■ El “mito de las bandas sonoras” actuó en el Auditorio Nacional
Evocan 10 mil asistentes los clásicos del cine con Morricone
Ampliar la imagen El músico italiano durante su presentación en el recinto de Reforma
Ennio Morricone, “mito de las bandas sonoras, hombre que ha supeditado su música a las imágenes”, como lo calificó Clint Eastwood, hizo del Auditorio Nacional, la noche del martes, una gran sala cinematográfica imaginaria, en la que el sonido de cada fragmento de película que creó y recreó introdujo al público en un viaje a través de los 24 cuadros por segundo.
Morricone, la Roma Sinfonietta y el Coro de la Ciudad de México (compuesto por sopranos, altos, tenores y bajos, dirigidos por Gerardo Rábago) mutaron en un proyector que exhibió, en un recinto lleno, secuencias fílmicas por medio de las notas musicales. No hizo falta una gran pantalla, pues del cuaderno pautado del maestro –compositor de alrededor de 540 scores– emanaban bellos sonidos que hacían imaginar cada escena, cada toma, que erizaron la piel de los más de 10 mil asistentes.
La jornada músico-cinematográfica comenzó con Los intocables, de Brian de Palma, y Érase una vez en América, del compañero de escuela y viaje de Morricone, Sergio Leone; se trataba de dos cintas estadunidenses con sello italiano, dos clásicos narrados sonoramente a la perfección por la Roma Sinfonietta.
Luego regalaron dos adagios: Adiós montes (de la película para la televisión Los novios) y el Tema de Vatel, en los que la solista del violín Francesca Vicari dio la pauta al combo italo-mexicano. Vinieron otros temas de carácter sensual: H2S, El clan de los sicilianos, Supongamos que una noche cenando, El que grita amor y Como Maddalena, acústica que devino gráficas retro en blanco y negro, y color sepia del realismo cinematográfico italiano.
La batuta de este genio de la composición dibujaba en el aire y la Sinfonietta reproducía la luz a través del cinematógrafo. El respetable, en su mayoría gente madura, en ocasiones no entendía los cortes entre las piezas y aplaudía en cada silencio, que el maestro domina, para hacer como si también se escuchara.
Viaje por caminos ondulantes
Dedicó una sección a su compañero de mil batallas Sergio Leone (artífice del mal llamado spaghetti western) para, con su acústica, proyectar Érase una vez en el oeste, así como la clásica El bueno, el malo y el feo.
Hubo un intermedio y no fue para comprar palomitas o dulces, sino para viajar por los sinuosos caminos de la flauta de Mónica Berni con las piezas Por la antigua escalera y La herencia Ferramonti. El cine social fue otro de los temas del concierto. La batalla de Argel, película basada en los hechos que precedieron en la capital de Argelia a la independencia de ese país, fueron plasmadas en una especie de tímpano de celuloide. Sostiene Pereira, que surgió de la novela homónima de Antonio Tabucchi, que en cine dirigió Roberto Faenza, hizo que las mujeres de más de 50 años recordaran a quien hizo de viejo periodista, Marcelo Mastroiani. Siguieron La clase obrera va al paraíso y Pecados de guerra, que en cada negra o corchea pintaba en nuestra imaginación las fotos de las escenas.
Ni la incomididad de las sillas del auditorio ni los incesantes movimientos de quienes esperaban gozar de un concierto de música de academia habitual, distrajeron a los que de verdad viajaron a esos sitios creados por el séptimo arte.
No pudo faltar La misión –cinta que según Morricone le debió haber valido un Óscar– y las piezas El oboe de Gabriel, Cataratas y Así en la tierra como en el cielo. Pero, cual concierto de rock, el respetable hizo regresar a Morricone, visiblemente cansado, en un encore casi obligatorio. El italiano y su orquesta coral, así como su solista, la soprano Susanna Rigacci, interpretaron fragmentos de Cinema Paradiso y la repetición de Érase una vez en el oeste, que la gente acompañó con aplausos y el regocijo de apreciar a uno de los mejores compositores del mundo, gracias a la visión de la productora Music Frontiers.