Bajo la Lupa
■ La hibridación de Henry Kissinger: semiglobalizador y semiproteccionista
Ampliar la imagen El antiguo ministro de Asuntos Exteriores estadunidense Henry Kissinger escucha durante un panel en la conferencia internacional Afrontando el mañana, auspiciada por el presidente Shimon Peres, que tuvo lugar en Jerusalén el pasado 13 de mayo para celebrar el 60 aniversario del Estado de Israel. El encuentro de dos días, al que asistieron destacadas personalidades, analizó los retos de la sociedad global, así como el futuro del pueblo judío y de Israel Foto: Ap
El geoestratega Henry Kissinger se preocupa ahora por el devenir de la globalización amenazada por el despertar del nacionalismo (IHT, 29/5/08). Pero el estudio de la globalización no es su fuerte y la cataloga como “un sistema económico genuinamente global” que se gestó con “prospectos de bienestar inimaginable (sic)”. Ignorante de las obras magnas de los geniales historiadores, el francés Fernand Braudel y el británico Eric Hobsbawm, escamotea su consustancialidad financiera (más que “económica”).
Su ignorancia no es relevante, sino más bien su cálculo geoestratégico del derrumbe de la globalización. Su analfabetismo sobre la globalización es tan patético como el de los neoliberales mexicanos al perorar obsesivamente en torno a la “competitividad”: “para ser competitivos, muchos países han sido obligados a enlazar su legislación social, tarea destinada a generar protestas domésticas”.
Más que social, la verdadera brecha del modelo es tecnomilitar y sirve de paraguas para imponer la alquimia financiera del “mercado” que transmuta las materias primas (v.gr. petróleo) de los países subdesarrollados en papel-chatarra (v.gr. dólar) de los países posindustrializados. ¿Cómo pueden ser “competitivos” países tan dispares en militarismo nuclear-satelital, robótica, genética y nanotecnología, ya no se diga en inversión en “investigación y desarrollo”?
El modelo, asegura, ha causado estragos en los países industrializados al acompañarse de un “mayor desempleo”, que “impacta la política doméstica”. Explica en forma simplista el fenómeno de la migración, que provoca en los países anfitriones un “choque de culturas y un nacionalismo que aboga por la exclusión” con “variaciones de proteccionismo”. Trasluce el carácter expansionista y neo-colonial de las trasnacionales, que “carecen de las mismas oportunidades” cuando “permanecen dependientes en su economía doméstica”.
Admite, lo cual se ha convertido en una perogrullada global, que las incontables crisis del modelo tienen como “característica común la especulación despilfarradora y la subestimación (sic) sistémica del riesgo”.
Sentencia que el “atributo esencial del capital especulativo es la agilidad (sic)”, lo que no es cierto y debería consultar con David Rockeffeller, a quien asesoró en geopolítica, cuyo íntimo mecanismo expusimos en nuestro libro agotado El lado oscuro de la globalización (Ed. Cadmo & Europa; 2000).
La parte interesante versa sobre su “impacto estratégico”, que “levanta quizá los temas más importantes en dos niveles: existen industrias indispensables para la seguridad nacional en las que las inversiones foráneas deban ser limitadas o aun excluidas. ¿Qué industrias deben ser rescatadas de su colapso para mantener la capacidad de defensa de EU?”
Antes de las inquietudes de Kissinger, el régimen torturador bushiano había respondido a sus indagaciones al prohibir la compra de la petrolera Unocal por China so pretexto de “patriotismo económico”. Bajo los dictados del “interés nacional”, el octogenario Kissinger enuncia que “el sistema internacional enfrenta una paradoja. Su prosperidad depende del éxito de la globalización, pero tal proceso produce una dialéctica que puede trabajar en contra de sus aspiraciones”, donde colisionan los objetivos económicos con los políticos.
Se entiende que el descalabro de la globalización para EU, que le deja colosales ganancias calculadas por algunos autores en alrededor de un millón de millones de dólares al año, constituya un serio motivo de preocupación para Kissinger, quien sugiere que la “brecha” entre economía (que confunde con finanzas) y política debe ser eliminada: “los gerentes de la globalización tienen pocas ocasiones para manejar los procesos políticos. (Nota: ¡pero cómo se inmiscuyen en lo que no saben!) Los gerentes (sic) de los procesos políticos tienen incentivos que no necesariamente son congruentes con los gerentes económicos”. La gerenciocracia kissingeriana, sea económica o política, fue superada desde el siglo antepasado justamente por la armonización de la “economía política”.
Propone varias “prescripciones” que pretenden preservar la hegemonía de EU sin tomar en cuenta al neonato orden multipolar que tiende Hacia la desglobalización (título de nuestro libro reciente). Considera que los “problemas” de la globalización “son las imperfecciones de un gran éxito”. ¿Cuál? El “gran éxito” ha sido para las cúpulas parasitarias del G-7, en detrimento del género humano. Asimismo aconseja a los “líderes políticos de EU evitar y no motivar el proteccionismo que llevó al desastre de los años 30”, así como establecer “parámetros de la seguridad nacional que limiten la globalización” y plantea la formación de una “comisión bipartidista” para “estudiar lo que constituye una estratégica e indispensable base industrial y tecnológica de EU y las medidas para preservarla”, entre cuyas “prioridades” se encuentra el “sistema educativo” desfalleciente “en comparación con nuestros competidores”.
Emite un axioma que perturbará a los maniáticos de la globalización: “El criterio debe ser lo que es esencial para la seguridad nacional y no proteger a las trasnacionales de la competitividad esencial para el crecimiento global”.
Se enreda con la geoeconomía y las geofinanzas, dos de sus abultadas vulnerabilidades. Cita la necesidad de crear “instituciones económicas internacionales” para los “desafíos presentes”. Padece nostalgia por los orígenes del G-8, con el fin de “dar oportunidades a las sociedades rezagadas, con inclusión de India, China y potencialmente Brasil”, y así “paliar las distorsiones domésticas y sociales”. Califica al FMI de “anacrónico” y fustiga las prácticas crediticias, “despilfarradoras y oscurantistas” que “produjeron la crisis económica de EU”: las “instituciones financieras, sean bancos de inversión o hedge funds (fondos de cobertura de riesgos), requieren de una vigilancia que proteja los intereses de los contribuyentes”. Concluye que la “brecha entre los órdenes económico y político debe ser sustancialmente cerrada”, para cesar de debilitarse mutuamente.
Queda claro que la globalización, más financierista que economicista, llegó a su fin, y resurge el imperativo de la política. Lo grave es que no quedaron políticos ni estadistas, extinguidos por la globalización, para restablecer el equilibrio planetario perdido.