Doce hombres en pugna
Antonio Crestani hizo un excelente papel al frente del Centro Universitario de Teatro y ahora esperemos igual desempeño como responsable del Centro Cultural Helénico, por lo que el fallido glamur del primer estreno bajo su gestión no debe achacársele, sino al productor del mismo. Alfombra roja, vallas limitando por un lado el acceso a las rampas colocadas para facilitar el paso a los viejos y cojos –o a los viejos cojos– y, por el otro conteniendo a reporteros y fotógrafos que obtenían sus fotos y entrevistas de prensa a las figuras televisivas que desfilaban por la pasarela, alguna actriz despistada vestida de gran gala, enmarcaban este asalto de la televisión al teatro. Esto último se advierte de manera más significativa en los créditos del programa de mano que hacen mayor hincapié en las participaciones de los actores en telenovelas que en teatro, aunque muchos de los actores, desde el veterano primer actor Ignacio López Tarso hasta el más joven Rodrigo Murray fincaron su carrera en los escenarios. Un público un tanto villamelón que aplaudía, con ingenuo deleite, cada gracejada dicha por alguno de los personajes y que aplaudió la entrada de los actores a la vieja usanza. Es posible que el productor Pedro Ortiz de Pinedo haya recurrido a todo esto para atraer un público más interesado en el desempeño de los actores en televisión que el gran mérito de algunos de ellos en los escenarios, pero un cierto sentimiento de ridículo –yo lo tuve– y el rechazo que muchos sentimos ante la televisión, aunque no caigamos en el absurdo extremo de reprochar a los buenos actores y actrices que figuren en telenovelas, hubiera creado mayor malestar si no fuera porque la dirección fue encomendada a ese total hombre de teatro que es José Solé.
Doce hombres en pugna de Reginald Rose es conocida entre nosotros en su versión cinematográfica de 1957 dirigida por Sidney Lumet con Henry Fonda en el papel principal y la televisiva de 1997 con Jack Lemmon encabezando reparto. Es un excelente drama que no ha perdido vigencia en su alegato contra la pena de muerte y por la manera en que se va detallando el crimen que los doce jurados exponen en su deliberación, así como la caracterización de cada uno de ellos, de diferente estrato social, que se va dando durante el alegato. Muchos espectadores no conocen ni la película ni el video y la inteligente manera en que el jurado 8 –esta vez encomendado a Ignacio López Tarso– demuestra paso a paso su tesis y va convenciendo a los otros miembros del jurado, creando una fuente de suspenso, es muy atractiva y convincente. Abundar en ello sería vender la trama para los posibles lectores que no la conozcan.
Con una minuciosa y realista escenografía de Fernando Payán que recrea en todos sus detalles la sala de jurados de la corte de Nueva York en 1957, con iluminación de Jorge Ramírez, vestuario de Diana Muñoz y música original de Rorro Aguirre, se va desenvolviendo la historia. José Solé, además de su muy limpio y acertado trazo escénico que recurre a los movimientos indispensables para cada momento de la acción escénica, logra volver homogéneo un elenco (David Ostrosky como jurado 1, Miguel Pizarro como jurado 2, Juan Ferrara como jurado 3, Roberto Blandón como jurado 4, Miguel Rodarte como jurado 5, Marco Uriel como jurado 6, José Elías Moreno como jurado 7, Ignacio López Tarso como jurado 8, Aarón Hernán como jurado 9, Salvador Pineda como jurado 10, Patricio Castillo como jurado 11 y Rodrigo Murray como jurado 12) de muy diferentes generaciones y formación actoral, logrando que cada uno interprete de manera cabal a sus personajes, mostrando su manera de ser, su extracción social, sus prejuicios e incluso parte de su historia personal. La hostilidad hacia el jurado 8, las dudas que se van teniendo, la acritud con que se enfrentan a veces, incluso la manera de relajarse durante las pausas en la discusión para volver a ella con renovados bríos, van pautando la escenificación con los pequeños cambios de ritmo y los matices que actores y director logran.