Caminando de nuevo por París
La primera cosa que noto al llegar a París es que varias de las tiendas que me eran familiares, a lo largo de mis recorridos anuales, han cerrado. ¿Síntomas de la crisis? Es evidente, crisis no nombrada por eso de los eufemismos oficiales, tampoco se menciona en España. Los contrincantes del régimen la vociferan –la crisis– e imputan al gobierno su cuidadosa intención de no alarmar a la gente: los programas de televisión son caóticos, se reúnen varias personas de distintas ideologías y todos hablan al mismo tiempo; una mujer guapa, alta, rubia, bien peinada, bien vestida, de blanco, aunque haga un frío de pelarse los huesos, vocifera con voz aguda y ataca al gobierno. No saqué nada en claro, sólo que están enojados porque Zapatero no dice llana y literalmente que hay crisis en España, y en Francia, a pesar de lo bocones que son los franceses, la gente parece más calmada.
Los precios aumentan, las ciudades se vuelven carísimas; tomar un café cortado es una hazaña que vacía el monedero y, aunque obviamente exagero, es una verdad candente.
Pero dejemos estos lamentos que no me pertenecen, sólo cuando vacío el bolsillo, que en México, además de vaciarlo, podemos llevarnos empaquetadas varias cabezas, de regreso de las compras cotidianas.
Lo maravilloso en París es la cantidad de cosas importanes que se pueden hacer y la rabia que da no poder hacerlas todas. Mi ritmo es infernal, ¿será por eso que me conservo como pepino? (¡No tentemos a la suerte!) Primero, corro a ver la exposición de Louise Bourgeois en el Pompidou, es el último día, una fila gigantesca; ni modo, hay que hacerla. Entramos, lo primero, cuando aún era muy joven, sus mujeres-casa: house-wifes, porque las empieza a hacer en Nueva York, ya casada con un importante profesor de arte, Richard Goldwater, autor de una tesis sobre Primitivismo, conocido y admirado universalmente y ella, simple esposa de alguien que lo es, “alguien” –somebody’s wife– mujer abnegada, asume el papel de esposa, madre y sólo se dedica a su pintura y escultura en el techo de su rascacielos. Sus obras son el producto, gritado literalmente, de su infancia, una niñez envenenada por el padre, quien lleva a su amante Sadie a vivir en la casa familiar, conviven como en harén –reducido– la madre y la amante, para colmo ésta es su institutriz. No comments, as usual!
Sus primeras obras las hace en Nueva York, hacia 1940, son dibujos, grabados, pinturas; su tema, nacimiento, infancia, maternidad, autorretratos. Sus mujeres-casa son combinaciones arquitectónicas donde se mezcla lo maleable y lo rígido, lo orgánico y lo geométrico. La consecuencia, es decir el producto –y me refiero también a los hijos, conocidos como producto en la “sala de labores”, provoca a la vez fascinación y asco. Utiliza materiales que escurren , simulan materias que por lo general execramos, y las combina con otras que son muy apreciadas.
En uno de sus textos afirma, cuando ya había realizado varios tótems en la azotea de su casa-rascacielos: “Quise crear mi propia arquitectura y no depender de los espacios museográficos, no tener que adaptarme a su escala. Quería construir un espacio real por donde se pudiera entrar y salir tranquilamente”.
Para ella, las esculturas han sido una especie de exorcismo; un lugar muy importante ocupa la figura de la araña, construida en varias dimensiones, algunas gigantescas. Recuerdo la que estaba colocada en la entrada de la Tate Modern, en Londres, cuando se inauguró el interesantísimo museo, ocupaba todo la longitud de su altura. Enfrente, el puente que debía comunicar las dos orillas del Támesis y se había derrumbado a las primeras de cambio. En todas partes se cuecen habas.
Asimismo, tuve ocasión de ver una divertidísima exposición de Sophie Calle, a quien su amante abandona sin dar la cara y enviándole una carta. Ella reacciona, no llorando, no rogándole, sino enviando su carta a 107 mujeres que la comentan, entre ellas actrices, scioanalistas, abogadas, maestras de escuela primaria, de universidad, geógrafas, cantantes, bailarinas, un perico, una sordomuda, novelistas, y paro de contar.
También otra expo de Jan Fabre en el Louvre, dialogando con las pinturas de los siglos XV a XVII, en las salas de pintura primitiva francesa y flamenca, holandesa y alemana, Sus intervenciones son magníficas, usa armaduras, huesos humanos, caparazones de escarabajos rey, preferidos por los egipcios, que se alimentan de la boñiga de las vacas y resplandecen a la menor provocación.
También vi la Orestíada, completa.