■ Legisladores, más preocupados por el periodo extraordinario que por el debate sobre Pemex
“Que venga un plomero llamado Repsol”
Ampliar la imagen En el Zócalo capitalino fueron instaladas pantallas gigantes para seguir el debate sobre Pemex Foto: José Antonio López
Pemex es un edificio de departamentos, con tinacos viejos, enanos, que jamás podrán cubrir las necesidades de los condóminos que se llenaron de hijos. Un edificio con tuberías antiguas y peligrosas, además, donde las fugas y los accidentes son pan de todos los días. Por si fuera poco, algunos vecinos gandallas se roban el agua de los demás, cuando abren boquetes para ordeñar los cansados tubos. Ni hablar, hay que arreglar el edificio. Tal es, por encimita, la conclusión del undécimo debate petrolero, intitulado Transporte, almacenamiento y distribución de hidrocarburos y derivados. Y hasta ahí llegan las coincidencias.
¿Cómo arreglar el edificio y sus tuberías? A pocos importa este día, metidos diputados y senadores en la urgencia por definir un periodo extraordinario de sesiones para resolver temas que debieron atenderse ayer o hace unos meses.
Sumergida la prensa en la perniciosa práctica del chacaleo, pocos atienden a los ponentes. Baja Carlos Navarrete y lo rodea una nube de cámaras y micrófonos. Baja Gustavo Madero. Baja Emilio Gamboa. Lo mismo con todos. “¿Qué opina de lo que dijo el que se acaba de ir?” Y las más de las veces los políticos, necesitados de su imagen en las pantallas, ávido de que medio México los vea a la hora de la merienda o de la cena, dicen cosas intrascendentes, contestan perogrulladas o se indignan con tonterías frente a las cámaras.
“Baño de lentes y micrófonos”
Los políticos podrían ir a la sala de prensa, hablar con calma detrás de una mesa, pero no, quieren su baño de lentes y micrófonos. Y así es como Emilio Gamboa Patrón, coordinador de los diputados del PRI, alza su voz en el pasillo, mientras transcurre el debate petrolero que la mayoría ignora o apenas atiende, para rechazar la acusación de Cuauhtémoc Velasco, diputado de Convergencia, quien apenas unas horas antes dijo que el gobierno pagará 2.5 millones de dólares a cada legislador que vote en favor de la iniciativa petrolera calderonista.
“Por eso el país no avanza”, refunfuña Gamboa, tras retar al diputado a que presente pruebas.
La clase política se indigna consigo misma, mientras en el debate sigue flotando la pregunta de las tuberías maltrechas.
Unos, los invitados del gobierno, proponen contratar una compañía grandota, que cuente con la tecnología, la maquinaria y el personal capacitado (la Exxon o la Texaco de los plomeros). Otros, los opositores, están seguros de que don Juan el portero (o los técnicos de Pemex) puede con la tarea, y que la única razón por la que no le ha entrado es porque hace 25 años no le pagan su salario ni le compran un desarmador siquiera.
El gran misterio del edificio se resuelve rápido. ¿Cómo es que, en medio de este desastre (los diagnósticos son para horrorizar a cualquiera) el edificio no se ha venido abajo?
Jorge Padilla, empresario y dirigente de la Cámara del Autotransporte de Carga, devela el misterio: con excepción de los ductos (los gasoductos ya fueron privatizados) y del transporte terrestre de corta distancia, todas las actividades que la iniciativa de Calderón propone ya están en manos privadas.
Lo dice así Padilla: “se dará certidumbre a operaciones que de todas maneras se vienen dando bajo otros esquemas de operación”. Y argumenta, se supone que en beneficio de la iniciativa: “más que ser una propuesta innovadora, ésta es una propuesta ordenadora”.
En pocas palabras, se trata de legalizar algo que ya en la realidad funciona. Dice Padilla que no es privatizar, sino sólo “dar certidumbre a operaciones que de todas maneras se vienen dando”. Y ahí está, remata el empresario, una “oportunidad histórica” para los legisladores.
A la historia acude también Raúl Monteforte, egresado de la Universidad Nacional Autónoma de México y de Sussex, y consultor del Banco Interamericano de Desarrollo: los brasileños, dice, regaron la tierra con su sangre en la lucha por la independencia, igual que nosotros, pero ellos tienen una empresa petrolera eficiente. Petrobras es una empresa con 60 por ciento de capital privado. “Cualquiera de los aquí presentes podemos ser accionistas de Petrobras, algo que nosotros los mexicanos nos hemos prohibido irrazonablemente”.
Monteforte es el más ducho y articulado de los apoyadores. Quizá por eso expresa, de entrada, su apoyo “razonado” a las iniciativas. Curioso, la inmensa mayoría de los invitados del PAN han venido a expresar su “apoyo crítico” o su interés en que las iniciativas presidenciales sean “perfeccionadas”. Ninguno las defiende enteras y sin reservas, pese a que nos llevan al paraíso.
“Es perturbador que en Canadá el fabuloso desarrollo de las arenas bituminosas no engendre los infortunios y pérdida de soberanía para los canadienses que aquí se auguran con la apertura de las aguas profundas o con cualquier apertura.”
Nada de infortunios: en Alberta hay 21 empresas privadas, 1.5 millones de barriles, 275 mil empleos, bajos impuestos para los ciudadanos en general y 40 por ciento de los ingresos al gobierno provincial.
Casi el paraíso, contra el infierno que ven los otros.
El senador Arturo Núñez habla de los círculos del infierno de Dante Alighieri, y no se refiere a la toalla que dejó tirada en la elección interna del PRD, sino a los debates en curso. “Cada uno era más tétrico y peor, según iba descendiendo. Y así han sido cada uno de estos foros”.
Curioso que lo diga ahora que se entra de lleno a los ductos, los depósitos, los cargueros, y se deja atrás el “debate ideológico” que el presidente Calderón reprochara cuando se fue “a hacer la Europa”.
Allá por el tercer círculo de la Supina Comedia, el senador Graco Ramírez da rienda suelta a su brega de eternidad privada (la alianza PRD-PRI) y se congratula de que los priístas abandonen las “malas compañías” para caminar con el PRD en el tema petrolero. Ramírez aprovecha el viaje para citar la frase más célebre del profesor Carlos Hank González (“un político pobre es un pobre político”) y añadir que “hay políticos jóvenes del PAN” que siguen ese camino. Lo dice sin citar por su nombre a Juan Camilo Mouriño, secretario de Gobernación, pero sabedor de que ambos, el joven y el finado, tienen en común los negocios de transporte con Pemex.
El antecedente son unas declaraciones mañaneras del flamante coordinador del PAN en el Senado, Gustavo Madero, quien presume que sólo les faltan unos pocos votos para lograr la mayoría simple… y que éstos saldrán del PRI.
Lo demás son muchos datos y muchas frases que abonan al debate ideológico e histórico, aunque le pese al presidente Calderón.
Y preguntas incómodas. Juan Pablo González Córdova, presidente de los gasolineros, compara precios y cuestiona: “¿aguantamos un aumento de 134 por ciento a los combustibles?” El gasolinero lo ve venir con la iniciativa: “¿adónde se va la inflación y la calidad de vida de los mexicanos?”
Historia viva es el general retirado Jorge García Henaine, quien suelta sus memorias de vigilante de la riqueza petrolera y constructor de ductos. Resume su ponencia cuando recuerda la frase, y la traduce, escrita en náhuatl en una comandancia veracruzana: “Aquí la tierra de nuestros antepasados y nuestros dioses es primero”.
Su discurso, de los más aplaudidos por los fapistas, es visto del otro lado como una suma de “temores ancestrales”, o bien, como dice el diputado panista Alejandro Delgado, como una exaltación inútil de las “glorias pasadas” de Pemex.
El problema ahora son las tuberías. El edificio México necesita 8 mil 700 kilómetros de distintos tipos de ductos, dice Mario Nieto, un subdirector de Pemex con dificultades para leer en voz alta. Eso sí, el funcionario acuña su propio eufemismo: el gobierno sólo quiere “aprovechar de manera más eficiente el apoyo de terceros”. Que venga un plomero llamado Repsol.