■ Entregan, post mortem, el Premio Nacional de Periodismo a las indígenas
Colega de las locutoras triquis asesinadas aspira a continuar su labor periodística
Yanira Vázquez Martínez es una sobreviviente. Ella y sus dos mejores amigas, Teresa Bautista y Felícitas Martínez, que además es su prima, eran las locutoras de la radio comunitaria La voz que rompe el silencio, que transmitía desde el municipio autónomo de San Juan Copala, en la zona triqui, Oaxaca. Juntas preparaban el noticiero diario, investigaban y hacían los programas especiales, entrevistaban a todo aquel que cayera en sus redes reporteriles. Eran pioneras, pues nunca había sonado la lengua triqui en las ondas hertzianas.
“Pienso que ellas tenían su futuro en la radio. Yo también”, asegura. Felícitas y Teresa fueron asesinadas el 7 de abril en una emboscada en la carretera, cuando regresaban de Putla hacia su pueblo, Copala. Yanira quiere retomar sus tareas en la pequeña cabina de la radio en cuanto tenga condiciones mínimas de seguridad para regresar a la comunidad.
Vibra con el tema del periodismo. “Los que hacíamos La voz que rompe el silencio éramos tres chavas y dos chavos, de entre 20 y 23 años. Nosotros nacimos con el problema en la zona triqui. Como jóvenes no estamos de acuerdo con la violencia y las venganzas. En nuestros programas lo decíamos: que haya reconciliación. Yo tengo la esperanza de que también nos escuchen los jóvenes del otro lado, del Movimiento Unificado de Lucha Triqui. Sólo así puede terminar este problema”.
El programa favorito de las muchachas asesinadas era el de los derechos de la mujer. “Pienso que era muy importante. Estábamos muy orgullosas. Muchas señoras del pueblo nos comentaban que les gustaba, sobre todo porque ayudaba a sus hijas a entender que como mujeres tienen derechos”.
De entrada, la procuraduría de justicia de Oaxaca descartó como línea de investigación que el ataque contra las comunicadoras ocurriera por su papel de locutoras. Las considera simplemente “empleadas” de una radioemisora. El Ministerio Público local desacredita su pertenencia al gremio periodístico y sólo contempla dos vertientes en la averiguación previa: su pertenencia a una organización social, la Ubisort, y “la presencia de las féminas lejos de su comunidad de origen”.
Pese al empeño del gobierno de Ulises Ruiz por minimizar la función de las jóvenes en la radio, Felícitas y Teresa recibieron ayer, post mortem, el Premio Nacional de Periodismo en la categoría de orientación a la comunidad.
Testigo silencioso de la premiación fue la abuela de Felícitas y de Yanira, Gregoria Agustina. Sólo tuvo dos dudas cuando tomó la determinación más arriesgada de su vida: salir por primera vez de su sierra y viajar hasta la capital. ¿Quién iba a cuidar a sus nietos más pequeños, y quién iba a cuidar de la olla con frijoles y nopalitos que puso sobre el fogón? A los nietos se los trajo a México. Apagó el fogón. Y vino al Distrito Federal. De premios y periodismo Gregoria Agustina, de 76 años, no entiende nada, pero sí de lo que su corazón le exige: clamar porque se haga justicia. “¿Usted qué puede hacer para que haya justicia?”, pregunta a sus entrevistadores, una y otra vez.
Los padres de las jóvenes asesinadas no vinieron. El papá de Felícitas, Tiburcio Martínez, y la mamá de Teresa, Paulina Merino, han evitado dar la cara. Primero denunciaron que habían recibido amenazas. Poco después el gobernador Ulises Ruiz los llevó a Oaxaca, se tomó la foto con ellos y les dio apoyos económicos.
Pero los arreglos de los padres no alcanzaron a la abuela Gregoria, quien desde la muerte de su hija, la madre de Felícitas, se había hecho cargo de los nietos. Sin hablar una palabra de español, fue ella quien aceptó dar su testimonio a los periodistas locales en Copala. Y ahora jaló a la capital con Laura, de 14 años, Aniceto de 12 y el pequeño Hernán, de 8, para insistir, desde aquí, en su única palabra: justicia. Y en representación de Teresa, en ausencia de su madre, vino su prima Gregoria.
Jorge Albino y Macario García, autoridades del ayuntamiento autónomo, las acompañan: “Si no fuera porque pertenecían a la radio, hubieran sido dos muertas más del montón, dos más a las que se les da carpetazo sin hacerles justicia jamás”, señala Jorge Albino, coordinador del proyecto radiofónico.