TOROS
■ Escasa asistencia en el festejo inaugural de la temporada chica en la Plaza México
Contrasta la noble novillada de Vicencio con la tibia actitud de los novilleros
■ El Canelo, en maestrito
■ Roldán, con expresión
■ El Espartano, valiente y herido
Ampliar la imagen El torero Luis Manuel Pérez El Canelo Almaguer falla en la estocada tras lidiar al tercer astado de la tarde, de nombre Faraón, en la primera novillada en la Plaza México Foto: Alfredo Domínguez
Es tan apasionante el fenómeno taurino, tan singular el espectáculo tauromáquico y tan extraños cuantos en éste se involucran que, no obstante el espíritu de la época, todavía existen promotores, ganaderos, toreros e inclusive público y crítica especializada que den señales de vida de la milenaria relación hombre-toro en medio de una alelada globalización.
De otra manera no se entiende que cada tarde unos arriesguen su dinero, otros el pellejo y algunos otros su tiempo, sentimientos e ideas para ver si el milagro del toreo vuelve a ocurrir. Fe de carboneros laicos que apuestan por una religión añeja e incomprendida llamada tauromaquia que hace postrarse al más descreído y renovar sus convicciones a los fervientes devotos.
Pensaba lo anterior mientras veía el desfile de novillos impecablemente presentados y de bondadosa embestida de la renovada ganadería de Vicencio, propiedad de Julio García Mena, y los sucesivos desempeños de la terna elegida para el festejo inaugural de la temporada chica 2008 en la monumental Plaza México.
Vicencio, enclavada en el municipio de San José de Chiapa, Puebla, fue fundada en 1982 por José Andrés Enrique Cervantes López, con vacas de Piedras Negras y La Providencia, un semental de Haro y otro de La Providencia. Posteriormente el hierro fue adquirido por Rafael Cervantes López, quien a su vez en años recientes, muy mermada, la vendió a su actual propietario, Julio García Mena.
En ese lapso su nuevo poseedor agregó vacas de Mimiahuápam, toros de Jaral de Peñas y toros y vacas de Montecristo, incluido Trojano, que mereció el indulto en la Plaza México tras memorable faena de El Juli, así como su empadre completo. Ayer, Vicencio no sólo inauguró la temporada chica sino que además hizo su presentación en el coso de Insurgentes.
Con tamaños antecedentes el encierro acusó más cualidades que defectos, destacando entre los primeros la bravura para ir al caballo, la claridad de su embestida y la fijeza. Si a lo anterior añadimos la “cara” de los novillos, sus pitones y su fina lámina, estamos hablando de que por lo menos tres de ellos bien pudieron haberse ido sin una oreja al destazadero.
Por lo que se refiere a los defectos, en general los vicencios acusaron debilidad y alguno acabó soseando y con la cara a media altura, pero el tercero, de nombre Faraón, berrendo y careto, precioso de hechuras, con 417 kilos, permitió a Jorge Zamora El Espartano recrearse en verónicas y chicuelinas, adornar el morrillo con vistosos pares y sufrir grave cornada en la mano diestra. Desafortunadamente Luis Manuel Pérez El Canelo, que toda la tarde estuvo en maestrito solvente y desangelado, no supo aprovechar las bondades de ese novillo ni tampoco las de su lote. Así no se puede volver a la Plaza México tras haber cortado dos orejas la temporada pasada.
Tal vez lo más torero de la tarde lo hizo el hidalguense Miguel Ángel Roldán con el precioso quinto, Cardenal por mal nombre y castaño de pelaje, con 412 kilos, al enredárselo en sentidos derechazos. Lo insólito fue que el hombre, sin proponérselo, logró descabellar recibiendo. Salió al tercio entre división de opiniones.
Desde luego el ganadero de Vicencio tiene mucho trabajo por delante, pero también la gran satisfacción de haber “repuesto” un hierro por la que casi nadie apostaba.
Novilleros, si Castella y José Tomás se arriman cada tarde no obstante los millones de euros que han ganado, ¿qué les queda a los que sólo tienen millones de sueños?