Usted está aquí: jueves 29 de mayo de 2008 Opinión Fotografía

Fotografía

Alfonso Morales Carrillo

Fata Morgana

■ Los horizontes metafísicos de Javier Hinojosa

Ampliar la imagen Sólo a poderes sobrenaturales podía responsabilizarse de la aparición de formas flotantes, dúctiles y vaporosas en el horizonte. Arriba, una de las 16 fotografías de la Laguna de Mayrán, en Coahuila, que forman parte de la exposición de Javier Hinojosa Sólo a poderes sobrenaturales podía responsabilizarse de la aparición de formas flotantes, dúctiles y vaporosas en el horizonte. Arriba, una de las 16 fotografías de la Laguna de Mayrán, en Coahuila, que forman parte de la exposición de Javier Hinojosa

A Morgan Le Fey, hada que fue hermana y enemiga del Rey Arturo, remite el nombre del espejismo que nos hace ver castillos en el aire: Fata Morgana. Esa denominación nos recuerda que no es lo mismo un milagro certificado por la jerarquía eclesiástica que una ilusión producida por artes hechiceras. Imagino que hubo un tiempo en que tales palabras se pronunciaron con el temor reverencial requerido para hablar de encantamientos y sucesos inexplicables. Sólo a poderes sobrenaturales y maléficos podía responsabilizarse de la aparición en el horizonte de formas flotantes, dúctiles y vaporosas, cual si hubieran emergido de los sustratos del sueño, que eran, a fin de cuentas, inalcanzables. Las visiones de lo que parecía ser real y resultaba inexistente debieron confirmar que el universo era gobernado por deidades o entes afectos a jugar con la credulidad de la especie humana, tan confiada en lo que sus ojos declaran como verdadero.

A saber cuántos navegantes y viajeros cayeron en el señuelo de esos lugares inventados por la lejanía, que no eran sino ilusiones ópticas producidas por la refracción de la luz en capas de aire caliente y frío. A la historia de los extravíos motivados por el efecto Fata Morgana pertenece la expedición científica que en 1913 encabezó Donald Baxter MacMillan y tuvo por destino una tierra ignota del Ártico. Siete años antes, el explorador Robert Peary había contemplado, desde Cabo Thomas Hubbard, una isla de grandes dimensiones que fue bautizada como Crocker Land. Los mapas disponibles no registraban ese territorio, donde cabía incluso la posibilidad de encontrarse con una nueva raza humana. Transcurridos varios meses en que padeció desgracias de toda índole, sufrió las inclemencias de un paisaje congelado y esperó impacientemente su rescate, MacMillan sobrevivió y debió aceptar que aquella isla atisbada por Peary, objetivo de la expedición científica, había sido un espejismo. Nadie hubiera podido llegar a Crocker Land porque esa ínsula no era más que una jugarreta de Fata Morgana.

A otra clase de ilusiones se refieren las obras en que el artista multidisciplinario Josep Renau y el cineasta Werner Herzog convocaron el espíritu de Morgan Le Fay. Fata Morgana USA, libro editado por Renau en 1967, es una colección de fotomontajes que hacen la crítica del sueño americano exhibiendo el reverso sombrío de su alegría propagandística y publicitaria. Fata Morgana, filme documental realizado por Herzog en 1970, es un responso denunciatorio del colonialismo que convirtió en tiradero industrial al desierto del Sahara. (La voz y la música de Leonard Cohen acompañan los travelling que muestran las fábricas y los despojos que el capitalismo trasnacional había levantado o dejado caer en esas arenas.) En nuestros nuevos espejismos, de acuerdo con Reanau y Herzog, hay frituras que se ofrecen como panaceas e instalaciones petroleras que arden como lámparas votivas en honor de Mammon y su codicia irrefrenable.

Viajero en un planeta sin lugares que escapen a la mirada satelital y al aprovechamiento o depredación de los seres humanos, el fotógrafo Javier Hinojosa sabe que incluso en esta era de tiempos y espacios globalizados hay lugar para los hechizos de Fata Morgana. En sus trabajos recientes se ha empeñado en vivificar al paisaje fotográfico en tanto lugar de asombros y recurso de la contemplación reflexiva. El género que desgastaron los falsos lirismos encuentra en el solitario editor de Los cuadernos del insomnio la posibilidad de ser simultánemente afirmación ética e indagación estética. En imágenes que son complemento y sublimación de su activismo como ecologista, la naturaleza se muestra en la sutileza de sus menudas tramas, mediante los delgados hilos que sostienen a las maravillas y son asimismo testimonio del efecto de los cataclismos.

La serie que Javier Hinojosa ha titulado Fata Morgana es un ensayo sobre el horizonte como frontera de lo visible. Más de una lectura admiten estas imágenes que invitan a desentrañar la sucesión de planos en que lo reconocible transita hacia lo informe y viceversa. Los horizontes que retrata Hinojosa se mueven en la profundidad del espacio geográfico, en la lisa superficie de la representación fotográfica y también en la dimensión metafísica en que es inútil distinguir entre realidad y sueño. La contemplación como ejercicio de comprensión y depuración, más que el registro del paisaje como escena fija, es el tema de Fata Morgana, trabajo que Javier Hinojosa exhibe en estos días en la Galería de Arte Mexicano (Rafael Rebollar 43, colonia San Miguel Chapultepec). A contracorriente del ruido visual que nos rodea, al margen de las modas dominantes de la producción artística, convencido de la necesidad de defender la integridad de los espacios naturales, Hinojosa nos ofrece nuevas pruebas de que ha encontrado su propio camino para llegar a la fuente de todas las elegías.

 
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