiar ni para el melodrama; en su lugar, un relato sobrio será la crónica puntual de separaciones y rencuentros. El estilo de Imaz Castro habrá sabido combinar exitosamente las múltiples anotaciones realistas y la fantasía entrañable del tío Manuel, tan fuera de este mundo y tan firmemente anclado en su lugar de siempre. Familia tortuga es, en el panorama actual del cine mexicano, un motivo más para reactivar nuestro optimismo.