A la mitad del foro
■ La complicidad del silencio
Ampliar la imagen Misa en memoria de los fallecidos en la discoteca News Divine Foto: Víctor Camacho
Murieron tres policías y nueve jóvenes, casi niños. Golpeados, lanzados en tropel hacia la asfixia por el tumulto provocado por uniformados que impedían el paso por la estrecha puerta convertida en trampa mortal. Afuera ya no había camiones para transportar a los jóvenes detenidos por el imperdonable delito de serlo. Y ser, además, pobres, diría la vieja izquierda, mientras la izquierda que tenemos calla, o reacciona acusando al gobierno derechista y reaccionario de capitalizar la estulticia criminal de las autoridades del Distrito Federal, para distraer a los ciudadanos de la consulta popular sobre las reformas a Pemex.
Qué vergüenza. Qué falta de vergüenza. Después de acusar al subalterno, de exculpar a unos y asegurar que de ninguna manera buscaban un chivo expiatorio, quienes desgobiernan aquí y quienes desgobiernan a la Unión, se acusaron mutuamente de evadir la responsabilidad política y eludieron ambos asumir la que les señala la norma. Germán Martínez volvió al papel de bravucón que se mofa del jefe de Gobierno del Distrito Federal y le lanza al rostro la acusación: suya y de nadie más es la responsabilidad política. Y Marcelo Ebrard, micrófono a la mano, responde que ha actuado responsablemente y a su vez exige al presidente Felipe Calderón que respete el dolor de la ciudad y el duelo por sus muertos. Y como si se aparecieran los fantasmas del linchamiento de Tláhuac con las bravatas de Germán Martínez, Ebrard engola la voz para asegurar que se ha comportado “con hombría”.
Ambos repudian “la politización” de la tragedia cuando debieran dar respuesta al drama de la criminalización de la juventud, sumado al de la pobreza, con apoyo en los recursos de la política, del arte de gobernar; cumplir y hacer cumplir la ley, ejercer las facultades que les señala. Y ante todo, el valor de exhibir la corrupción imperante y consignar a la justicia a quienes integran la larga cadena de coludidos en el robo y exacción de víctimas y victimarios del submundo de las adicciones y la participación en el espectáculo formidable de la fantasía, la fuga, la enajenación, tan viejas como la vida en comunidad, tan nuevas como los “raves” de los de abajo y los deslumbrantes conciertos de los de arriba. La tolerancia cero es para los jóvenes, para los pobres, para los de la marginación que es clientela para unos y motivo de pavor para los otros.
Podrían el gobierno de Calderón y el de Ebrard prolongar el mórbido, escatológico, debate en el que se han empeñado. Sin dar la cara, sin dar razones, sin ejercer las facultades de ley, sin cumplir con su deber y con sus mandantes. Pero en cuanto murieron los primeros jóvenes y corrió la noticia de la tragedia, Marcelo Ebrard debió hacerse presente en el lugar del crimen. Cuando menos para que no le recordaran la tímida ausencia en Tláhuac que condujo al cese dictado por Vicente Fox. Y en cuanto circularon las versiones contradictorias y los videos burdamente manipulados, en cuanto se confirmó la primera muerte a las puertas del antro y se supo de las inexplicables detenciones de decenas de jóvenes, transportados por tortuosas vías a una agencia del Ministerio Público, donde un energúmeno “médico de guardia” desnudó a jovencitas a las que hicieron desfilar con los brazos en alto, en ese mismo momento, Calderón debió haber cesado tanto a Joel Ortega como a Rodolfo Félix.
Joel Ortega es secretario de Seguridad Pública. Rodolfo Félix es procurador de Justicia del Distrito Federal. Ortega ha defendido su larga carrera, su fama de probidad, de funcionario cumplido. Debió haber renunciado ante Ebrard en cuanto fracasó estruendosamente, criminalmente, el operativo policiaco; una redada de jóvenes acorralados en uno de los más de 100 antros en los que se violan las leyes, se vende alcohol a menores, se venden y consumen drogas; locales que no cumplen el mínimo requisito de seguridad; negocio para administradores, dueños y distribuidores de drogas, negociazo para inspectores y para la policía en cadena ascendente de dinero sucio que pasa de mano en mano, desde abajo hasta arriba. Todos conocen a los dueños y a los distribuidores de la droga. “El operativo” era para llevar presos a los jóvenes clientes. El resto es silencio.
El silencio de la vergüenza para una izquierda que calla para que no crean que traiciona al aceptar la andanada de la derecha que señala responsable político al jefe de Gobierno del Distrito Federal, pero sin precisar que Felipe Calderón tiene el mando de las fuerzas policiacas en la capital de la República, que él designa al secretario de Seguridad Pública y al procurador de Justicia a propuesta del jefe de Gobierno del DF. Pero puede “remover libremente” a ambos de sus cargos, facultad expresa que le otorga la ley. Igual que a los secretarios encargados de despacho. Sin excluir al de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, indiciado por la oposición, designado libremente por Calderón y presurosamente alabado por Germán Martínez; loas con olor a sahumerio madrugador, a incensario de futurismo panista.
Hoy habrá caravana de ciclistas: un millón esperan que partan del Monumento a la Revolución. Hoy habrá gran concentración en el Zócalo en apoyo a la consulta popular sobre las reformas a Pemex; manifestación multitudinaria que presidirá Andrés Manuel López Obrador en defensa de la nacionalización del petróleo. Festiva ocasión. Pero la izquierda que calla o grita que la patria está en peligro, con las viejas voces de la más rancia derecha, teje y desteje la trama de la unidad, mientras busca en las ausencias alguna indicación del rumbo.
¿Irá en bicicleta Marcelo Ebrard hasta el Zócalo para reivindicar su iniciativa de consulta popular? Casi nadie notará la ausencia de Guadalupe Acosta Naranjo, presidente interino del PRD. Pero la de Cuauhtémoc Cárdenas provocará inquietud e incertidumbre, hasta entre oportunistas, operadores de las clientelas políticas y prófugos del derrumbe del PRI que han acabado por imponer su estilo a las izquierdas que integraron el PRD. Las que gobiernan el Distrito Federal desde hace 11 años y hoy callan ante la criminal muerte de nueve jóvenes y de miles más, perseguidos, acosados, acorralados, golpeados, humillados por una policía corrupta, ineficiente y brutal. Duele decirlo, pero ya hubo quien nos recordara que por menos que eso empezó el movimiento del 68.
El silencio avalaría el descaro de la derecha que pretende borrar las diferencias ideológicas; rechazar la aspiración a la equidad y a la justicia social. Intensifican los ataques contra el sindicalismo y la izquierda calla por no parecer defensora del viejo corporativismo. Donde las dan las toman. Elba Esther Gordillo firma en Hidalgo un convenio con el gobernador Miguel Osorio: “El SNTE no es subordinado de ningún gobierno, ni del de la República, ni de los estados”, dijo.
En el palacio presidencial de La Moneda, que bombardearon los golpistas al mando de Pinochet, del campeón de la derecha, dictador y ladrón, Chile rindió homenaje a Salvador Allende. Ahí diría la presidenta Michelle Bachelet que la voluntad “de unir indisolublemente el socialismo con la democracia (...) fue su legado ético imperecedero”. Y citó el último discurso de Allende: “No se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza”.