La frágil popularidad presidencial
Las encuestas de opinión más recientes indican que el presidente Calderón tiene niveles estables de aprobación de la opinión pública que rondan el 60 por ciento. Los resultados son incluso mejores que los que obtenía Vicente Fox en el mismo tramo de su sexenio, es decir, el segundo y tercer trimestres del segundo año de gobierno. En el caso de Calderón estos niveles de aprobación tienen un significado adicional porque no solamente indican que la mayoría de los mexicanos está satisfecha con su desempeño al frente del Poder Ejecutivo, sino que también expresan el reconocimiento de su legitimidad como Presidente de la República, y son una respuesta a la corriente de opinión que insiste en denunciar lo contrario. Datos de este tenor contribuyen a estabilizar un clima político nublado. Sin embargo, las encuestas (Consulta Mitofsky, Situación económica. Acuerdo presidencial. Preferencia electoral, abril de 2008, www.consulta.com.mx) también sugieren que un sentimiento de incertidumbre se ha apoderado de los mexicanos. No sabemos muy bien cuál es su origen; puede ser una situación económica que muestra señales de deterioro, la crispación de las relaciones políticas que inducen la movilización lopezobradorista y los conflictos en el interior del PRD, o el temor que provoca la violencia vinculada con el narcotráfico, que tiende a mezclarse y a imponerse a la criminalidad en las calles. Lo cierto es que existe un ambiente enrarecido que oscurece el futuro, y le imprime fragilidad al apoyo de la opinión pública al Presidente.
En general, una de las variables más confiables de medición de las percepciones de la opinión pública del desempeño presidencial son las perspectivas económicas. Si éstas son malas, la evaluación tiende a ser negativa. Curiosamente, los niveles de aprobación del presidente Calderón coinciden con un agudo pesimismo económico: 68 por ciento de la opinión considera que la situación económica ha empeorado. La desconexión es todavía más sorprendente si miramos las respuestas a propósito de cuáles son los principales problemas del país y de cuánta atención –según los encuestados– presta el Presidente a cada uno de ellos. En febrero del presente año (cuando 70 por ciento consideraba que la situación económica estaba peor) la mayoría consideraba que el problema número uno del país era “la crisis económica” (Consulta Mitofsky, Evaluación ciudadana. Cinco trimestres del gobierno de Felipe Calderón, febrero de 2008, www.consulta.com.mx), pero muy pocos creían que el Presidente prestaba mucha atención a la solución de problemas como el desempleo, la pobreza y la inflación. Estas respuestas sugieren que el manejo de la economía influía muy poco en la evaluación del Presidente.
En la encuesta referida la opinión pública también identifica la inseguridad y el narcotráfico como dos de los grandes problemas que enfrenta el país. Incluso si comparamos estos resultados con los de una medición semejante que se hizo en febrero de 2006, encontramos una notable disminución, pues entonces para 30 por ciento de los encuestados la inseguridad era con mucho el problema número uno; sin embargo, si al 20 por ciento que le dio esa importancia en 2008 le sumamos el 8 por ciento que consideraba que el principal problema era el narcotráfico, obtenemos 28 por ciento. Un resultado seis puntos superior al de quienes veían en la crisis económica el problema más importante. Si a esta percepción añadimos la de que más de 40 por ciento de los encuestados consideraba que el Presidente dedicaba mucha atención al problema de la delincuencia, entonces podemos explicar los niveles de aprobación del Presidente a partir de su compromiso con el combate al crimen organizado.
Este problema gravísimo no habrá de resolverse en el corto ni mediano plazo. Existe incluso la probabilidad de que empeore; pero esto no le asegura al Presidente el apoyo de la opinión. Podemos perfectamente imaginar que los niveles de aprobación disminuyan si los daños colaterales de la lucha antinarcóticos se extienden y comprometen las vidas de terceros, o provocan la violación de derechos humanos, o si se materializan las predicciones inflacionarias del Banco de México, y si el gobierno se muestra incapaz de lidiar con la crisis de alimentos. Cualquiera de estas mariposas negras que sobrevuelan el mandato presidencial puede precipitar un vuelco en las percepciones de la opinión pública del desempeño presidencial. La estrategia lopezobradorista de movilización también alimenta la incertidumbre imprecisa y difusa que imprime a estos tiempos el sello de la fragilidad.