Editorial
Obama: lastres y perspectivas
Tras los comicios celebrados el martes en Montana y Dakota del Sur, con los que concluyen las elecciones primarias del Partido Demócrata de Estados Unidos, puede vislumbrarse que el senador por Illinois Barack Obama será el próximo aspirante de ese instituto político a la presidencia de Estados Unidos, dado que, de acuerdo con los datos disponibles, posee ya la mayoría de delegados electos con respecto a su competidora, Hillary Clinton, y debido a la reciente oleada de apoyos que ha recibido por parte de los llamados superdelegados –gobernadores, legisladores y dirigentes demócratas–, que lo coloca como seguro ganador de la convención nacional que tendrá lugar en agosto. De hecho, según varios medios estadunidenses, Hillary Clinton, quien hasta hace unos días afirmaba que no se daría por vencida y que llevaría la contienda hasta las últimas instancias, anunciará este fin de semana su retiro de la carrera por la nominación presidencial de su partido y su apoyo al político afroestadunidense.
La postulación de Obama, que parece ya inevitable, es una noticia de gran importancia. Cabe recordar que hasta hace unos meses la candidatura de Clinton se daba por hecho, tanto por el enorme posicionamiento mediático de la senadora por Nueva York como por el respaldo de la poderosa maquinaria política operada por su esposo, el ex presidente Bill Clinton; ante ello, Obama consiguió granjearse las simpatías de las llamadas minorías del electorado de ese país y, como su propia adversaria lo ha reconocido, logró que se involucraran sectores de la población tradicionalmente apáticos o escépticos ante las formas tradicionales de hacer política.
Sin embargo, el ya autoproclamado “candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos” tiene ante sí varios problemas que habrá de enfrentar. El primero de ellos es que la misma dinámica de la contienda lo ha llevado a adulterar su discurso inicial –cercano a la gente, centrado en las necesidades para el desarrollo del país y con un acento moderado por lo que hace a los afanes hegemónicos de Washington a escala internacional– en función de las capillas de votantes. Como muestra de ello, han de mencionarse las declaraciones emitidas ayer por el afroestadunidense ante la comunidad judía, en el sentido de que “quien amenaza a Israel, amenaza a Estados Unidos” –como si Tel Aviv no fuera un violador sistemático de la legalidad internacional–, y que la conformación de un Estado palestino debe estar supeditada a una Jerusalén que “debe permanecer indivisa”. Asimismo, Obama ha asumido la posición oficial de la Casa Blanca sobre el presunto desarrollo de armas nucleares por parte de Irán, un discurso que posiblemente sea tan mentiroso como lo fue el que justificó la invasión de Irak por las supuestas “armas de destrucción masiva” en poder del derrocado régimen de Saddam Hussein. En adelante, lo quiera o no, el apoyo político del Partido Demócrata condicionará a Obama a abrazar una actitud acorde a la tradición imperial de Estados Unidos en el mundo.
Por otra parte, cabe mencionar que la posibilidad de que Hillary Clinton acompañe a Obama como compañera de fórmula electoral, acaso con la intención de evitar un rompimiento que pudiera ser fatal para el Partido Demócrata en las elecciones presidenciales de otoño, pudiera implicar un anclaje indeseable para el senador por Illinois, hasta ahora visto como un personaje ajeno al establishment estadunidense, del cual Clinton es partícipe y heredera.
Por lo demás, es de preverse que el bando republicano concentrará todas sus fuerzas en debilitar la imagen pública de Obama, mediante una campaña sucia en la que, cabe suponer, proliferarán el racismo, la xenofobia, la descalificación desproporcionada y el linchamiento político. De hecho, Obama ya ha sido objeto de ataques por parte del virtual aspirante republicano John McCain y del propio George Bush, quien afirmó que “hay quienes negociarían con terroristas”, en alusión a las supuestas intenciones de Obama por dialogar con el gobierno iraní en caso de llegar a la Casa Blanca. A estas tácticas de campaña, que si bien son cuestionables desde un punto de vista ético, no representan violaciones a la legalidad, habría que sumar los medios ilícitos que, en más de una ocasión, han sido empleados en la nación vecina con fines político-electorales, como el tristemente célebre Watergate de 1972 o la conspiración ultraconservadora desarrollada contra Bill Clinton con el propósito de impedirle ejercer su mandato.
En suma, la previsible victoria de Obama en la contienda interna del Partido Demócrata no significa necesariamente que llegará a la Casa Blanca ni que, en caso de alcanzar la presidencia, logre mantener las posturas que lo hicieron popular y esperanzador en vastos sectores del electorado estadunidense.