Bocetos amorosos
Ampliar la imagen La escritora Enriqueta Ochoa, en un grabado de Ledesma, recibirá mañana un homenaje en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, a las 12 horas, en el que participarán Hugo Gutiérrez Vega y Carlos Montemayor, colaboradores de La Jornada, así como Esther Hernández Palacios
El mediodía de este domingo 18 en la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes (avenida Juárez, esquina Eje Central Lázaro Cárdenas, Centro Histórico), la maestra Enriqueta Ochoa recibirá un homenaje, con la participación de Hugo Gutiérrez Vega, coordinador del suplemento La Jornada Semanal, Carlos Montemayor, colaborador de este diario, y Esther Hernández Palacios. Allí, la escritora recibirá la Medalla Bellas Artes que otorga el Instituto Nacional de Bellas Artes. En coincidencia, el Fondo de Cultura Económica publicará en breve Poesía Reunida, tomo que recopila el quehacer literario de la maestra Ochoa. De ese volumen presentamos, como una primicia para nuestros lectores y con autorización de esa casa editorial, uno de los poemas allí cernidos
I
Aquí nació el amor…
Lentamente lo nombro
por el temor de que su amada
imagen
me despierte en ternuras y
sollozos.
Aquí nació el amor
como limpia cascada de luz,
que salva y quema.
Yo sabía que algún día
bebería ese ritmo misterioso y
caliente
de la vida, pero temía llegar.
Amado, noble y triste
que me ves sin verme desde
lejos,
amado potente y cálido
que me posees sin tocarme
y me despiertas en mágico
zumbido,
al calor de la tierra:
Dime,
¿cómo era yo cuando
marchaba oscura,
parda, desazonada,
entre esa larga siesta
de sombras sin memoria?
¿Cómo corrían mis ojos
nublados de cansancio
por las tardes sin tiempo
y cómo abrí la cárcel
del invierno forzado en que
dormía?
Urge saberlo en ti,
que despertaste mi vida
al milagro de la luz palpitante;
urge, sí,
porque en aquel país de ayer
ya no me encuentro,
y en el actual, el tuyo,
no sé si soy yo
o me he desvanecido
bajo la alta fiebre de rabia y de dulzura
con que te estoy amando.
II
Por entre la alta hoguera de la
noche
camino.
Soy aún la estatura
de la primera yerba
esperando la siega,
el paso vacilante
y la palabra a tientas.
El calor que me arde el corazón
es mayor que el que piso,
y al intuir tu presencia
hay un soplo caliente
que desvanece mis venas
y anuda mi garganta.
Podrán llamarme verde,
inmadura,
porque no sé la fiebre
del verano en la carne,
pero nada me importa
ni puedo oír a nadie:
estoy de rodillas
guardándome en el nombre
de yerba no cortada,
porque al llegar me encuentres
hecha tierra compacta
en himno amanecido.
III
Cuando llegues, Amor,
no alces tu corazón
hacia lo que sobre mí brille,
a mi sonrisa doliente
o hacia el temblor que prende
tu mirada;
déjame hundir las manos
en el voraz incendio
de esta muerte dictada a
cálidos silencios;
deja medir la eternidad temblante,
que levanto en la lágrima
nocturna,
y descienda mi grito quebrado
y maldecido,
si con él te he sangrado.
Mutílense las formas
que en su dardo de sombras
de ti me han separado;
devórenlas, trícenlas,
húndanse en abismos sin aire
ni garganta;
la jerarquía de tu amor retumba
estremeciendo de calor la Tierra
y no quiero más sol, más agua
más noche, más vigilia,
que el río de tu vida
corriendo entre mis días.