61 Festival Internacional de Cine de Cannes El nivel desciende un poco
Ampliar la imagen El director estadunidense Woody Allen posa con Rebeca Hall, a la izquierda, y Penélope Cruz, quienes actúan en la cinta Vicky Cristina Barcelona, que se proyectó fuera de concurso en el festival francés Foto: Reuters
Cannes, 17 de mayo. La perspectiva era demasiado buena para ser cierta. El cuarto día del festival de Cannes ha vuelto a la normal cuota de decepciones. La primera corrió a cargo de los brasileños Walter Salles y Daniela Thomas. Linha de passe supone un melodrama urbano a lo Rocco y sus hermanos: en un barrio pobre de Sao Paulo, cuatro hermanos –tres hijos de un mismo padre y otro menor que no conoció a su progenitor– viven con su madre, quien trabaja de sirvienta. Los jóvenes se ganan la vida como pueden –uno es mensajero en moto y otro atiende una gasolinera, mientras el mayor aspira a ser futbolista– pero no consiguen salir adelante.
Salles y Thomas acumulan descripciones reiterativas de la vida cotidiana de los personajes sin preocuparse por establecer un impulso dramático. Si bien la pericia formal del primero está siempre en evidencia, también se presenta esa proclividad a la tibieza que ha debilitado hasta sus cintas más elogiadas. Para cuando los hermanos se enfrascan simultáneamente en acciones indebidas y sus consecuencias, el espectador ya se ha instalado en la indiferencia. El melodrama con pudor no es melodrama.
Igualmente descriptiva, en un tono totalmente diferente, es la china Er shi si cheng ji (Ciudad 24), de Jia ZhangKe. No queda de otra que definirla como un docudrama, pues utiliza entrevistas tanto a personajes reales como ficticios para narrar los 50 años de historia de una fábrica estatal en Chengdu (la misma ciudad devastada por el sismo de hace unos días), que recién ha sido demolida para dar cabida a un lujoso complejo habitacional.
El interés de Jia es, claro, utilizar la fábrica y la historia personal de sus obreros para ilustrar los profundos cambios ideológicos y sociales de China. Del esfuerzo comunitario por el camarada Mao a la lucha individual por ser neocapitalistas; de la tradicional canción china al ponchis-ponchis moderno. Al margen de su desarrollo desigual –hay entrevistas demasiado largas y estáticas– uno se pregunta cuál es el sentido de las secuencias ficticias. Obviamente se trata, por ejemplo, de la actriz Joan Chen, en una afectada interpretación de naturalidad, la que da su testimonio. ¿La intención será hacernos cuestionar la veracidad de cualquier declaración a cámara? ¿O se trata de un juego de referencias al cine mismo?
En cambio, ha habido cosas bastante más explícitas, como la necesidad de algunos cineastas de pedir sus papeles de jubilación. Woody Allen debe ser el caso más apremiante. Su reciente Vicky Cristina Barcelona ha sido programada fuera de concurso en Cannes porque el nombre todavía evoca entusiasmo por reflejo condicionado (no había un asiento libre en la función de prensa de anoche). Pero es otra más de sus comedias escleróticas, esta vez situada en la ciudad del título para describir las sosas peripecias amorosas de dos gringas –una seria (Rebecca Hall) y la otra desmadrosa (Scarlett Johansson)– seducidas por un pintor (Javier Bardem) que no consigue terminar su matrimonio con una demente (Penélope Cruz).
Al son de una guitarra incesante, Allen pasea su cámara por la Sagrada Familia y el Parque Güell como cualquier turista atolondrado, y acaba concluyendo que los gringos, aunque esnobs, son demasiado cuadrados para relacionarse con europeos locos y apasionados. Menos mal que el desfile de clichés no se sintió obligado a incluir una visita a una plaza de toros, pero es un mérito muy pequeño.
Dentro de la Semana de la Crítica, donde está concentrada la mayoría de los títulos mexicanos, se proyectó hoy Lake Tahoe, de Fernando Eimbcke, nombrada la revelación del año por el Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica). Y en la noche, la tradicional fiesta mexicana, organizada por el Imcine en una de las playas de la Croisette. Es de prever el gentío de siempre, pues el tequila, los antojitos y los mariachis todavía llaman la atención por estos lares, sobre todo si son de gorra.