Andanzas
■ ¡Rebelión de bailarines en Bellas Artes!
El 19 de junio pasado, por la noche, en la función dedicada al 25 aniverario de la coreografía de Nellie Happee de la obra Carmina Burana, de Carl Orff, una situación inédita e inusitada cobró cuerpo en el foro del Palacio de Bellas Artes, cuando el enorme grupo de cantantes de la institución, luego de pasada media hora de espera –el público impaciente empezaba a aplaudir ya un tanto fastidiado por la incomprensible espera– avanzó hasta el proscenio para anunciar la suspensión de la función. De inmediato surgieron las protestas, así como una total confusión de voces entre las que era difícil percibir una mínima claridad de lo que estaba sucediendo.
Los artistas, cantantes y bailarines cubrían por completo la enorme boca del escenario; una mujer intentaba hacerse oír del respetable, al que “nos debemos y le pedimos (sic) anticipadas disculpas”. Luego se pudo escuchar en un hueco de silencio: “el señor Dariusz Blajer debe renunciar, es un...”, y el griterío se soltó: “¡fuera sindicato!”, “¡qué bailen ya!”, “¡dejen oír!” En medio de la confusión desatada, los bailarines yacían a un lado, ataviados con su vestuario pertinente, al principio callados, luego empezaron a manotear y a vociferar. Alguien del público exigía respeto al recinto, y por largo rato era imposible saber exactamente por qué fue parada la función. Algunos valientes intentaban explicar lo que ocurría, pero de inmediato los gritones decían: “a bailar, a bailar”, y otros, “respeto a los trabajadores, por favor, déjenlos hablar”.
Pasada media hora surgió un poco de claridad en las demandas, sobre todo, que no se trataba de un asunto sindical, aunque los trabajadores se encontraban amenazados por las autoridades del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) desde hacía tiempo; fue entonces cuando un bailarín tomó la voz cantante y la gente guardó silencio. El joven de mallas y pecho desnudo explicaba que habían sido ellos, los integrantes de la Compañía Nacional de Danza (CND), quienes había solicitado a los cantantes –los músicos no se veían por ninguna parte– su apoyo solidario, el cual, evidentemente, les fue brindado. Mientras unos huían de la sala, otra parte del público vitoreaba o chiflaba en apoyo a unos y otros. En medio de la general excitación, algo nunca visto, se pidió la cabeza del director de la CND, mientras se coreaba: “¡fuera, fuera, que se vaya!” Se alcanzó a oír que Blajer era inhumano y tirano, y que hacía ensayar a la gente por más de 10 horas y en terribles condiciones; que era déspota; que los había obligado a bailar bajo la lluvia, y que los mismos bailarines habían tenido que costear su gimnasio, pues las autoridades no les daban nada y sus músculos y cuerpos se estaban deteriorando.
Era evidente que el público estaba impresionado y tomó partido, cuando pasada la hora, ninguna autoridad del INBA se presentó. Dariusz Blajer parecía haber huido y las quejas apuntaban ahora hacia la dirección del instituto, al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y a los problemas del país, así como al nulo interés del presidente Calderón en la cultura; en favor y en contra se vivió por momentos el debate nacional que por poco se convierte ahí mismo en mitin con intermedios musicales del coro y algunos músicos en honor al público, del cual habían huido los amigos de los directores de las instituciones mencionadas, muy airados y molestos, mientras el ambiente fluctuaba entre algo serio y una pachanga alebrestada y burlona.
Finalmente se aceptó que por lo menos se bailara completa Carmina Burana, la cual se inició de inmediato bajo la dirección de Sylvain Gascón a petición de todos. El coro cantó fuerte y como nunca; fue hermoso y extraño, perduraba algo solemne e informal; algunos bailaron en jeans y los cantantes se echaron al piso, como cansados, para ofrecer una Carmina Burana de excelente calidad, pues actuaron, tal vez, como nunca. La ovación de pie ponía la carne de gallina y todos se preguntaban por el futuro. La mujer de la voz cantante tranquilizó al público; dijo que se tendría una junta con las autoridades del INBA.
Así terminó la rebelión de los bailarines, dedicados a una profesión terriblemente demandante y a veces injusta, pero nunca como ahora se vio tal unidad e indignación por la siempre sumisa, dócil y aguantadora población dancística, que ha vivido no pocas afrentas donde siempre existen ganones y perdedores mientras no se arreglen las cosas de raíz.
En breve entrevista telefónica, el subdirector del INBA, Ricardo Calderón, nos comentó que el hecho había sido como un balde de agua fría, y una devastadora sorpresa, la actitud de los bailarines que se quejaban de un director como Blajer, “pues solamente es una persona sumamente preocupada del progreso de los bailarines de la compañía y de su futuro como sólida propuesta de arte y seriedad profesional, como lo prueba el éxito que han tenido los montajes de importantes ballets, para lo cual se ha tenido que trabajar muy duro.
“Para mucha gente Blajer es gentil, amable y fina persona. Alguna vez hemos tenido problemas en las giras, en cuanto a cuartos y reservaciones, no lo podemos negar, pero eso le puede pasar a cualquier compañía como un accidente excepcional. Nada nos gustaría más que el diálogo; estamos en la mejor disposición de hablar con ellos, pero resulta que hasta el momento no nos han solicitado una reunión.
“En cuanto a Blajer, no puedo adelantar nada sobre lo que sucederá con él. No existe ninguna acusación formal sustentable.”