Rondas de la niña mala
Ampliar la imagen Obra de Leonora Carrington que ilustra la portada del nuevo libro de Elena Poniatowska
Circula en librerías el nuevo libro de Elena Poniatowska, Rondas de la niña mala, publicado por Ediciones Era. Anota esa casa editora en la contraportada: “es un libro inclasificable. Rondas, canciones infantiles, voces ingenuas venidas de lejos, ritmos de un recuerdo ligados a los ritmos de las rondas de la infancia, evocaciones que reviven la cadencia del lenguaje. Conviven la frescura y la irreverencia: es un libro crudo y tierno que se complace en escandalizar y se permite el sentimentalismo y la dureza. He aquí cuatro ejemplos y una de las obras de Leonora Carrington incluidas en el volumen
Ángel de la Guarda
Mi madre recomienda
dejar abierta
la ventana
para que entre
el Ángel de la
Guarda.
Tras de mi cama
el Ángel
respira
con sus alas.
En Francia,
el Ángel
–porcelana blanca–
sonreía,
boquita de cereza.
Papel de china,
engrudo, carrizo
y un poco de morado,
he aquí las señales
del Ángel mexicano.
El Ángel argüendero
cacarea revueltas.
En un batir de alas
sus cabellos se erizan,
en la cabeza lleva
un barco de periódico.
Reparte a las volandas
notas de sangre roja.
Ángel papelero,
los pasantes le clavan
agujas de rabia
bajo las plumas.
“Olvidaste las alas”,
dice Dios cuando vuelve,
“¿Cómo voy a olvidarlas
si me duelen?”
Dios lo regaña.
En la noche
esparce noticias estelares,
mete a la recámara
a la Osa Mayor.
Al alba,
el Ángel,
flamenco rosa
palidece.
Escapa
por la ventana
y deja el cielo
vacío de constelaciones.
Agua de mar
¡Ah el calor, el sol, el vientre plano,
la sal en las pestañas y las cejas!
“Déjame despellejarte”, pide Genia
y saca pergaminos de mi espalda.
Todo nos lo lavamos durante horas,
los dientes, la cola, la seda de los músculos,
un torrente de sexo nos cae en el cabello,
mil gotas de agua cantan en cada filamento.
Ser niña es ser un poco de agua con sangre.
Genia, Piti, Tota, Mimí, Kiki,
Cristi, Tere, Fefa, Teté,
ninguna tenía nombre,
sólo un cuerpo intocado quebañar todo el día.
“Creo que soy puro sexo”, decía Genia,
y daba miedo verla y sentir su mirada.
Abrí la regadera a todo su volumen
y leí sentada en el excusado
hasta que me pescaron.
“Tírale el libro al agua,
mentirosa y cochina.”
Tendí el libro al sol
y se secó por dentro
–la regadera abierta–,
lo volví a leer
hasta llenarme entera.
Bajo el acantilado, en lo oscuro,
Pachín Arango
tocaba el claxon de su convertible
y corría Cristinita listos los brazos,
envidiábamos su hondo precipicio,
su tirarse a la mar, sus ojos de contigo.
Rodeadas de agua por todas partes
el mar naufragó dentro de cada una,
el faro, en vez de guiarnos, nos desencaminó,
golosas, sólo queríamos
lo que todas pedimos,
amanecer al mundo
desfloradas a besos.
Fruncida estrella
Enséñame tu ombligo,
levántate la falda,
hace tiempo accediste
y ¿sabes lo que vi?,
un ramo de violetas
Enséñame tu ombligo,
anda, suena, es un timbre,
tintinea de risa,
toco, vienes a abrir
y me dices que pase.
Enséñame tu ombligo,
copita de rompope,
para beber de él
los rayos de la luna.
Niña, ya no te muevas,
voy ahora a clavarte
mi torre de sonrisas.
¿Ves?
Tú también sonríes.
El gajito herido
Yo ya no juego, niño,
que de tanto enseñarte
se me ha abierto todo.
Ya fui lo que tú quieres,
échame tierra encima,
vete de mí y borra
tus huellas digitales.
Perdí las agujetas,
el fondo del vestido,
el listón de las trenzas,
los botones azules.
Ya no soy tu pareja,
ni tu limón celeste,
soy la mitad de algo
que no llegó a irse.