TOROS
Faenón de El Cid
El Cid llenó de pases naturales la monumental plaza de Las Ventas madrileña. Y se ganó otra vez Madrid como en años anteriores. Se la ganó al hacer el toreo verdadero. Al cantar solo, como la jaula del pájaro. Las escuelas funcionan para el aprendizaje primero. Luego el torero se escapa y canta solo o es uno más del montón de torerillos.
Semana de feria y desfile de toreros flojos, cortos, con revuelo de gallos y poco fundamento. A tono con los toros muy bien presentados, guapos, con andares de pavo real de salida y sólo bravuconerías en la lidia. Se salvan el toro del Pilar que correspondió a El Cid de encastada nobleza y dos novillos de Monte Alto encastados y de contra a la defensiva: los de Pereda, Domec, Don Pelayo y Samuel Flores los más espantables pero igual de descastados.
El Cid se levanta después de diez corridas celebradas muy por delante del resto de los toreros ¡cómo ha toreado el diestro de Salteras!
Con la muleta en la mano izquierda se fue al centro del redondel y realizó un concierto de pases naturales, toreo vivido y viviente, compenetrado con la afición madrileña. Compenetración que le llegaba por la espontaneidad de su lancear.
No llevaba la faena hecha, se adaptaba al estilo del toro y sus pases surgían naturales, relajados. La fuerza del torero se sentía muy honda, tenía sus raíces en algo muy íntimo que se transmitía incluso en la pantalla televisiva.
Era tal la emoción que lo embriagaba que pinchó y se le fueron las orejas. Más la tarde pasará a la historia de la monumental por la faena maestra del torero.
El Cid ha calentado la feria que se irá “pa arriba”.