Disquero
Un ángel incendiado en su furor
Ampliar la imagen Jimi Hendrix, en imágenes tomadas del librito del disco Live at Woodstock Foto: Bruce Mc Callum
En los anaqueles de novedades discográficas esplende un material cuya calidad intrínseca lo ubica como un clásico en el sentido del arte imperecedero, una de esas manifestaciones humanas que por su acabado perfecto en medio de una brutal sencillez, hace trizas las nociones de espacio y tiempo.
El devedé doble titulado Jimi Hendrix Live at Woodstock, lanzado hace casi tres años, y que apenas llega a México, es una recuperación de la memoria histórica en su dimensión exacta: más que memorabilia, se trata de un acercamiento al proceso creativo de un artista en el momento de la explosión expositiva, el fulgor semántico, el meritito éxtasis que produce arte.
El material filmado en el Festival de Woodstock, en agosto de 1969, forma parte ya de la historia contemporánea. La intervención estelar de Jimi Hendrix en ese tour de force de vida era también materia conocida. Lo nuevo aquí es lo exhaustivo: todo lo que se filmó aquella mañana de lunes frente a una multitud exhausta que había sobrevivido al placer, a la lluvia, a la felicidad, al disfrute del cuerpo y del espíritu. Todo, todito, toditito helo aquí en dos devedés, sin cortes de edición extremos, casi la secuencia completa del concierto, salvo los momentos en que las cámaras se quedaban sin cinta y eran recargadas, pero héte aquí que en el disco dos de este álbum, titulado precisamente A second look, esos momentos vacíos son llenados con imágenes en blanco y negro que grabó un chavito de 22 años quien se apostó atrás del percusionista Juma Sultan y logró un material histórico en el naciente formato CV que hubo de ser sometido a restauración en manos de los expertos que han restaurado clásicos fílmicos como Casablanca y otras glorias preservables.
Tenemos entonces frente a nuestros ojos y nuestros oídos momentos sublimes, como cuando Hendrix besa el cielo en la culminación del verso inicial de su poema Purple Haze (Excuse me while I kiss the sky: permíteme, voy a besar el cielo; o bien: pérame tantito mientras beso el cielo; o bien: aguántame las carnitas, voy a besar el cielo; o bien: perdón, pero voy a besar el cielo; o bien: discúlpame, tengo que besar el cielo; o bien: la traducción, o mejor: la versión que el lector diga, proponga o mande, ésa es la buena, siempre).
Ese close up es tan exquisito como la serie interminable de acercamientos extremos de las cámaras a los dedos del maestro mientras pisan las cuerdas sobre el mástil de su guitarra blanca como paloma escapada de un poema de Baudelaire (ce toit tranquile ou marchent des colombes/ entre les pins palpitent/ entre les tombes/ midi le juste/ y composé de feu/ la mer, la mer toujours recommencé...) y la imagen de esos dedos largos negros con uñas color de rosa oscura y al final de esas uñas mugre, harta mugre, bendita mugre.
Un ángel nacido de un óleo de Fra Angelico y que se llenó de mugre y con esa mugre ese ángel inundó el mundo de belleza. Un ser alado incendiado en su furor.