México SA
■ Historias de panistas arrepentidos
■ Crecen narcodivisas
La vida es cruel con algunos políticos, en especial cuando desnuda, por si existiera duda, su “congruencia” y “ética” en un plazo tan breve como cuatro años, a lo largo del cual las “víctimas” transformáronse en victimarios y éstos convirtiéronse en aquellas. En esta historia de panistas arrepentidos sólo es cuestión de intercambiar los nombres de las víctimas de ayer con los de los victimarios de hoy, y viceversa. Por ejemplo, Felipe Calderón en lugar de Santiago Creel; éste por Juan Camilo Mouriño; Manuel Espino por Germán Martínez; “continuidad” por “cambio”, y así por el estilo.
Todo comenzó una soleada tarde dominical en Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco, cuando Felipe Calderón (ineficaz “responsable, como secretario de Energía, de sacar adelante la reforma sectorial del presidente Fox”, según decían los victimarios en aquellos tiempos, y quien aseguraba que “no tengo que pedirle permiso a nadie”) dejóse querer por la cúpula panista y empresarial de ese estado (reunida por Francisco Ramírez Acuña, entonces gobernador de la entidad, y posteriormente secretario de Gobernación), la cual lo “destapó” como precandidato del Partido Acción Nacional a la Presidencia de la República para 2006.
Al inquilino en turno de Los Pinos, Vicente Fox, el “destape” del michoacano le provocó una úlcera (“fue un acto más que imprudente; estuvo fuera de lugar y fuera de tiempo”) y procedió a bajarlo de la nómina oficial. Ello a pesar de que el propio guanajuatense se había comprometido (lo que en él no fue más que un chiste de mal gusto) a “no reprimir ni apachurrar la cabeza para meterlos debajo de la mesa y que ahí se den de patadas”, en referencia a los famélicos cuan desbocados jamelgos blanquiazules de la sucesión.
Como era de esperarse, Fox incumplió su palabra, tronó en contra de Felipe Calderón (a quien el guanajuatense, en 1998, incluyó entre los “panistas que se están emborrachando de soberbia”) y subrayó que “por eso hemos propuesto precisamente una iniciativa de ley electoral que marque los tiempos de las elecciones internas de los partidos, los presupuestos y los actos electorales, a fin de que se tenga uniformidad y equidad en todo lo que es el proceso, así como la reducción del tiempo de las campañas y de los recursos económicos que se destinan en ellas. La iniciativa de ley electoral busca subsanar estas situaciones y también va a marcar reglas para evitar situaciones como la de ayer en Guadalajara” (en Tlajomulco de Zúñiga, Jalisco, para ser precisos). Mientras tanto, consignan las crónicas de aquel 31 de mayo de 2004, “un sonriente Santiago Creel, secretario de Gobernación –a quien todo mundo conoce sus intenciones presidenciales–, llegaba a Los Pinos y, si bien no deponía su inusual mutismo, casi diríase que estaba feliz”.
Del otro lado de la cancha, el también ulcerado Felipe Calderón catalogaba de “injusta y desmedida” la descalificación del presidente Fox, producto del “destape” jalisciense, al tiempo que hacía pública su renuncia a la Secretaría de Energía, tras su efímero cuan ineficiente –aunque muy productivo en contratos públicos para sus preferidos– paso por esa dependencia. La opinión de Fox “me impide continuar en un cargo que precisa respaldo, autoridad y capacidad de interlocución”, amén de haberse enterado de las declaraciones presidenciales “por los medios de comunicación”. Y, oficialmente, renunció, para inmediatamente quejarse de que “hay otros miembros del gobierno y del gabinete que han manifestado abiertamente que quisieran, o han insinuado que Dios dirá, o como quieran quiero. Y para ellos, en cambio, no ha habido ningún reproche, ni de lejos, semejante al que yo recibí, desproporcionado o desmesurado. Estamos hablando de Santiago Creel y otros, pero básicamente de él”.
Aquel “fatídico” 31 de mayo de 2004, día de la despedida del michoacano, un furioso cuan demacrado Germán Martínez Cazáres, a la sazón vicecoordinador de los diputados panistas, despotricaba por “el trato injusto que se dio a Calderón, porque, como ustedes saben, hay otras precampañas que no fueron tratadas de esa manera; no vamos a dejarnos imponer candidatos; lo decidiremos libremente en una convención, como ha sido nuestra tradición durante más de un siglo. Eso está claro. Vicente Fox tiene una opinión, los panistas tenemos la última palabra; esos tiempos en que el Presidente decidía a su sucesor los dejamos atrás (...) los panistas no admitimos instrucciones ni dedazos”.
Cuatro años después se repite el sainete, pero con las víctimas del “cambio” ahora como victimarios de la “continuidad”. Producto del dedo calderonista, Germán Martínez fue impuesto como presidente del PAN. El michoacano le corta la cabeza a quien entre los blanquiazules destaca en las encuestas con miras a 2012 (Santiago Creel, ineficaz “responsable, como coordinador de la bancada panista en el Senado, de sacar adelante la reforma sectorial” del inquilino de Los Pinos, según dicen los actuales victimarios), las mismas que dejan en un penoso último lugar al preferido de Los Pinos, el delfín Mouriño. Y sin chistar Germancito acató la instrucción de Los Pinos, carente de “reglas y tiempos sobre precandidaturas” pero, al igual que en 2004, en medio de la descomposición y el desgobierno.
Las rebanadas del pastel
De la lectoría y los narcodólares: “encontré en la página web del periódico The Independent un extracto del libro Bandit Roads, de Richard Grant, a ser publicado este 5 de junio en Inglaterra. La nota se llama Mexico’s war on drugs: Journey into a lawless land. Me impresiona muchísimo, de ser cierto, un párrafo que viene hacia el final del extracto, y del cual reproduzco las siguientes líneas: ‘el mayor componente de la economía mexicana sigue siendo el tráfico de drogas, estimado en cerca de 50 mil millones de dólares (anuales). De acuerdo con un estudio filtrado y elaborado en 2001 por la agencia de seguridad nacional Cisen, si se destruye el negocio de la droga la economía mexicana podría contraerse 63 por ciento’. Es muy preocupante, porque ese porcentaje de la economía mexicana sólo puede darse con la complicidad de autoridades, políticos, policía, sistemas de seguridad, y el sistema bancario” (Edmundo A. Gutiérrez, [email protected]).