■ Critica Pérez-Escamilla productos cuyo precio congeló el gobierno
Sufre inseguridad alimentaria 50% de las familias mexicanas: experto
Brindar seguridad alimentaria a un país no se refiere sólo a la cantidad de comida que recibe una persona, sino a la calidad, considera el investigador mexicano Rafael Pérez-Escamilla, especialista en ciencias de la nutrición y catedrático de la Universidad de Connecticut.
No es lo mismo –explica– consumir productos con alta energía calórica, con exceso de sal y grasas saturadas (lo cual propicia enfermedades cardiovasculares), que alimentos frescos, leche, huevo y carne en cantidades adecuadas.
En entrevista con La Jornada, el especialista en el diseño de programas nutricionales para comunidades marginadas en Estados Unidos, critica la medida recién anunciada por el presidente Felipe Calderón de congelar los precios de varios alimentos, en su mayoría procesados: “¿dónde están las frutas y los vegetales? ¿El pescado, el pollo? Se debe hacer mucho más que simplemente no admitir el aumento en la cotización de esos productos.
“En muchos países, la línea de pobreza está basada en la canasta básica, la cual apenas mantiene la salud de las personas, ya que no optimiza la nutrición. Hay muchos niños en las zonas rurales de México que reciben menos de 10 por ciento de las calorías que requieren de alimentos de origen animal: no beben leche, no comen huevos. Estos son los alimentos que deben ser accesibles para toda la población. La cuestión no es sólo congelar precios, sino garantizar la distribución de una buena alimentación.”
Pérez-Escamilla es el principal impulsor de un centro en la Universidad de Connecticut para ayudar a combatir las desigualdades en salud de la población de origen latino que vive en esa ciudad. Gracias a sus investigaciones y propuestas, el gobierno estadunidense apoyó a la institución con 8 millones de dólares.
Egresado de la Universidad Iberoamericana, con maestría y doctorado de la Universidad de California, explica que la seguridad alimentaria de un país es un indicador muy fuerte de su estabilidad social, así como de su progreso”. Las estadísticas no mienten: si las personas tienen hambre y no pueden dar a sus hijos los alimentos nutritivos que necesitan, no se están haciendo bien las cosas”.
Puntualiza que de acuerdo con estudios realizados a escala internacional, “la mitad de las familias mexicanas sufren algún grado de inseguridad alimentaria, y en cuanto a la más grave, que llamamos hambre, es decir, cuando una persona pasa un día o más sin comer porque no cuenta con recursos para adquirir alimentos, el porcentaje es de aproximadamente 7 u 8 por ciento.
“Esa población se concentra en el sur, en las áreas con mayor densidad de indígenas, como Oaxaca, Guerrero, Chiapas. La inseguridad alimentaria se explica por las desigualdades económicas y sociales del país: basta recordar la reacción social que hubo recientemente al anunciarse que subiría de precio la tortilla.
“Los ciudadanos pueden tolerar hasta cierto punto la injusticia social, pero cuando ya no les alcanza ni para las tortillas, es insoportable. Por eso urge que este aspecto sea atendido por el gobierno mexicano.”
El especialista opina que la inseguridad alimentaria está íntimamente relacionada con el fenómeno de la globalización, pues “prácticamente no existe ninguna nación que sea autosuficiente para producir todos los comestibles que necesita. La reciente crisis del maíz, desatada por el anuncio del presidente George W. Bush de que se utilizará para producir etanol como combustible, da un buen ejemplo de cómo temas que aparentemente no están relacionados influyen de gran manera en todas las naciones”.
No obstante desarrollar el grueso de sus investigaciones en Estados Unidos, Rafael Pérez-Escamilla sigue muy de cerca los estudios que se publican en México en el área de nutrición y colabora con algunos grupos de indagación.
Lamenta que esté “fuera de control” la mercadotecnia dirigida principalmente a los niños, en cuanto al consumo de alimentos chatarra, “los cuales ni siquiera forman parte de nuestra cultura alimenticia, que es muy sana.
“Por ejemplo, las sopas instantáneas se metieron a un costo bajísimo en tiendas de autoservicio, y sí, saben muy ricas, pero cuando uno lee las etiquetas y ve la cantidad de sal o grasas saturadas que contienen, es terrible. Esas sopas están desplazando a la de verduras y otras tan nutritivas que tradicionalmente se hacían en casa”.
En la lista de productos cuyo precio fue congelado por el gobierno figuran al menos 10 tipos de sopas instantáneas, de una misma empresa.
“En los años 80 –dijo– comenzó en Estados Unidos esta epidemia brutal de obesidad. En países como México inició en los 90; la diferencia es que aquí la desnutrición también es un problema muy grave.
“Los factores fundamentales que explican esto es el consumo excesivo de calorías (provenientes de productos baratos), aunado a la disminución de la actividad física. Tener una dieta sana requiere un mínimo de recursos económicos. Conviene más a los bolsillos adquirir alimentos de alto contenido energético, aunque nutricionalmente no sean los adecuados, como los refrescos.
“Deberíamos hacer lo que ya ocurre en los países escandinavos o en Francia, donde existen leyes que están regulando el tipo y la cantidad de mercadeo en torno a refrescos y comida chatarra, principalmente en la publicidad dirigida a los niños”, concluyó el especialista, quien ha sido consultor del Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, la Organización Mundial de la Salud, el Banco Mundial y la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Unidos, entre otros.