El arte de la caza
En la 32 y Madison está la biblioteca-museo del multimillonario Pierpoint Morgan, especializada en manuscritos y partituras. Los libros de Horas y otros textos seculares –manuales técnicos y obras literarias– contienen ilustraciones de la vida cotidiana y descripciones de gente en ejercicio de sus profesiones y sus placeres.
Recientemente, se desencuadernó un manuscrito miniado para hacer una facsimilar (10 mil dólares) y, aprovechando el viaje, se exhibieron allí sus páginas. Se trata del Libro de la caza, escrito por un aristócrata, Gaston III, conde de Foix (1331-1391), conocido como Gaston Phebus por sus cabellos dorados. Aristócrata arbitrario, mató a su propio hijo en un arrebato de cólera y escribió después como penitencia El Libro de las Oraciones en francés. Murió, lavándose las manos, después de una cacería de osos. (Hay, por cierto, varias miniaturas de osos en este bello texto, se abrazan felices en los campos, son animales temerosos que sólo atacaban al hombre para defenderse.) Libro alegórico, profano y religioso a la vez, uno de los más completos que se escribieron en el medievo, demuestra que la caza aleja los malos deseos y las pesadillas; podríamos asociarlo con Alfonso X el Sabio (1256-1348), quien en una de sus Partidas escribió: “Cómo el rey debe ser mañoso en caza.
“Y para éste una de las cosas que fallaron los antiguos que más tiene es la caza, de que manera quiere que sea; ella ayuda mucho a menguar los pensamientos de la saña, lo que es más menester a rey que a otro home. Porque la caza es arte e sabidoria de guerrear e de vencer, de lo que los reyes deben ser mucho sabidores.”
No puedo dejar de pensar que Gaston hubiese debido leer a Alfonso X antes de asesinar a su hijo. Felipe IV, por su parte, murió de un ataque de apoplejía cazando jabalíes y, en venganza, su hijo mató a 120.
Pero vayamos al grano:
La cacería era un deporte aristocrático muy sofisticado, se practicaba en tiempos de paz y se asociaba siempre con el santoral religioso; los señores se representaban como seres superiores, de mayor estatura que los plebeyos, e iban montaban en caballos bellamente enjaezados, con bordados de las armas de su dueño. Los reyes católicos se apropiaron de este manual y utilizaron sus insignias en su escudo de armas.
Diversión estrictamente regida por rituales específicos, el tipo de vestimenta, la preparación de los cazadores y la de los animales –perros y caballos– y el tipo de presa que se buscaba. Cada una de las excursiones se organizaba de manera diversa, los trajes, los colores, los animales: la caza: venados de distintos tipos, conejos y liebres, lobos, jabalíes, linces, leopardos y aves de cetrería y perros para cazar codornices o faisanes.
Los más temidos eran los lobos y los jabalíes; bestias dañinas, se alimentaban del ganado o devoraban los cadáveres en los campos de batalla y eran cazados con ferocidad. Era peligroso cazar a los jabalíes con lanzas, por ello preferían cansarlos. Estos animales temibles son hoy especies en extinción.
Se utilizaban cuernos de caza cuyo sonido era un medio de comunicación. Los perros eran cuidadosamente entrenados, alimentados y medicados, se procuraba que no tuvieran ni espinas ni parásitos y se les alojaba en albergues donde la temperatura era regulada en invierno y en verano; los criados servían por igual a amos y perros; entrenados desde los siete años, eran casi tan valiosos como los canes que servían de guía a los exploradores y reconocían a los distintos tipos de venados por sus excrementos, y su condición física, por sus huellas. Después de la caza se repartían pedazos de carne y la cabeza se le daba como premio al perro alfa, entrenado por el lymer, cazador distinguido acompañado de su perro entrenador.
La fuente utilizada por el autor para escribir su libro fue La reina Razón y el Rey Método, de Henri de la Ferrière, normando. Se aconseja su lectura a quienes se sienten reyes y sean incapaces de contener su cólera.