■ Se reúnen estudiantes para generar, “desde abajo”, un proceso de identidad y organización
Cultivan el malabarismo callejero como una forma de subsistencia alternativa
■ Construimos ciudadanía y democracia, expresa un integrante del Kolectivo Que Da Alegría
Ampliar la imagen Joven malabarista improvisa en la explanada del teatro Quetzalcóatl, en Iztapalapa Foto: José Antonio López
Con la herramienta del arte en una mano y la de las ciencias sociales en la otra es posible llegar a comprender una sociedad, vivirla en carne propia y después aspirar a transformarla de alguna manera, generando así todo un proceso de identidad y organización “desde abajo”.
A partir de esta idea, un grupo de estudiantes de antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Iztapalapa, y alumnos de diversos planteles de bachillerato, decidieron reunirse para hacer del malabarismo callejero una forma de subsistencia alternativa, pero también una estrategia de intervención en los barrios populares.
Se trata del Kolectivo Que Da Alegría (KQ-DA), que desde hace un par de años se ha dedicado a cultivar las artes circenses en explanadas y espacios abiertos de la delegación Iztapalapa, como la salida del teatro Quetzalcóatl, donde ha llamado la atención de las personas que viven y trabajan en la zona.
Aunque para la mayoría el inicio en los malabares se dio de forma más bien circunstancial, ahora esta actividad les ha permitido no sólo allegarse un poco de dinero, sino también ejercer la antropología “en el terreno”, de manera directa, contrastando la teoría con la realidad que ven cotidianamente en los semáforos.
“Todo surgió por la inquietud de hacer talleres con la gente del barrio. Yo, por azares del destino, me compré un monociclo y a partir de ahí me nació el gusto por hacer esto, con lo que podemos salir del ámbito de la universidad”, cuenta en entrevista con La Jornada Joaquín López Reséndiz, (Atizapán de Zaragoza, 1983), estudiante del último trimestre de antropología en la UAM e integrante de KQ-DA.
Como una fiebre contagiosa
Una vez echado a andar el proyecto, éste empezó a crecer “como una fiebre contagiosa”, detalla Bernardo Sánchez Lapuente (San Luis Potosí, 1984), uno de los artistas que se muestra más entusiasmado por la idea de trabajar con los habitantes de los barrios de Iztapalapa.
Además de un medio lúdico para conocer a la gente, el malabarismo es una forma de viajar y generar empatía con el entorno. “Para nosotros representa una estrategia de intervención social, porque bien pensado y bien organizado, puede generar procesos sociales bien interesantes”, evalúa.
Ahora la gente de los alrededores los empieza a reconocer. De hecho, los hijos de varias personas que viven y trabajan por ahí ya toman clase con los integrantes del colectivo.
“Para mí, lo que hacemos es una forma de construir ciudadanía y democracia”, señala Bernardo, quien está armando su proyecto de tesis sobre la identidad de los jóvenes en zonas rurales.
En un entorno económico caracterizado por la crisis y la falta de expectativas, hacer arte en las calles se ha vuelto también una opción digna de autoempleo. “No tienes que pedirle chamba a nadie y puedes aprovechar lo que haces como un gozo individual y creativo”.
Joaquín coincide en ello: “Aquí te va mejor que en cualquier chamba. No tienes que trasladarte ni vestirte de cierta manera ni hacer horas-nalga en una oficina. Nada más le chingas y sacas dinero para lo que necesites. En una hora pueden ser unos 130 pesos, o hasta 500 en tres horas”, dependiendo de la zona.
A pesar de que muchas personas siguen asociando el arte callejero con la idea de ser mendigo o marginal, y si bien es cierto que “no te haces rico, ésta sí es una alternativa económica y la verdad es que nos va mucho mejor que a un obrero. Es un trabajo redituable y autosustentable”.
En las sesiones nocturnas de entrenamiento, en medio de los malabares con pinos y pelotas y las suertes con los yoyos gigantes de plástico, es raro ver a alguna mujer, salvo a una actriz que parece concentrada en repetir sus líneas y a una malabarista que pasa esquivando a todos en su monociclo y ayudando a otros a hacer lo mismo.
Ella es Quetzalli Méndez (Culiacán, 1986), también estudiante de antropología, quien habla sobre las dificultades que todavía entraña para una mujer dedicarse a esta actividad, en la que los hombres tienen presencia mayoritaria.
“Siendo morra a veces es difícil estar como artista callejera. Las mujeres todavía enfrentan la bronca de que sus padres no las dejan salir tanto. A veces me he llevado a mis hermanas a chambear y hay gente que nos pregunta qué hacemos ahí, que deberíamos estar de edecanes.”
Sin embargo, “cuando te insertas en la comunidad con tu trabajo de malabarista, llegas a conocer realmente a la gente. Y de pronto te empiezan a contar sus problemas y te das cuenta de fenómenos de violencia intrafamiliar, sexualidad sin información, y nos hacen preguntas. Mediante las pláticas informales también se educa”, dice.
Conocer la urbe a flor de piel
Quetzalli, quien hace números circenses con cadenas de fuego y trabaja en su tesis sobre jóvenes y ONG, ha llegado a la conclusión de que para hacerla en este negocio lo más importante es el atrevimiento, y que su condición de artista la hace sentir más segura en las calles, a cualquier hora y en cualquier parte de la ciudad.
El trabajo de KQ-DA le ha permitido a sus integrantes hacer dos “giras” nacionales. Semaforeando y pidiendo aventón han llegado a Los Tuxtlas, Veracruz, y a Chiapas, y tienen planes de viajar a otros países de América Latina para dar a conocer su propuesta.
“Ahora tenemos la idea de ir a Brasil. Vamos a armar un proyecto de metodología de intervención social mediante los malabares, que utilice la antropología como una forma de describir y problematizar” la realidad, añade Bernardo.
A pesar de que su ámbito natural son los espacios públicos, el arte del malabarismo se queda a veces en las casas de cultura u otros espacios restringidos, donde puede correr el riesgo de convertirse en una práctica popof.
“Está chido que salga a las calles, porque así se populariza y no desarrollas ningún sentido de la propiedad sobre él”, afirma el antropólogo.
Los tres coinciden en señalar que de su experiencia en las calles han obtenido no sólo dinero, sino ideas para trabajos escolares, amistades y vivencias que les ha cambiado la vida.
“Estando ahí te das cuenta de los prejuicios de las personas, de los vínculos de algunos ambulantes con la policía, hasta de las relaciones políticas. Es una forma de conocer la ciudad a flor de piel.”
Para ponerse en contacto con el Kolectivo Que Da Alegría KQ-DA, puede hacerlo mediante el correo electrónico [email protected]