Andanzas
■ Nueva gente
Ampliar la imagen Grupo participante en los festejos del Día Internacional de la Danza el pasado abril Foto: María Luisa Severiano
Asistimos con agrado a la atenta invitación de la maestra Socorro Bastida, miembro del profesorado de la Escuela Nacional de Danza Clásica y Contemporánea, allá en el feudo de Churubusco, donde presenciamos una función de la licenciatura en danza contemporánea.
El espectáculo, presentado el 31 de mayo y primero de junio, en el teatro Raúl Flores Canelo, era la graduación de la primera generación en estos menesteres dancísticos, que, según palabras de la maestra Ofelia Chávez, secretaria académica de la mencionada institución, demostraría las habilidades de los alumnos en diversos estilos: los cuatro alumnos representantes de dicha generación debían ser capaces de interpretar las obras de diversos coreógrafos, con la finalidad de mostrar al público la capacidad interpretativa de los egresados luego de cinco largos años de estudios en el Centro Nacional de las Artes.
Cuatro obras fueron el vehículo para mostrar las habilidades técnicas e interpretativas de Gabriela García, Esteban Inzua, Areli Marmolejo y Marilú Retana. Las piezas fueron del conocido coreógrafo Raúl Parrao, de Gabriela Medina, de Jacqueline González, y un video bastante interesante realizado por los alumnos del taller de videodanza como parte de la formación multidisciplinaria de la generación 2003-2008, con la dirección y realización de Joaquín Guzmán.
Como siempre, Raúl Parrao con su bizarro estilo inconfundible, electrizante, tenaz y demandante hacia los bailarines, puso de manifiesto las capacidades de Areli Marmolejo, en especial, y de Esteban Inzua, quienes respondieron a la dinámica inclemente exigida por el coreógrafo, su ritmo y resistencia, tanto como sus cualidades interpretativas actorales.
La obra de Parrao, llamada Un Sudoku Onoxono, bizarría abstracta, perfecta para mostrar técnica, energía y presencia de los bailarines, demostró que cuando menos dos de ellos están muy a tono con el estilo tan peculiar del coreógrafo, lo cual no es tan fácil de lograr como podría creerse: hacen falta un enorme sentido del ritmo, dinámica y precisión. Fue una pieza excelente y muy bien interpretada, en la que los chicos demostraron estar a punto para iniciar su vida profesional en cualquier grupo.
No me disculpo, de Gabriela Medina, y Sístole y diástole, de Jacqueline González, fueron las otras dos obras interpretadas por esa reducida generación de bailarines, que de ahora en adelante deberán encontrar su vida y su sustento por medio de su profesión: la danza.
Una no deja de plantearse las preguntas de siempre: bueno ¿y ahora qué sigue?, ¿qué harán y dónde trabajarán? Pues es fácil consolarse pensando que con más o menos talento siempre tendrán chamba en cientos de grupos que necesitan buenos bailarines profesionales o compañías con la ya tradicional falta de dinero, que si lo ganan, pues serán apenas unas monedas, porque, en cuanto a una planeación sólida y valorada de su profesión, eso aún está por verse.
Una interesante mañana en aquel espléndido centro cultural con decenas de maestros y actividades para los jóvenes con la suficiente vocación y aguante. Una carrera difícil, llena de incógnitas, veleidades, trampas, tomadas de pelo y éxitos sorpresivos, pero sobre todo un esfuerzo enorme de alumnos y maestros, “que le echan todas las ganas” para alcanzar la lejana cumbre de la sutil gloria de la danza.
Deseamos el mayor de lo éxitos a esta nueva generación de bailarines mexicanos a quienes espera un camino largo y ancho, a la medida de sus sueños.