México SA
■ El tango de las reformas estructurales
■ Dos décadas perdidas al hilo en América Latina
Que veinte años no es nada, canta Gardel, y, a coro, la Cepal le da la razón: más de dos décadas de draconianas “reformas estructurales” en la región más desigual del planeta, para que a estas alturas se reconozca que lejos de resolver los graves problemas de crecimiento y equidad tales “cambios”, los agudizó.
Tal es la conclusión del organismo especializado de la ONU en su trigésimo segundo periodo de sesiones, que se condensa en su estudio La transformación productiva 20 años después, viejos problemas nuevas oportunidades, difundido ayer, en el que subraya que “durante los años noventa, en los países de América Latina y el Caribe se aplicó un conjunto de reformas estructurales que, si bien contribuyeron a solucionar ciertos problemas graves y de antigua data, no resolvieron los problemas de crecimiento y equidad. Más aún, en algunos casos profundizaron antiguas fallas estructurales y plantearon nuevas dificultades, algunas de ellas resultado no deseado de las propias reformas”.
En efecto, sus impulsores “estimaron” que mediante menores desequilibrios fiscales, tasas de inflación bajo control, mercados más integrados al resto del mundo, un mayor protagonismo privado y un mínimo de intervención estatal, las “reformas” se tradujeran en tasas de crecimiento más altas y estables y, por lo tanto, en tasas de desempleo más bajas y salarios reales crecientes, que reflejarían el aumento de la productividad. “Sin embargo, en gran medida, las expectativas se vieron defraudadas”.
Las tasas de crecimiento del producto interno bruto fueron bajas en relación con la expansión de la región en décadas precedentes, con excepción de los años ochenta. En el período 1991-2003, la tasa media anual de crecimiento del PIB fue de tan solo 2.7 por ciento (uno por ciento por habitante), es decir, la mitad de 5.3 (2.6 por habitante) correspondiente a 1950-1980. Al mismo tiempo, el desempeño de América Latina y el Caribe en los años noventa fue claramente inferior al de otras regiones en desarrollo, sobre todo Asia sudoriental, cuya expansión llegó a una tasa media de 6 por ciento.
De este modo, la mayor frustración respecto de la evolución de la economía de América Latina y el Caribe ha sido la persistente divergencia en términos de producto por habitante entre la región y el mundo desarrollado, tendencia que se registra desde la década de 1970 y que recién comenzó a cambiar en los últimos años. Esta divergencia ha ido acompañada, además, por una acentuación de las disparidades en materia de distribución del ingreso y por el aumento de la pobreza y la indigencia en prácticamente todos los países de la región. De hecho, en el período 1980-2003 el crecimiento anual del producto por habitante en América Latina fue sólo de 0.1 por ciento. “En términos del producto por habitante, el cociente entre las regiones más y menos desarrolladas del mundo saltó de alrededor de 3 veces a comienzos del siglo XIX a casi 20 veces a comienzos del siglo XXI. En consecuencia, la economía mundial se ha configurado como un campo de juego esencialmente desnivelado”.
Durante el periodo de “reformas” se deterioró el vínculo entre inversión y crecimiento, como demuestra el aumento de la relación incremental inversión-producto, de un promedio simple de 3.8 en el periodo 1950-1980 a 6.7 en el período 1990-2002. Este rasgo posiblemente esté reflejando que la volatilidad del crecimiento induce a una elevada subutilización de la capacidad instalada, lo que reduce la productividad del capital. Asimismo, en algunos casos puede ser el resultado de la destrucción de capital que derivó del proceso de reformas económicas.
Además, el comportamiento del sistema financiero nacional también contribuyó a la elevada inestabilidad. En particular, las iniciativas destinadas a liberalizar los sistemas financieros sin contar con una institucionalidad reguladora y supervisora adecuada se manifestaron en expansiones significativas del crédito y una excesiva asunción de riesgos por parte de los bancos durante las fases expansivas del ciclo, lo que originó una elevada incidencia de crisis financieras en la región, en comparación con regiones de similar desarrollo. “Ello conspiró para lograr un mayor desarrollo de la intermediación financiera en varios países de la región y, por ende, generó una menor capacidad para captar y canalizar los esfuerzos de ahorro hacia el financiamiento de la inversión y apoyar el crecimiento”.
A partir de 2004 esta situación mejora gracias al favorable contexto internacional y al mejor manejo macroeconómico en la región, que ha permitido cierta recuperación de los niveles de inversión. Este ambiente internacional más positivo se ha manifestado en un sostenido crecimiento de la economía mundial y una elevada liquidez de los mercados financieros. En los últimos años pueden destacarse dos características respecto de la región de América Latina y el Caribe: la considerable mejora de los términos del intercambio en varios países y el dinamismo exhibido por las remesas de los trabajadores que han emigrado a regiones más desarrolladas.
A juicio de la Cepal la actual etapa del proceso de globalización “brinda oportunidades desconocidas hasta el momento pero, a la vez, genera incertidumbre y efectos negativos en la vida económica, social, política y cultural de millones de personas. El extraordinario aumento del comercio mundial y la dinámica del cambio tecnológico se dan simultáneamente con un aumento de la desigualdad entre las naciones y dentro de ellas”. Desafortunadamente, las turbulencias de los mercados internacionales ponen en duda la continuidad de este escenario coyuntural. Sin embargo, es previsible que los factores estructurales que explican la mejora de los términos del intercambio y el mayor nivel de remesas sigan existiendo en el mediano plazo, lo que configura un marco propicio para abordar los desafíos que supone el avance en la transformación productiva y el desarrollo exportador con el objeto de elevar el crecimiento potencial.
Las rebanadas del pastel
La Cepal puso en boga el término “década perdida”, aplicado a los devastadores años ochenta, aunque, por lo visto y sin problema alguno, se puede hablar de dos décadas “perdidas” al hilo en América Latina. Si Salinas de Gortari se anima con otro libro, ya tiene título.