México SA
■ Sospechoso cuento de hadas de industriales y Los Pinos
Ampliar la imagen Un hombre escoge basura para reciclarla en las afueras de Yakarta, Indonesia. Los elevados precios de los combustibles y de los alimentos han presionado la inflación de muchos países en desarrollo Foto: Ap
Un cuento de hadas envuelve el anuncio calderonista de congelar el precio de más de 150 productos alimenticios industrializados. Dado que nadie detalló cómo, en qué condiciones y a qué costo se llegó al acuerdo, es de suponer que los dirigentes de la Concamin ayer amanecieron socialmente sensibles, con el corazón a flor de piel, y decidieron tocar la puerta de Los Pinos para anunciar a su inquilino la decisión gremial de sacrificar utilidades por el bien de los mexicanos y su deteriorado poder adquisitivo.
Si la versión es correcta, podríamos imaginar al presidente de la Confederación de Cámaras Industriales, Ismael Plascencia Núñez, condolido por la decreciente capacidad de compra de millones de mexicanos y preocupado hasta la lágrima por la (des) nutrición de la niñez nacional, estado de ánimo que ayer lo habría motivado, no más abrir un ojo, a echar telefonazos a sus representados para que se sumaran a la causa: sacrifiquemos utilidades por el bien de la nación.
Ya con el acuerdo gremial amarrado (todos en pos del mexican dream de la “continuidad”), Plascencia Núñez, acompañado por sus ilusionados compañeros, humildemente tocó el portón de la residencia oficial en donde, aún en pijama, el gratamente sorprendido inquilino de Los Pinos fue enterado de la decisión socialmente responsable de los industriales agrupados en la Concamin, la cual incluye una nota impensable en otros tiempos: “el congelamiento de precios íntegramente va por nuestra cuenta; sacrificaremos utilidades, y a la nación no le costará un quinto”.
Y, felices, hicieron el anuncio conjunto, quedando claro que para el michoacano no existen fines electorales, que los industriales no buscan ningún tipo de subsidios del erario, y que lo único que ambos persiguen es “trabajar fuertemente para evitar que esta situación impacte el bolsillo de los mexicanos, particularmente de los mexicanos que menos tienen”, como resumió Calderón, por mucho que tal congelamiento aplique en todos los estratos sociales.
La moraleja de esta fábula es que la versión oficial es puro cuento, de tal forma que sería más que pertinente que Los Pinos y la Concamin detallaran cuánto le costará al erario el “desinteresado” cuan subsidiado congelamiento de precios ayer anunciado.
Quien no cuenta cuentos es la Cepal, pues advierte que el aumento de precios en alimentos tiene un claro impacto distributivo regresivo, ya que afecta principalmente a quienes destinan la mayor proporción del ingreso a su adquisición. Cuanto menor es el ingreso de una familia, mayor es el porcentaje que se destina a comprar los alimentos básicos que cubren sus requerimientos nutricionales. Por lo tanto, si los precios de los alimentos básicos se elevan más que los de otros bienes, son los más pobres quienes sufren un mayor deterioro relativo de sus ingresos en términos reales.
En consecuencia, este fenómeno no sólo tiene un claro sesgo inequitativo, sino que también provoca un aumento del porcentaje de indigentes y pobres en los países de la región. Partiendo de las proyecciones realizadas por la Cepal para 2007, un incremento de 16 por ciento en el precio de los alimentos eleva la incidencia de la indigencia en más de tres puntos (de 12.7 a 15.9 por ciento), lo que llevaría a que casi 16 millones más de latinoamericanos cayeran en esta condición.
Estas estimaciones no consideran eventuales cambios en los ingresos de las personas y familias, ni las modificaciones en los precios de los bienes y servicios no alimenticios. Pero aun reconociendo que las remuneraciones nominales se han elevado, la variación de los precios de los alimentos continúa teniendo efectos negativos sobre la indigencia y la pobreza. Si se considera una mejora de los ingresos de los hogares de 6 por ciento, similar al promedio del incremento de los índices generales de precios al consumidor, alrededor de 10 millones de personas caerían en la indigencia como consecuencia del aumento de los precios, sin contar con el agravamiento de la situación social de quienes antes de estos aumentos ya vivían en la pobreza y la indigencia. El panorama se complicaría más si se consideraran los efectos del incremento del precio de los combustibles, que repercute en las tarifas del transporte y de los servicios básicos domiciliarios.
Desde el punto de vista de la evolución esperada del nivel de actividad, el incremento del precio de los alimentos conduce a la contracción del consumo, puesto que los sectores en cuya canasta de consumo los alimentos tienen mayor incidencia son, al mismo tiempo, los que tienen una mayor propensión a gastar el ingreso disponible corriente por su escasa o nula capacidad de ahorro. De este modo, se suma un elemento contractivo adicional, cuyo efecto podría comenzar a percibirse en un plazo no muy distante. En este sentido, cabe insistir en la necesidad de que los gobiernos adopten políticas que reduzcan estos efectos, ya sea mediante subsidios directos a los sectores de menores ingresos o por medio de la reducción de impuestos o el otorgamiento de subsidios a la producción de algunos alimentos.
La magnitud del incremento del precio de los alimentos requiere políticas públicas que reduzcan su repercusión en los sectores de menores recursos. Si no se aplican medidas, la región sufriría un retroceso en la lucha contra la pobreza. Hay que recordar que la desnutrición de los niños deja secuelas irreversibles a mediano y largo plazos. Por último, debe tenerse en cuenta que, en muchos casos, los países más pobres de la región carecen de capacidad fiscal para implementar medidas significativas en esta área, por lo que es necesario el apoyo de la comunidad internacional, un apoyo que no admite demora, concluye la Cepal.
Las rebanadas del pastel
Por cierto, el citado “congelamiento” se anuncia luego de que nadie hizo siquiera el intento de contener los severos “ajustes” (léase feroces incrementos) en los precios de los productos expendidos en, por ejemplo, los grandes supermercados, lo que hace suponer que parte sustancial del acuerdo fue “retiqueten a discreción, y luego damos la buena nueva en Los Pinos”.