■ Los padres se vanaglorian de que gastan hasta 200 pesos en las vestimentas de sus hijos

Pierde significado el jueves de Corpus como festividad religiosa; “es negocio”

■ Es una tradición generacional ir a Catedral y sacarles la foto a los niños vestidos de inditos, señalan

■ Ignora la gente el origen y propósito de la celebración

Laura Gómez Flores

Con guajes, costales y huacales al hombro, cientos de niños y niñas protagonizaron los festejos de Corpus Christi en la ciudad de México, ataviados con trajes de manta bordados, sombrero de palma o cofia de tela y huaraches, lo cual llamó la atención de turistas extranjeros, que pedían a los padres de los menores que les tomaran la foto del recuerdo, mientras éstos buscaban la mulita de su agrado para regalársela al compadre, al amigo o para hacer una broma a algún conocido llamado Manuel.

Una tradición con varios siglos de existencia, concebida para celebrar la eucaristía y proclamar y aumentar la fe de los católicos en Jesucristo, se ha convertido en diversión, en negocio y para las familias, que desconocen su significado, en un acto para vanagloriarse de gastar entre 100 y 200 pesos para disfrazar a sus hijos y llevarlos a la iglesia para sacarles fotografías, que terminarán en los álbums, señalaron molestas algunas monjas.

Mientras varios asistentes a la Catedral Metropolitana reconocieron que no saben el origen de este acto, pero “los chamacos se ven retebonitos con sus trajecitos y se divierten. Es como un domingo”; en tanto, otros aprovecharon para rogar que encuentren trabajo y “se acabe la mala suerte que los acompaña desde hace tiempo en su vida personal, laboral y sentimental”, y los comerciantes “hacían su agosto” vendiendo sus mulitas de paja entre cinco y 50 pesos, según el tamaño y “terminado del trabajo”.

Desde temprana hora, los padres de familias, con sus hijos en brazos o caminando, acudieron a la Basílica de Guadalupe y la Catedral Metropolitana, para lucir sus trajes de inditos y sus rostros maquillados o con la barba pintada, con su huacal lleno de trastos de barro, su comal, su tapete de palma, su anafre y “aventador” para atizar el fuego; junto con su guaje lleno de agua, como “si fueran a la siembra”, comentaban orgullosos los padres de familia, mientras caminaban hacia el altar.

“Se trata de una tradición generacional venir cada jueves de Corpus a la Catedral. Tomarnos la foto y compramos alguna de las mulitas que adornan la vitrina de la abuela, donde suman ya más de 100, de diferentes tamaños, colores, materiales y costo. La que nos gustó vale 35 pesos, porque tiene dos jarros pintados a mano y estamos pensando si la compramos o nos llevamos la de 20, pues el dinero ya no alcanza”, comenta doña Meche, que junto con sus cinco nietos espera la salida de sus hijos, que se entretuvieron en la iglesia.

“La festividad se ha convertido en puro negocio, ya no hay actos de recogimiento”, comentaron personas de la tercera edad que recorrían los alrededores de la Catedral, para “constatar que ya no hay ambulantes y se puede pasear tranquilamente por el jardín creado frente a la zona arqueológica y admirar edificios, que hace años no veíamos y pensamos que habían desaparecido”.

A diferencia de otros años, los vendedores de mulitas no pudieron “tenderse” en la vía pública para que la gente viera su mercancía. “Los polis no nos dejaron, pero nos las ingeniamos para ofrecerlas y nos ha ido bien. Ya sacamos lo que invertimos y hasta las ganancias”, dijeron.