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■ Bagdad, Tamaulipas
■ Ciudad borrada para siempre
Ampliar la imagen Puerto Bagdad, a orillas del río Bravo
El almirante francés Bosse no conocía bien la nación invadida ni tenía idea de la catadura moral de su presidente. Pensó que éste podría intentar una huida del país, y para prevenirla ordenó el bombardeo y la toma de Bagdad, único punto por el que Benito Juárez habría podido salir al extranjero y que era, además, clave en la línea de abastecimiento para la acosada República, pues por ahí se recibían armas y suministros de Estados Unidos. La operación fue realizada por el general conservador Tomás Mejía, en agosto de 1864.
Durante la guerra civil (1861-1865) en el país vecino, con los puertos de la Confederación bloqueados por la Armada, los sudistas habían recurrido a Puerto Bagdad para sacar a mar abierto sus exportaciones de algodón cosechadas con mano de obra esclava y para recibir armas y medicinas: desde las plantaciones de Arkansas y Alabama, las cargas cruzaban los desiertos de Texas a lomo de camello, llegaban a Brownsville, eran despachadas a bordo de un ferry a la vecina Matamoros y luego, Bravo abajo, hacia Bagdad, donde emprendían un largo camino, vía La Habana, hasta Europa. Ello era posible gracias a la declaración de zona de libre comercio para la región de Matamoros –adoptada en 1858 por el gobierno estatal y ratificada tres años después por el juarista–, y por el estatuto de neutralidad que estableció nuestro país ante el conflicto interno estadunidense.
En la ribera norte del Bravo, los confederados fueron desalojados de Brownsville en 1865. En la otra orilla, la República nunca se resignó a la pérdida de Bagdad. Desde que esa ciudad y Matamoros cayeron en manos de los traidores mexicanos y de sus jefes extranjeros, el voluble Miguel Negrete estuvo hostigando ambas plazas. Luego Mariano Escobedo se hizo cargo de las fuerzas juaristas en la región y rondó las dos ciudades, a la espera de una oportunidad para el ataque. El almirante Cloué, el coronel De Ornano y el general Jeanningros, todos bajo el mando de François Achille Bazaine, debían cubrir un frente fluvial de 32 kilómetros, desde Matamoros hasta Bagdad, con apoyo de barcos de guerra. Se sucedían las fintas entre los bandos y el cañonero Antonia iba y venía río Bravo arriba y río Bravo abajo, conforme las tropas republicanas amagaban en uno u otro punto. Los oficiales franceses estaban vueltos locos tratando, por así decirlo, de cubrirse al mismo tiempo los pies y la cabeza con una cobija demasiado corta, y en algún momento del duelo alejaron de Bagdad a tres de sus embarcaciones. Mariano Escobedo aprovechó la circunstancia y el 4 de enero de 1866 lanzó sobre el puerto una maniobra sorpresiva, al mando de un ejército reforzado por 150 efectivos negros de la armada estadunidense. Desde Monterrey, el gobierno usurpador envió una columna de 2 mil hombres, la mitad de los cuales enfermaron en el camino. Los que prosiguieron fueron atacados por fuerzas de la resistencia mexicana, y sólo 150 lograron llegar a Matamoros. Desolados, los invasores embarcaron a los 400 hombres que les quedaban en Bagdad y los evacuaron con rumbo a Veracruz.
He buscado, sin éxito, las fechas precisas de nacimiento y muerte del puerto tamaulipeco que fue, de alguna manera, pivote en las guerras simultáneas que tuvieron lugar en ambos lados del Bravo. Parece ser que en un mapa del siglo XVII aparece consignada, en la desembocadura sur del río hoy fronterizo, una localidad con el nombre de Real del Río del Norte. Lo que hallé indica que la localidad fue establecida a inicios del XIX, como complemento de mar para la condición fluvial de Matamoros. Hay el dato de que Manuel González, oriundo de la región, y quien andando el tiempo habría de convertirse en presidente pelele, combatió en 1851 “a unos filibusteros que rondaban las aguas de Puerto Bagdad” y que pretendían crear una “República del Río Grande” en Tamaulipas, Nuevo León y Coahuila.
En vísperas de la guerra civil estadunidense y de la intervención francesa en México, y tras los robos territoriales sufridos por nuestro país, Bagdad disfrutó del auge comercial de los estados fronterizos. “Se convirtió en el puerto de intercambio con el exterior para el norte de Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Durango, Chihuahua y Nuevo México, gracias a un activo comercio fluvial, con barcos que remontaban el río hasta Camargo y algunas veces llegaban a Laredo por donde ingresaban café, ixtle, especias, vainilla, aguardiente, telas, con un valor de 40 millones de pesos. A Bagdad llegaban barcos de gran calado que traían diversas mercancías que se distribuían entre los comercios locales, tales como vinos de Europa, pianos, máquinas de coser, telas, calesas, metales preciosos, velas, planchas de hierro, maderas preciosas. Tenía alrededor de 15 mil habitantes que edificaron sus casas de distintos estilos sobre terreno arenoso y utilizando fundamentalmente la madera”.
Sobre la fecha precisa de la desaparición de la ciudad, las fuentes no se ponen de acuerdo. Óscar Rivera, entrevistado en un video del Museo Casamata, dice que Bagdad ostentó la categoría de puerto “durante 44 años, de 1823 a 1867, cuando un ciclón lo borró del mapa”. Wikipedia afirma que “en 1889, la región es azotada por un fuerte ciclón de gran magnitud, provocando destrucción así como un subsecuente éxodo masivo. El puerto quedó cegado por bancos de arena apilados por el ciclón”. En una tabla de fenómenos meteorológicos aportada por la desastróloga Gabriela Vera se consigna la destrucción de Bagdad por huracanes en 1867, 1874 y 1880, pero la localidad vuelve a ser mencionada en un suceso de 1895 (datos de Escobar Ohmsted).
En la historia de las ciudades fronterizas Border Cuates (Kearney, Knopp y Gawenda, Eakin Press, Austin, 1995) se afirma que, además de los ciclones de 1880 y 1889, en 1891 incidió en la ruina de la ciudad “una revuelta anti Díaz por parte de matamorenses y mexicano-estadunidenses de Brownsville, encabezada por Catarino Garza, residente de ambas localidades”. Wikipedia en inglés dice que “el huracán de 1889 cerró para siempre Puerto Bagdad a los buques mercantes. Por el peligro de los bancos de arena, sólo pequeños botes se aventuraron, en lo sucesivo, allí”. En un sitio de la Universidad de Texas en Brownsville se afirma que el puerto persistió hasta 1910. El volumen Revolución Mexicana, 1910-1920 (SRE, México, 1985), de Berta Ulloa, sugiere que la localidad era considerada una plaza militar en una fecha tan tardía como 1913.
La agonía de la ciudad debió ser terrible: cuatro décadas de declinación, desastre tras desastre, cancelación paulatina e implacable de las posibilidades de subsistencia de sus pobladores, explosiones demográficas cíclicas en el cementerio local tras el paso de los vientos furiosos, éxodo indetenible, pérdida de todo lo imaginable. Qué mal se portó la vida con los habitantes de Bagdad, Tamaulipas.
Hoy día, la larga playa que baja desde el Bravo hasta 40 kilómetros al sur se sigue llamando Bagdad (aunque durante un tiempo se intentó bautizarla como General Lauro Villar) y en su extremo norte hay parajes desolados de dunas de arena, manglares, esteros y cuerpos lagunares de agua dulce, uno de los cuales se llama Mar Negro. Otros nombres que aparecen en los mapas actuales del área son La Bartolina y Barra El Conchillal. A principios de los años 90 del siglo pasado Jaime López lanzó un disco llamado Ilusiones Puerto Bagdad y años después Elsa Cross puso el nombre de la ciudad portuaria desaparecida a una antología poética suya. Por mi parte, es todo.