Planeando la retirada
A casi seis años de la invasión, la situación es totalmente contraria a las previsiones iniciales estadunidenses. Sigue siendo caótica y el conflicto sangriento originado por las luchas sectarias se recrudece por momentos. El estado de impotencia en el que se ha sumido Estados Unidos se está resintiendo día a día, tras caer en el cenagal de Irak.
Ante esta situación el presidente George W. Bush en un discurso por radio el 18 de marzo de 2006 pidió a su pueblo que comprendiera que “no habrá paz, ni honor, ni seguridad en la retirada”, de manera tal que cualquier referencia a ella en la presente administración es absolutamente ociosa, sólo significa una herencia ominosa para la siguiente administración, ya que para salir del atolladero en que metieron Bush y sus halcones al país, deberá el nuevo gobierno comprometer prestigio, alianzas, objetivos estratégicos, tropas y mucho dinero, y eso…
Como toda operación militar, en la planeación de una retirada se determina el o los objetivos que es necesario alcanzar. En el caso de Estados Unidos en Irak y Afganistán, la determinación de dichos objetivos se torna muy compleja, pues no se trata simplemente, como fue en el caso de Vietnam, de salir abandonándolo todo al gobierno de Vietnam del Norte. Ni el Pentágono ni la Casa Blanca tienen libertad de acción.
Ante esta idea podría derivarse que los objetivos en que se está pensando serían: 1) conservar la hegemonía necesaria para dominar las fuentes de petróleo; 2) buscar una conciliación comprometida entre las diversas facciones del gobierno civil y en sus bisoñas fuerzas de seguridad; 3) buscar un mínimo equilibrio entre las tradicionales sectas en conflicto: sunitas, kurdos y chiítas, para llegar a un acuerdo de prudencia, lo que debe meditarse con esperanzas sumamente endebles, pues existe el riesgo de heredar con ellas una guerra civil, y 4) diseñar una fuerza de ocupación, que llevara una relación de equilibrio con el gobierno local y fuera apta para transformarse en una fuerza defensiva o de pacificación ante cualquier agresión de Irán, Siria, terrorista, o cualquier otra amenaza ante los intereses en el mar Caspio o una posible revuelta civil.
Dentro de la estrategia estadunidense, todavía de esta administración, se está buscando un acuerdo entre ambos gobiernos que debe firmar el iraquí que resulte elegido el primero de octubre próximo. En él prácticamente se aceptará ser un país bajo ocupación, pues legalizará el establecimiento de 14 bases militares estadunidenses estratégicamente situadas y hoy en construcción, cuyas ubicaciones y capacidades son ya accesibles (www.voltairenet.org).
Surge de esto que toda discusión sobre la retirada de tropas estadunidenses no es más que un engaño. Para Washington se trata únicamente de deshacerse de toda la responsabilidad en Irak, manteniendo sin embargo unos 80 mil hombres acantonados en las distintas bases mencionadas, con vistas a la realización de cualesquiera nuevas operaciones en la región, como ya se dijo.
La complejidad descrita hace ver que lo que se dijo en el artículo “Preparando la retirada” (13 de mayo de 2008), la retirada no será una cuestión de meses como la señora Clinton prometió, sino de años, y eso convirtiendo a Irak en un país ocupado. Estados Unidos está en una situación de inmovilidad frente a las impredecibles sectas, un gobierno de gran debilidad, la amenaza propia de un jaque de ajedrez por parte de Irán y Siria y sus compromisos en Afganistán.
La retirada de Irak o es una palabra alegórica o no existe. Los planificadores del Pentágono, el Estado Mayor Conjunto, debe estar abriendo varias alternativas, pero que en el fondo llegarán a la misma conclusión: se retirarán importantes efectivos y materiales, pero la presencia estadunidense en la antigua Persia será tan larga como propia de la historia de ese país.