Disquero
Una hermosa biografía
Me gustan dos cosas: las personas y la música. No sé cuál de las dos me gusta más. Lo que sí sé es que me gusta hacer música con esas personas, porque es con la música como uno puede lograr el más profundo nivel de comunicación.
Las anteriores son las palabras que el maestro Leonard Bernstein (1918-1990) pronuncia al inicio de un trabajo fílmico fenomenal, The gift of music, realizado en 1993 por Horant H. Hohlfeld y que aparece ahora en los anaqueles de novedades discográficas en ocasión del cumpleaños 90 de este director de orquesta, compositor, bon vivant, hombre de ideas progresistas que con tantas virtudes logró una permanencia constante en el mundo a pesar de haber desaparecido físicamente hace casi 18 años.
El subtítulo de este trabajo, An intimate portrait of Leonard Bernstein, se ajusta a la perfección al contenido de este documental bajo el sello Deutsche Grammophon. Entre otros logros, alcanza la magia, el rapport, el caudal amable y empático del género biografía en sus niveles superiores. No solamente retrata sino contagia, comparte, informa, educa, instruye, ilumina.
Narrado por la actriz Lauren Bacall, este documental contagia la pasión por la vida que profesó Lenny Bernstein. Comparte su vasta cultura y su ejemplar sabiduría. Informa de sus avatares humanos. Educa no solamente en conocimientos musicales, biográficos, aspectos socioculturales, también en el preciado arte de vivir. Instruye en los valores de la amistad, la educación, la humildad.
Después de las palabras iniciales que ya de entrada retratan de cuerpo entero a Bernstein, la voz en off de Lauren Bacall nos remite a los datos genealógicos del personaje y al trazo de su trayectoria de relámpago: tan sinuosa y quebrada como pronta y luminosa. En contraparte a la figura retórica del relámpago: la luz de Lenny no es fugaz.
En pocas personas existe la clara conciencia de la misión en el mundo: Bernstein cuando habla sabe lo que dice y casi sabe siempre lo que sigue: vivir, vivir intensamente. Por ejemplo cuando sus pininos como director de orquesta narra cómo el legendario Artur Rodzinsky lo eligió como su asistente en la Filarmónica de Nueva York: “me dijo: ‘anoche repasé mentalmente la lista de los candidatos al puesto y le pregunté a Dios, ¿a quién elijo?’ Me respondió: ‘elige a Bernstein’”.
¡Dios! Se alarma Bernstein frente a Lauren Bacall. “Para lograr puestos anteriores yo había enarbolado cartas de recomendación de Copland, de Mitropoulos, pero ¡una recomendación de Dios!” Y con ese sentido del humor tan suave cuenta Bernstein cómo logró el amor de los hasta entonces cerradísimos, herméticos, cuadradotes músicos de la Filarmónica de Viena, quienes luego de saber quién era realmente Leonard Bernstein, es decir una persona sencilla y genial al mismo tiempo, lo amaron para siempre.
“Hoy vamos a ensayar Mozart –narra Bernstein que les dijo una mañana a los músicos de la Filarmónica de Viena–, que es un autor austriaco como ustedes, que escribió una música que les pertenece a ustedes como cultura de la misma manera como a nosotros los estadunidenses nos pertenece como cultura la música de Charles Ives y la de George Gershwin. Hoy me propongo aprender de ustedes el espíritu vienés, la manera de frasear Mozart que solamente ustedes tienen.”
Tal capacidad de humildad está plasmada de manera directa en esta gran biografía de un músico. Entre otras virtudes, desnuda a quienes ya famosos se la creen y, peor, a los que todavía no lo son ya abrigan la soberbia. Al igual que el maestro Ryszard Kapuscinski, el maestro Leonard Bernstein imparte con su propio ejemplo el enorme valor de la humildad como parte integrante de una persona que se quiere superior.
Por supuesto que al tratarse de una biografía filmada, no solamente abundan los datos domésticos, la intimidad de la vida feliz de una persona que ama la música, sino también los momentos de gloria en las salas de conciertos. En primer lugar y siempre, Mahler. Fue Leonard Bernstein el artífice del gran fervor por Mahler que en los años 60 no existía y que hoy, 40 años después de que Bernstein puso la semilla, florece como un bien común.
También suena Mozart, por supuesto. Y Beethoven y Bernstein, prácticamente todas sus partituras importantes y cómo nació cada una de ellas, incluyendo desde luego la que es de todos conocida: West Side Story.
Suena la música, gime Bernstein sobre el podio. Suda, sonríe, llora al final del filme, sobre el podio dirigiendo y cantando el Himno a la Alegría de Schiller en el final de la Novena Sinfonía de Beethoven, en uno de esos finales sublimes de toda vida bella y digna.
Como lo dijo Saramago en Suecia al recibir el premio Nobel: llora no por saber que va a morir sino porque es tan linda la vida que vale la pena volver a vivirla. Siempre.