Cuevas en “el bastión de mármol”
El 5 de junio se inauguró, en el Palacio de Bellas Artes, la esperada exposición que no le hubiera sido negada a José Luis Cuevas desde tiempo atrás, aunque es cierto que en tiempos pasados no fue gestionada por persona alguna, incluyendo a su cercano amigo, el recordado Fernando Gamboa, cuya influencia en el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) fue contundente.
Es verídico también que a las pasadas autoridades en turno no se les ocurrió invitarlo a exhibir individualmente.
Dada su idiosincrasia, su moción de que la muestra fuera inaugurada por el presidente Felipe Calderón es lógica, pero ahora sí que el palacio mereció el apelativo cuevista de “bastión de mármol”.
Muchas personas no pudieron esa noche visitar la muestra, entre ellas el artista Manuel Marín, quien fue ahuyentado por la guardia presidencial debido a que no ostentaba el botón dorado necesario para ascender la escalinata, lo mismo que sucedió con Alberto Castro Leñero.
Por la entrada deambulaba Teresa Margolles, la afamada creadora conceptual que recientemente regresó de China, adonde habrá de volver y donde experimentó las secuelas del terrible sismo a la vez que se sumó a comisiones de ayuda.
Profesa por Cuevas simpatía y admiración, pues en cierto modo son afines; ambos visitaron la morgue con asiduidad, Teresa con motivo de sus actividades en el Semefo, José Luis porque experimentó necesidad de hacer apuntes de motivos de forma humana “más quietos que él”, según manifestó en 1975 a su amiga Alaíde Foppa.
Una vez transcurrida la etapa de los discursos, inaugurada con el que pronunció María Teresa Franco, coherente y pronunciado con elocuencia, aunque algo largo, se llevó a cabo la declaración de apertura por el Presidente, y se entonó el Himno Nacional.
Después ocurrió el enfrentamiento con la mampara que abre la muestra. Ostenta, por idea del museógrafo en jefe, Sergio Sánchez, un fotomural enorme a partir de la conocida fotografía de Graciela Iturbide que capta a su objetivo en la cama, tapizado de centenares de autorretratos dibujados de donde apenas emerge su faz. Imaginé que al recibir el impacto José Luis se pondría algo nervioso, pues no hubo por su parte, ni por la de su esposa Beatriz del Carmen, un recorrido previo, cosa que, dicho sea de paso, fue una ventaja.
Haciendo uso del micrófono, procedió a hacerse cargo del recorrido acompañado por el Presidente y demás integrantes del presidium además de parte de las huestes que le son cercanas, entre ellas Meche y Manuel Felguérez, quienes miraban con curiosidad y entendimiento. Franco hizo cómodamente el recorrido en silla de ruedas, debido a que sufrió fractura del pie izquierdo.
José Luis siempre admiró a la Santísima Trinidad del muralismo y no podría haber sido de otra manera, pues al hablar hacia marzo de 1958 del “nacionalismo ramplón” o del “realismo superficial”, expresaba el sentir de su generación contra las camarillas del INBA y contra el oficialismo, no contra esas tres grandes figuras, máxime si tomamos en cuenta que a Orozco lo siguió. Siempre admiró a Tamayo y fue un acierto por parte de Franco iniciar su discurso citando palabras del oaxaqueño, aunque de sobra sabemos que las vicisitudes exitenciales llevaron a uno y a otro a distanciarse entre sí, porque ambos gustaban de pelear con sus sombras, cada quien a su manera y atendiendo a sus respectivas paranoias artísticas.
De David Alfaro Siqueiros, Cuevas llegó a ser cercano amigo, igual que de otro nacionalista a ultranza en su momento, Raul Anguiano.
Las críticas –positivas y negativas– empezaron a dejarse sentir esa misma noche. Así tenía que ser y no están exentas de pasiones. Pero en una etapa –la actual– en la que priva principalmente el discurso, inclusive como creación artística, la contundencia propia de un porcentaje considerable de lo que se exhibe dejará marca.
El aplomo de Cuevas como hacedor es tan evidente como el personaje. Además, no pierde el humor.
En una de las sesiones de trabajo José Luis Cuevas espetó: “Tengo derecho a expresar mis preferencias. Fíjate (me indicó), soy un artista vivo”.
Medio en broma, le respondí: “he allí el problema”.
Sonrió y junto con Luis Rius Caso seguimos discutiendo.
Eso ocurrió en vísperas de su sometimiento a reciente intervención quirúrgica (hernia), que por fortuna no fue tan grave como para obstaculizar la injerencia del artista en el proceso de su propia exposición. Enhorabuena.