Salinas y neoSalinas
Hay que reconocer que durante años nos equivocamos en la caracterización que hicimos de la política y la obra de Carlos Salinas de Gortari. Años de actuar y escribir contra sus decisiones, reformas y posiciones se han derrumbado y convertido en un amasijo de tinta y papel luego de leer su libro La década perdida, texto que, si se quita su firma, no es sino una oración contra el neoliberalismo mexicano y sus impulsores, dentro de los cuales lo incluíamos en primer lugar a él.
¿Cómo pudimos equivocarnos tanto, durante tantos años? ¿O será que ganamos una conciencia contra esta doctrina y de tanto escribir contra ella lo convencimos de que el neoliberalismo y el populismo priísta es malo?
En el texto reivindicativo de su obra, señalando la pérdida de una década en el rumbo del país, Carlos Salinas nos ha dejado perplejos al salir en combate frontal contra las orientaciones del Consenso de Washington y la defensa de la soberanía mexicana, pues en su sexenio sus intelectuales y teóricos de las reformas combatieron una y mil veces el concepto de soberanía al cual caracterizaron como caduco.
Todo bajo el escenario del debate que se dio entre 1988 y 1993 sobre el ingreso de México al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, que se dio en Estados Unidos para saber si éramos dignos de ser aceptados o no, y donde los representantes mexicanos dejaron pasar lo que serían las reglas de ese tratado y que a corto y largo plazos beneficiaron más a la economía fuerte y debilitaron a la nuestra, pues nunca hubo medidas de compensación y acuerdos para equilibrar las asimetrías, como en el caso de España o Irlanda ante la Unión Europea.
Por ello, efectivamente fuimos arrojados a la globalización sin instrumentos por sector, por mercado, por industrias; decrecimos cuando la economía mundial creció y perdimos la coyuntura.
Bajo el contexto del neoliberalismo mundial, Salinas se lanzó a la privatización, pero no abrió, como lo hemos dicho varias veces en este mismo espacio. Privatizó telefonía, bancos, minas, metalurgia, cemento y fortaleció los monopolios de la radio y la televisión. En estas ramas, propiedad de un puñado de familias, no hubo libre mercado, sino un gran proteccionismo que construyó la percepción general de los mexicanos de que todos los nuevos propietarios eran simplemente prestanombres del propio Carlos Salinas.
Desde el exterior, y sobre todo en la sucesión presidencial, vino la presión; por ello el candidato designado por Carlos Salinas fue sustituido por un candidato nombrado por el Consenso de Washington para culminar la obra privatizadora que eliminaría las barreras del proteccionismo salinista a su nueva oligarquía y permitiera la entrada de los intereses trasnacionales.
Por eso es falso que México haya quedado atrapado entre neoliberalismo y populismo y que sea el responsable de la década perdida, como dice Salinas, sino que ha estado sometido entre una corriente neoliberal de carácter cerrado, protegido, que utiliza los valores del nacionalismo para encubrir sus intereses, y otra que efectivamente se impulsó desde el gobierno de Ernesto Zedillo en favor de los intereses de las grandes trasnacionales estadunidenses.
Por ello, la estrecha relación entre Ernesto Zedillo y Andrés Manuel López Obrador no es entre neoliberalismo y populismo, sino de dos complementos de una misma política impulsada desde Washington, pues el neoliberalismo basado en el individuo y el libre cambio requería de compensaciones para atenuar los efectos de pobreza y para ello se hacía necesario no un Estado con vocación de política social estructurada, sino un Estado filantrópico que repartiera parte de su presupuesto.
Ya en septiembre de 1998 William Clinton, frente al consejo del Fondo Monetario Internacional, pedía liberar recursos para que los gobiernos aliados atenuaran la extrema pobreza, manteniendo la misma lealtad con la política económica dictada por ellos. ¿Cómo explicar, entonces, la alianza entre Ernesto Zedillo y López Obrador?
Más allá de su incongruencia con su propia obra y perfil, Salinas de Gortari se ha convertido en el renegado Kaustky del neoliberalismo, pretendiendo conducir a los socialdemócratas de la tercera vía.
Todo esto sucede en el imaginario salinista, cuando la izquierda ha dejado un gran vacio en esta disputa entre un neoliberalismo primitivo y cerrado y el trasnacional y doctrinario con su complemento filantrópico, que en sus instintos ha pretendido reconstruir en nombre de la izquierda el viejo clientelismo y corporativismo del PRI.
En esa confrontación la izquierda terminó moviéndose en las patas de los caballos, sin plan propio y sirviendo a los intereses que dice combatir. No se puede reconstruir partidos ni práctica política ninguna si no hay un concepto propio de país.
Ante ese vacío, con lo vivo que es, Carlos Salinas pretende ocuparlo como representante de la tercera vía, y en la próxima elección presidencial el PRI dirá que es la opción de la izquierda.