Respuesta a Carlos Salinas de Gortari
En reconocimiento a que haya superado su “ni los veo ni los oigo” de aquel primero de noviembre de 1994, no podíamos dejar de comentar su reciente libro y sus precisiones.
Como he sostenido en este espacio, creo que efectivamente hubo más diferencias entre el sexenio 1988-1994 y el presidido por Ernesto Zedillo que entre este último y el de Vicente Fox. La continuidad en las políticas económicas están a la vista e inclusive fue definida como una “política de Estado inamovible”, cuyo origen se encuentra en las políticas de ajuste, concertadas con el Fondo Monetario Internacional en 1977, así como en los “pactos económicos” para la “austeridad” y la “estabilidad económica”, los cuales determinaron topes salariales y miles de despidos, la autonomía del Banco de México para la política monetaria y todas las privatizaciones logradas e intentadas desde 1988 hasta nuestros días.
En política social queda consignado que el inicio del paso hacia la individualización de los problemas y el auge de la filantropía, la aparición de las “fundaciones privadas” como expresión de la “sociedad civil”, sustituyendo el papel de las instituciones de bienestar del Estado, se dieron en el sexenio que comenzó en 1988. Lo que ve y defiende Carlos Salinas como “liberalismo social” contra el individualismo neoliberal, es la puerta que él abrió y que hoy se ve desastrosa. Lo que Salinas ve como “populismo” no es más que un complemento de la política neoliberal, mediante el uso del presupuesto, pero que no crea riqueza ni producción, sino únicamente atenúa los efectos de una política económica basada en el mercado.
Las medidas privatizadoras que dieron inicio en su gobierno fueron las que abrieron la puerta y fueron justificadas desde entonces como la vía para pagar “íntegramente la deuda interna” a una oligarquía a la que se le vendía barato y se le compraba caro, como fue en el caso de los bancos expropiados en 1982. Justificar con ello el pago de la deuda interna trae a la mente el caso de una costurera a la que le vendieran su máquina de coser: le dieron para sobrevivir un tiempo breve por su activo, pero la condenaron a vivir de la caridad o con una despensa.
Bajo las políticas neoliberales de desmantelamiento y privatización, como fue la reforma al artículo 27, se produjo migración, así como riqueza y pobreza extrema.
Sobre las privatizaciones y su carácter monopólico habría que recordar las tarifas telefónicas tras la privatización en comparación con el resto del mundo; el costo de las comisiones bancarias y el crédito en México y la concentración de concesiones de radio y televisión, incluyendo la venta de Imevisión a Tv Azteca, donde participó su hermano Raúl con préstamos para su compra ampliamente documentados y aceptados por ambas partes y que aún se encuentran en litigio.
Por ello sostenemos que la diferencia entre el neoliberalismo de Carlos Salinas y el de Ernesto Zedillo y sucesores, es que el primero privatizó, pero no abrió, y los otros caminan al ritmo que marca el consenso de Washington en todos sus términos políticos y económicos, lo que nos convierte, como señaló Adolfo Aguilar Zinser, en el patio trasero de Estados Unidos.
Sobre los términos en que se firmó el Tratado de Libre Comercio, que fueron contrarios a nuestra soberanía económica, y que, como el mismo Salinas reconoce al decir que no éramos un socio “al tamaño y poderío del estadunidense”, por tanto sólo “se optó (…) por un tratado comercial y no uno de integración política”, esconde los términos del debate entre 1989 y 1993, cuando se planteaba que un tratado de esa naturaleza debía integrar la libertad migratoria y el trabajo igualando salarios en los tres países. Eso no era afectar la soberanía, sino hacer un tratado justo para todas las partes. Por eso, coincidiendo con Salinas, el viejo aparato sindical de México, ante los llamados del sector laboral estadunidense para elevar los salarios, planteó (Fidel Velázquez y Francisco Hernández Juárez se lo dijeron al representante de la Unión de textileros del país vecino) que “nuestros salarios (bajos) eran un asunto de soberanía”.
Ése fue el problema y la responsabilidad del gobierno salinista al conducirnos a un acuerdo limitado y no integral como en aquel momento planteábamos desde el PRD y que hoy nos hace importadores de los granos y materias primas que antes producíamos.
En mi artículo de la semana pasada me faltó decir que si el licenciado Carlos Salinas hubiese gobernado con la filosofía y visión que plasma en su último libro: defendiendo la soberanía, modernizando al país para ser competitivos, negociando las reglas del TLC en función de los intereses nacionales y fortaleciendo las instituciones de bienestar social (que él llama liberalismo social) contra el individualismo filosófico neoliberal; si no nos hubiera perseguido como nos persiguió durante su sexenio (600 muertos), otro hubiese sido el país. Sostengo: la nación se debate entre un neoliberalismo primitivo, cerrado y proteccionista, y uno que empuja por la integración trasnacional y global. Ninguno de los dos beneficia a México.