Usted está aquí: sábado 24 de mayo de 2008 Cultura Stuttgart en México

Juan Arturo Brennan

Stuttgart en México

La reciente presencia de la Orquesta de Cámara de Stuttgart en esta ciudad permitió matar dos pájaros de un tiro: en primer lugar, escuchar un concierto de corte tradicional, con un programa atractivo, con muy buenos resultados musicales y gran solidez profesional; en segundo lugar, constatar que seguimos conformando un público primitivo, premoderno y con mucho que aprender en el camino hacia la auténtica melomanía.

Vamos por partes, con el asunto musical por delante. La obra inicial del concierto ofrecido por esa orquesta en la Sala Nezahualcóyotl fue el Divertimento K. 136 de Mozart, una de sus obras camerísticas más notables en cuanto a su engañosa sencillez. Aquí, los músicos alemanes dirigidos por Michael Hofstetter demostraron sobre todo una gran pulcritud en la articulación, haciendo destacar de manera clara y transparente cada apoyatura, cada mordente, cada uno de los fugaces y lúdicos gestos instrumentales planteados por Mozart.

Como consecuencia lógica de esta claridad de articulación, fue posible percibir con mayor claridad que en otras ejecuciones el sabio entramado polifónico planteado por Mozart en esa cristalina obra suya. Además, director y orquesta mostraron gran capacidad para lograr sutilísimos matices dinámicos, incluso al interior de compases individuales.

Más tarde, los violinistas Benjamin Hudson y Wolfgang Kussmaul se encargaron de las partes solistas del Concierto BWV 1043 para dos violines de Johann Sebastian Bach. A la usanza de las buenas interpretaciones de este tipo de repertorio, solistas, director y orquesta pusieron de manifiesto la tendencia a no hacer de los violines solistas héroes contestatarios a la manera romántica, sino colaboradores cercanos de la orquesta, con episodios enteros más a la manera obbligato que concertante.

Muy interesante también la aproximación estilística de los músicos de Stuttgart al movimiento central del concierto, un amplio Largo ma non tanto que por momentos parece trascender lo estrictamente barroco para asomarse a lo que sigue. Después de todo, ¿no es válido considerar, como lo hicieron Hofstetter y sus músicos, al Bach tardío como un sólido prolegómeno del estilo rococó? Así lo plantearon los de Stuttgart, y los resultados fueron muy interesantes.

La primera parte del programa concluyó con la Sinfonía No. 10 de Mendelssohn, cuya ejecución fue atractiva sobre todo por el énfasis en las diferencias rítmicas y dinámicas entre las diversas secciones de esta temprana obra en un solo movimiento.

La segunda parte fue cubierta por una compacta y expresiva versión de la portentosa Noche transfigurada, de Schoenberg, emblemática partitura metarromántica en la que ya se anuncia la disolución de lo viejo y la alborada de lo nuevo. El mérito principal de la orquesta fue el fino ensamble de las distintas secciones de la obra, combinado con una depurada gama de matices sonoros y expresivos a lo largo de una obra que, en las manos equivocadas, puede volverse monocromática en exceso. Las páginas finales de esta Noche transfigurada fueron ejecutadas con la coloración iridiscente que es indispensable para una buena conclusión.

Respecto del segundo tema que menciono a la cabeza de esta nota, me sigue asombrando el espíritu convencional y timorato de un buen segmento de nuestro público, que aplaudió a rabiar una pieza de Mendelssohn que no pasa de ser una expresión más del talento innato y la eficacia técnica del artista mimado y privilegiado, mientras que recibió con relativa tibieza la formidable y pionera pieza de Schoenberg, verdadero hito musical de la transición a la modernidad.

Se trata del mismo público que siguió aplaudiendo groseramente cuando los de Stuttgart ya iban por el décimo compás del movimiento inicial de la Pequeña serenata nocturna, de Mozart, ofrecida como encore. No cabe duda que la mentalidad del palenque y el karaoke sigue siendo un lastre difícil de largar.

 
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