■ Abren retrospectiva antológica del artista
Depurada selección del arte de Cuevas
■ Incluye pinturas, dibujos y grabados
Ampliar la imagen Siameses es una de las esculturas monumentales de José Luis Cuevas, emplazadas en la explanada del Palacio de Bellas Artes Foto: María Meléndrez Parada
Ampliar la imagen Pasillo de la sala nacional, donde se muestra obra de Cuevas referida a espacios de la vida, entre otros rubros Foto: María Meléndrez Parada
La exposición-homenaje a José Luis Cuevas, que hoy será inaugurada a las 19 horas en el Museo del Palacio de Bellas Artes, se inicia con sus autorretratos, emblemáticas creaciones del otrora enfant terrible multiplicados al infinito.
La obsesión del artista por registrar su tránsito por este mundo se advierte a la entrada de la sala nacional mediante un fotomural hecho al ampliar una fotografía de Daisy Ascher (1944-2003), en la que Cuevas se ve cubierto con una colcha de autorretratos.
Sin embargo, extraña al espectador que mientras se incluye un par de retratos de su novia Mireya “firmados con amor” por el artista, no figura referencia alguna a Bertha Riestra (1937-2000), primera esposa de Cuevas, quien fue la artífice de su carrera artística.
Teresa del Conde, curadora de la exposición junto con Luis Rius Caso y Alejandra Cortés, explica que “primero habíamos pensado en trabajar por rubros: Cuevas y Kafka, Cuevas y la intolerancia, Cuevas y variaciones, pero luego tomamos otra determinación: que se hicieran los apartados de otra manera y no propiamente como núcleos temáticos”.
Como la muestra no está organizada en forma cronológica, en cada apartado se muestran obras de todas las épocas.
Una de las piezas más tempranas es un dibujo de una mujer, fechado en 1944. Cabe mencionar que Cuevas desde sus primeros esfuerzos tuvo el cuidado de fechar sus trabajos, inclusive con el día del mes, tal vez para facilitar la labor a los futuros críticos e historiadores.
En otra obra de 1947, escribió: “Primer grabado de José Luis Cuevas en el taller de Lola Cueto”.
Integrada por 258 pinturas, dibujos, grabados, cerámicas y esculturas, incluidas las dos monumentales (Siameses y Autorretrato) emplazadas en la explanada del Palacio de Bellas Artes, la retrospectiva quedó ordenada de la siguiente manera.
Sala nacional: Autorretratos; Introyecciones: encierro, reclusión y patología; Alianzas. Arte-literatura; Homenajes (glosas) y evocaciones; Los espacios de la vida.
Sala Diego Rivera: Diversión y vicio. Erotismo, pornografía; Corporeidades y semblanzas, y Farándula.
Sala Paul Westheim: Animales impuros y otros monstruos.
Y sala Justino Fernández: Giros estilísticos y conceptuales.
Muchas obras bidimensionales
De acuerdo con Sergio Sánchez, jefe de museógrafos del Museo del Palacio de Bellas Artes, inicialmente los curadores recibieron cerca de 300 obras, sin embargo se debió hacer una selección “muy rigurosa y depurada”.
Al respecto, Del Conde –la investigadora y crítica de arte– apunta que fueron omitidas piezas predilectas de Cuevas y su esposa Beatriz del Carmen, “principalmente por motivos de espacio, pero también porque esto es una retrospectiva antológica. Entonces, se pretendió que estuvieran representadas todas las etapas del artista, incluyendo trabajos muy tempranos que conseguimos de dos colecciones privadas, de Horacio Flores Sánchez y de la Galería Nader Fine Art, en Miami”.
Es cierto, abunda la colaboradora de La Jornada, que “buena parte de la obra de Cuevas está fuera de México, en Estados Unidos y Francia. Pero hay la enorme ventaja de que prácticamente todos los trabajos de grabado, tanto de grabado/grabado, o sea, aguafuerte, mezzotinta, punta seca, etcétera, como las litografías sí están en el museo Cuevas, porque son originales múltiples.
“Desde luego, hay muy buenos ejemplos de ese rubro porque Cuevas ha sido y es uno de los mejores grabadores del momento.”
Una vez determinadas las temáticas de la muestra, Sergio Sánchez pudo elaborar el concepto museográfico. “Busqué dar espacios bien definidos a cada uno de los temas”, explica. También le preocupaba “ordenar la obra de una manera que el recorrido fuera muy claro”, para que el visitante se percatara de que pasaba de un tema al otro. Los fotomurales también contribuyen hacia ese fin.
Respecto de la iluminación, Sánchez señala que se trata de “definir los temas para que la obra se vea más arropada, más envuelta”. Es decir, “darle volumen a la exposición mediante la iluminación porque la mayor parte de la obra es bidimensional”.
Un “muy buen hallazgo” de la muestra fueron los mosaicos de cerámica elaborados en el taller de Hugo Velásquez y exhibidas en la sala Justino Fernández.
Del Conde explica que hay un friso de dichos mosaicos que rodea el lobby de un conjunto de cines de arte en la calle de Masaryk: “Se localizó al dueño que se había quedado con otros para su colección particular.
“Esos son los que están en la muestra. Son como métropas, son cuadrados, algunos son pareados, otros no”.